sábado, septiembre 10, 2011

La primera novela de Rodrigo Urquiola






Por Rodrigo Urquiola Flores

Recuerdo tres viajes fantásticos que tuve la fortuna de realizar. El primero, cuando a mis quince años, sin decirle nada a nadie en mi casa, atravesé nuestro país hacia el sur, a Tarija. El segundo, cuando viajé a Lima. Y el tercero, hace poco, cuando estuve por Santa Cruz y Cochabamba, contemplando algo que jamás vi antes y que resultó muy importante en mi vida. Estos tres viajes han sido definitivos en mi labor como escritor. Me han enseñado bastante, me han deslumbrado y, de cierta manera, me han ido convirtiendo en una persona nueva. Viajar envejece en el mejor sentido, hace que envejecer signifique crecer, tal como sucede cuando se lee un buen libro.
La primera vez que vi el mar fue a eso de las tres o cuatro de la mañana, desperté en carretera hacia Ica y aún todo estaba oscuro. Asomé mi mirada a la ventana, el sonido del viaje se había hecho algo natural, y entonces vi que el horizonte se movía. Ese horizonte era un monstruo negro, una anguila gigantesca que se movía oscilando, ascendiendo y descendiendo, manteniéndose, quedándose, quebrándose. Luego el bus alcanzó una cima y el horizonte resultó infinito. Fue un momento muy especial. Ya no pude continuar durmiendo. Tenía diecisiete o dieciocho años y nunca había conocido el exterior. Soñaba con conocer el mar. Sé que no es así para todos los bolivianos, pero para mí fue algo espectacular, difícil de explicar. Cuando llegué a Lima pude verlo en todo su esplendor. Viajé en junio, recuerdo que eran vacaciones de invierno en colegio y, según muchos peruanos, hacía un frío terrible. Yo no sentía ese frío, La Paz nos vacuna también contra ese tipo de cosas. Lima estaba nublada, como casi siempre, ebria de bruma y el océano mostraba su rostro plomizo, su horizonte gris. Me gustaba ir a las playas de Barranco o a Larcomar a ver y escuchar el oleaje, podía quedarme mucho tiempo haciéndolo. Había una playa donde en lugar de arena costera había piedras redondas. Allí me sentaba y leía o escuchaba música.
Intento recordar cómo fue que germinó en mi cabeza la idea de escribir esta novela y he llegado a la conclusión de que fue en el preciso instante en el que me senté sobre esas piedras y contemplé el océano. Recuerdo que, en un segundo viaje, en verano, extrañé la tristeza del invierno anterior y, al cabo de un par de semanas, quería volver a Bolivia, mi casa. No sé por qué pero pensé mucho en cómo acontecería una lluvia dentro de una piedra. En Lima no llueve o, cuando lo hace, no llueve con la misma intensidad que en La Paz. Y La Paz no posee playas costeras, lo que es una gran lástima.
La mayor parte de la acción que acontece en la novela sucede en Santa Fe. Muchos que leyeron la novela antes de la presentación me preguntaron si Santa Fe es un lugar que existe de verdad o si era una especie de Macondo o Yoknapatawpha o Santa María. Pero sí, Santa Fe existe. Es un alejado barrio paceño, inmerso en las fronteras de la zona sur con las montañas. Para llegar allí por Chasquipampa se debe atravesar dos ríos. Por suerte el progreso ha construido dos puentes muy estables. Cuando yo era niño había que pasar el primer río saltando sobre piedras, mojándose los volapiés y los zapatos y cuidando de que nada se cayera a esas heladas aguas de color café con leche que corrían debajo de nosotros. Y de pronto se escuchaba un trueno. Y caía la lluvia una vez más. Y continuábamos caminando. Rumbo al segundo río. Allí sí había un puente, pero muy precario que, luego de un par de años, sería arrastrado por una violenta riada. Llegábamos a casa y teníamos los pantalones y los zapatos llenos de greda y barro. Por las noches continuaba la lluvia. Parecía que nunca acabaría ese sonido sobre el techo, el temblar de los vidrios de las ventanas cuando sucedía un trueno o la visión, entre todas aquellas nubes azules, de los relámpagos que nacían y morían a lo lejos.
Lluvia de piedra es la historia de un viejo, Esteban, que, después de haber conseguido materializar un sueño, tener una casa a orillas del mar, en esa Antofagasta tan nuestra y tan ajena como la luna, atosigado por la soledad y tras un intento frustrado de suicidio, decide volver a Bolivia para darse una segunda oportunidad, para demostrarse que vale la pena continuar viviendo, y, en la puerta de la estación de trenes de La Paz, esos trenes varados que ahora mismo no nos sirven para nada y que deben tener impresa las palabras “Made in Chile”, se encuentra con una novia suya, Marianela, que había visto morir cuarenta años atrás, cuando ella tenía diecisiete años de edad.
Lluvia de piedra es la historia de esa casa vieja, a punto de desplomarse, habitada por una perra y sus crías y por muchos otros perros ya muertos, por fantasmas que no están en otro lugar sino en nuestras cabezas, por hierbas que están a punto de rozar las nubes, por la lluvia que no cesa, a la que siempre quise retornar. ¿Cuántos bolivianos no han deseado con todas sus fuerzas retroceder en el tiempo y empezar a hacerlo todo de nuevo? Yo soy uno de ellos y estoy seguro de que Hilarión Daza también.
Me voy a despedir con una imagen que me regaló el último de mis viajes. He descubierto algo más allá de lo evidente, algo que a no todos los seres humanos les está permitido conocer, o si es así, la mayoría no logra reconocerlo a tiempo. Es un secreto. No se lo digan a nadie. En la carretera una vez más, a través de las ventanas y de la noche, vi unos ojos que no eran los míos cerrarse y pude ver lo que había dentro de ellos. Luz, paz. Sobre todo paz. Llueve dentro de esos ojos pero esa lluvia no son lágrimas ni tiene ruido, no hay frío allí dentro, sólo la lluvia silenciosa que cae como si fuera viento lo que está cayendo. Una lluvia que no sucede dentro de una piedra. Y descubrí que también de eso trata Lluvia de piedra, de que no existe nada imposible siempre y cuando no dejemos de creer en ello con todas nuestras fuerzas. Nada.
*Mención del Premio Nacional de Novela 2010

1 Lluvia de piedra es la primera novela de Flores (1986), quien escribe también cuento y drama

"intento recordar cómo fue que

Germinó en mi cabeza esta novela y he llegado a la conclusión de que fue en el preciso instante en el que, en medio de un viaje fundamental, me senté sobre las piedras de una playa limeña y contemplé el océano. No sé por qué pero pensé mucho en cómo acontecería una lluvia dentro de una piedra
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