Jaime Sáenz: una sombra que arde/UN LLAMADO A SALVAR AL POETA DE SU PROPIO MITO
Por: Gabriel Chávez Casazola
Se han cumplido 25 años de la muerte de Jaime Sáenz y la ocasión es propicia para hacer algunas reflexiones –acaso incómodas para algunos- sobre su obra, figura y legado.
Que Sáenz fue un enorme poeta, uno de los mayores de nuestra poesía -y no sólo de la nuestra, pues su proyección es universal-, es algo que no se puede discutir. De hecho, en todos los espacios internacionales de poesía a los que me ha tocado asistir, Bolivia ahora es sinónimo de Jaime Sáenz y viceversa; lo cual, por una parte, constituye un motivo de regocijo, pues revela que su obra va siendo cada vez más difundida y valorada fuera de nuestras fronteras; y por otra, motivo de preocupación, por el riesgo de reduccionismo: la poesía boliviana es mucho más que Jaime Sáenz, y apena que nombres como el de Cerruto, para no remontarnos más atrás o más adelante, sean casi desconocidos en el extranjero.
Pero además, pensando no ya puertas afuera sino puertas adentro, también debe admitirse que se han cargado demasiado las tintas en torno a Sáenz, al punto de convertirlo en un mito –fascinante, pero mito al fin- cuyas irradiaciones, oscuras muchas de ellas, han llegado a velar la propia comprensión de su obra (me dicen que Rodolfo Ortiz acaba de escribir una tesis en esa dirección).
¿Cuántos de los entusiastas escritores o lectores o simplemente fans (pues los tiene en el sentido estricto del término) que se llenan la boca de Sáenz hablando de las chinganas, los aparapitas y el júbilo -hermosos lugares de su literatura convertidos, ay, casi ya en lugares comunes- lo han leído realmente, con exhaustividad y sin veneraciones previas? ¿Cuántos han podido leerlo desde una mirada fresca, nueva, no cargada de pre conceptos ni de esquemas mentales (o críticos) pre establecidos?
Es más, ¿hasta qué punto, después de tanta mi(s)tificación, es posible ahora leer a Sáenz prescindiendo de sus alrededores anecdóticos (que sobresimplifican su personalidad), y con independencia de su imantada figura? ¿Se puede leer a Sáenz sin Sáenz?
No pretendo ofrecer respuestas al respecto. Sólo, acaso, menear el avispero, jochear los petos, como se dice aquí en Santa Cruz, desde donde la lectura de Sáenz (como seguramente desde Tarija, o desde Beni, o desde cualquier punto del planeta) no tiene la misma carga que la lectura que se hace en y desde La Paz. Pues, puestos a preguntar, también podríamos interrogarnos en qué medida es posible leer a Sáenz lejos de La Paz y sin La Paz. Y creo que, sobre esta pregunta al menos, la respuesta es, o debería ser, claramente afirmativa. Aquella La Paz que está en los libros de Sáenz no es, estrictamente, La Paz real.
La literatura de Sáenz, como toda obra trascendente, es universal y excede a su lugar, a su tiempo y a todas las mediaciones contingentes que condicionaron su escritura, y por tanto puede leerse lejos de todo aquello. Lo prueba el que muchos de los lectores y/o escritores que están leyendo actualmente a Sáenz-poeta en otras partes del mundo, lo vienen haciendo sin todas esas mediaciones, y acaso con una mirada menos contaminada que la nuestra; que está velada, como decía antes, por el Sáenz-mito.
Hay, pues, un Sáenz-poeta que puede y tal vez debería leerse lejos del Sáenz-mito y de los mitos de Sáenz. Y también lejos de la noche, la marginalidad y el alcohol, puesto que la poesía no está encadenada ni a la noche, ni al alcohol ni a la marginalidad. Puede ir de su mano, pero también puede extraviarse y desfigurarse de esa misma mano.
Al decirlo, pienso en todos aquellos jóvenes autores “que amén de imitar el registro de Sáenz hasta la fatiga, se extraviaron en el alcohol y otros márgenes, persuadidos –no sin cierto esnobismo- de que sacarse el cuerpo era la única manera válida de hacer literatura”, como ya dije en una entrevista en la revista mexicana Blanco Móvil en su edición del 25 aniversario (www.blancomovil.com/bm-115.pdf, p.17). ¿O cuántos aprendices de mago, quiero decir de poeta, e incluso cuántos poetas ya hechos, no hemos visto perderse por esos caminos, por seguir la estela saenzeana, válida seguramente para el propio Sáenz pero no necesariamente para las sucesivas generaciones de sus ‘discípulos’?
Personalmente, conozco cerca de una decena de personas que, con claras cualidades literarias, y sobre todo humanas, terminaron quedándose con el alcohol, la noche y la marginalidad entre las manos pero sin la poesía, la literatura y sin una vida que merezca llamarse tal, todo por haber querido ser alter egos del Sáenz-mito, de ese mismo que ahora es ocasión de tours guiados donde seguramente le enseñan a los ingenuos cómo sacarse el cuerpo en cinco pasos escuchando a Bruckner en el altiplano.
Hay que salvar a Sáenz de Sáenz, decíamos la vez pasada con un amigo poeta. Creo que en buena medida es (ya) evidente.
* Gabriel Chávez es poeta y periodista
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