Por Sebastián Antezana - La Prensa
Ruiz es la ganadora del Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo con el relato Esperando a los bárbaros
El jurado del 38 Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo ha dado esta semana su veredicto: el relato ganador es Esperando a los bárbaros, de Virginia Ruiz. Después de haber presentado hace pocas semanas durante la Feria del Libro El torturador, libro que reúne al relato ganador y las menciones del Franz Tamayo pasado —¿por qué transcurre prácticamente un año entre el anuncio de los ganadores y la presentación del libro?—, y tras una seguidilla de ganadores masculinos del concurso, llega la noticia de que Ruiz se lleva el galardón en esta nueva versión. A continuación, a manera de introducir a la autora, ofrecemos la entrevista que Fondo Negro sostuvo con ella mediante correo electrónico.
—¿Cuál es tu relación con la literatura, tanto a nivel académico como a nivel personal?
—No estudié literatura; en un principio, creo, porque vi, cuatro años antes de salir bachiller, la decepción en la cara de mis padres cuando mi hermana se inscribió en la Carrera de Literatura de la UMSA. Estudié Ciencias de la Educación. Y he sido profesora, entre otras cosas, de literatura, en colegios y universidades por algo así como 25 años. Desde chica, desde el colegio, mi relación con la literatura fue constante, como un amor de alma vieja, siempre ahí. Más adelante hice lo que al parecer siempre había querido: leer sistemáticamente literatura gracias a una maestría en Literatura Latinoamericana. Recuerdo mucho el placer que me causaba estudiar casi todo el día durante esos dos años de maestría. Y, como a muchos, lo académico no cambió el hecho de que la literatura me emociona, me perturba, me alegra y me ayuda. Mi “momento académico” con la literatura fue un momento en que pude hacer todo eso a tiempo completo.
—¿Cuál es, a grandes rasgos, el tema del relato ganador del 38 Franz Tamayo?
—El tema de Esperando a los bárbaros es la espera, la anticipación fiel, el estado de suspensión que a veces uno construye para sobrevivir. Es la espera de ese algo que “nos arreglaría la vida”, ese algo que nos haría más felices, más libres, más lindos, más adecuados...
—Hace alrededor de 20 años ganaste otro premio literario. ¿Por qué esperar tanto para volver a la escritura y/o a los concursos?
—Hay otros cuentos escritos y publicados entre el que ganó hace 20 años y este último, pero son pocos. En general, sobre esta mi parsimonia escritural, diría que la vida es duro, como dicen en Oruro. Pocas veces uno hace lo que quiere o quisiera. Escribir es un proceso muy absorbente, creo. No me deja pensar ni hacer mucho más que eso: escribir. He escrito poco tal vez por eso y también porque soy floja, porque no puedo sobrellevar esa intensidad por mucho tiempo. Los concursos han sido, las dos veces que me he presentado a uno, un pretexto, un empujón para corregir lo ya escrito.
—El título del cuento “Esperando a los bárbaros” es el de un poema del alejandrino Konstantino Kavafis. En el poema hay una ciudad, y los bárbaros son una promesa o una amenaza que nunca llega. ¿Se vive esto de forma similar en el cuento?
—Sí, sin duda. No me di cuenta de ello sino hasta tarde, cuando ya sólo faltaba corregir el final del cuento. Por eso le puse ese título. Pensé en hacer una variación del título del poema, pero para qué, si Kavafis ya lo había puesto tan bien.
—Leí que la escritura y puesta a punto del cuento te tomó cinco años. En esa línea, ¿podría relacionarse la espera en la escritura del cuento con la espera que la ciudad mantiene de los bárbaros en el poema de Kavafis? Y, en líneas generales, ¿consideras que la literatura es una labor de espera, de paciencia?
—Cinco años, sí, pero no constantes. Hace cinco años lo escribí, dos años después lo corregí, y en julio de este año lo terminé. Esperar a los bárbaros es un gesto que imagino como lo más parecido a una espera de supervivencia: es un juego con el tiempo, una forma de esconderse de él, algo así como la espera de Felipe Delgado en una chingana mientras su padre se muere, aunque en otro sentido. Cuando escribo, es cierto que tengo momentos de apabullamiento, de efusión, pero nunca he sentido que se me vaya la vida en ello. Sobre si la literatura es una “labor de espera”, pienso que sí, pero tan importante es la espera como la labor, es decir, el trabajo que haces mientras esperas.
—¿Qué son los bárbaros? ¿Qué es la barbarie?
—Los bárbaros son lo que no podemos conocer y sin embargo imaginamos que es una suerte de solución. Si, como dice un amigo, la literatura nos ayuda a conocernos como hombres, como mujeres, y a entender por qué hacemos lo que hacemos, toda la literatura explora a los bárbaros, es decir, a nosotros.
—El poema de Kafavis termina diciendo que pese a que no llegan a la ciudad, los bárbaros eran posiblemente una solución (no se dice a qué). Se dice, sin embargo, que conforman un arquetipo: “odian la retórica y los largos discursos” y las piedras preciosas los “deslumbran”. ¿Consideras, entonces, acertada la clasiquísima separación de Sarmiento (civilización vs. barbarie) y crees que los personajes la experimentan de forma similar en tu relato?
—Sin duda, la idea de esa separación que propone Sarmiento en su Facundo, que conocemos tan bien y tan de cerca, está presente en el poema, pero no la considero acertada en absoluto y creo que Kavafis tampoco. El desprecio de la gente que se piensa civilizada porque valora y aspira a la retórica, porque distingue la diferencia entre baratijas y joyas de verdadero valor, ese desprecio hacia los “bárbaros” y sus modos, al parecer tan lejanos a los suyos, no es difícil de percibir como un lugar común al que el poema alude, que el poema cita. Pero lo interesante es el giro que Kavafis le da al final: “¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?/ Quizá ellos fueran una solución después de todo”. El “bárbaro” —que no entienden y que hasta les es repulsivo— tal vez sea el que les quite el peso, la responsabilidad de encontrar una solución (a su situación) o, mejor aún, de tener que aceptar que no pueden hacerlo. Si hubieran llegado esos “bárbaros”, los “civilizados” habrían estado en sus manos, sin elección (o decisión y, por ende, sin culpa) posible. Y sin “bárbaros” que lleguen o que estén por llegar, los “civilizados” no tienen una segunda oportunidad, no tienen historia posible.
En el cuento hay algo de esto último, pero el motor de este deseo/temor de ser poseído o “invadido”, incluso hasta alcanzar una especie de anulación, es la soledad o el miedo a ella, no la incapacidad de aceptar la culpa de haberse quedado sin historia.
38 La que acaba de ganar Ruiz es la 38 versión del Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo.
5 años interrumpidos le tomó a Ruiz completar el cuento, desde su inicio hasta su entrega al premio.
La frase
“La literatura me emociona, me perturba, me alegra y me ayuda”.
Virginia Ruiz