La novela de non-fiction de Héctor Solares Maemura y Marina Maemura,nos permite conocer la vida de un aliado del che Guevara que tuvo una interesante existencia que hasta hoy habia permanecido en el anonimato, el personaje central de esta novela es el medico de 25 años Freddy Maemura que se une a el intento de Ernesto Guevara de derrocar al dictador Barrientos de el gobierno de Bolivia. El medico perdio su vida durante el combate revolucionario y su muerte permanecio anonima hasta que hoy dos personas decidieron redactar la novela "El samurai de la revolución" recientemente publicada en la ciudad de La Paz.
La tradicción de la novela de el genero non-fiction es muy poco cultivada en la narrativa boliviana y este libro servira para que muchos narradores potenciales exploren este genero novelistico hasta ahora poco publicado en las editoriales bolivianas.
Mientras conocemos los motivos que llevaron a freddy Maemura a convertirse en medico personal de los guerilleros del 67 liderados por el mitico Che Guevara podemos pensar que los sueños de un mundo mejor no estan muertos, estos sueños siguen vivos, solo hay que despertarlos.
2 Comments:
Queridos amigos, a tiempo de agradecerles por la publicación del acertado comentario sobre mi libro, me permito complementar el mismo, recordandoles que: El Samurai de la Revolución busca hacernos retroceder en el tiempo, en la historia. Y ese es su principal objetivo, que en nuestro andar, del presente al futuro, nos detengamos un instante y miremos hacia atrás. Esa es la única fórmula, misteriosa, pero poderosamente efectiva, para llegar a tiempo a salvar los errores del presente. De reconocer el camino y recordar quienes fuimos, para pensar hacia dónde vamos.
El Samurai de la Revolución, es una mezcla de dos culturas que se juntan y entremezclan en una vida ejemplar, en un personaje real, quien sale del anonimato, para despabilar esta sociedad contemporánea caracterizada por un individualismo exacerbado, por una cierta radicalización del yo, que trae como producto al hombre interesado únicamente en el beneficio propio, en el éxito personal. Una sociedad con una profunda crisis moral y un vacío interior, reflejado en la falta de ideales que den un propósito a la existencia.
Esta historia nos muestra a un hombre que por sus características debe ser analizado en tres facetas, en tres dimensiones: la del hombre ético, la del hombre idealista y la del hombre revolucionario.
La primera, el hombre ético: Freddy Maemura, llevo una existencia rica en experiencias cotidianas y compromiso con el prójimo. Se destacó desde pequeño por su inquebrantable voluntad, responsabilidad y sentido de justicia. De carácter firme y decidido demostró con sus actos solidarios una enorme sensibilidad social, extraño don de la juventud madura que lo llevaría a alcanzar una determinación de acero para conseguir sus ideales.
Se hace difícil imaginarnos un mundo sin religión, pero casi sería imposible imaginarnos un mundo sin ética. Y este conjunto de normas morales, de principios que rigen la conducta humana, diferentes a los preceptos religiosos, son los que protegen y a su vez hacen subsistir nuestras sociedades. En la cultura oriental, principalmente si hablamos del Japón, observamos que durante varios siglos estas normas estuvieron reflejadas en un estricto modo de vida llamada Bushido, una guía moral y un código de conducta para una clase de guerreros llamados samurai, similares a los caballeros medievales de Europa. Pero este referente, en la actualidad, quizás no sólo deba obedecer a una clase social en el Japón o a una época, y si conocemos bien a los japoneses, nos daremos cuenta que el Bushido, parece permanecer en su sangre.
De esta ascendencia japonesa Freddy heredó en gran medida el espíritu de lucha y la esencia de la cultura del Bushido, como un método de autoconstrucción, de disciplina y de superación interior, adoptando un estricto código de ética, como en la tradición samurai, a través de principios inalterables que ponían énfasis en la lealtad, el auto-sacrificio, la justicia, la modestia, la frugalidad, el honor y el afecto, que nos deja en su legado, como un ejemplo, un camino por hacerse en la búsqueda del hombre nuevo.
La segunda, el hombre idealista: Los atributos solidarios de Freddy Maemura lo llevaron a formarse en la carrera de Medicina para mitigar los grandes sufrimientos físicos de las personas y para hacer más accesible esa noble profesión entre los más pobres.
Encontró, desde su más temprana juventud, que las causas principales de la morbimortalidad, de países como el nuestro, eran el retraso económico y social, la pobreza extrema, la desnutrición infantil y el hambre ancestral, por lo que cambió el ejercicio de la medicina por el de la lucha política para erradicar la desigualdad, un tema recurrente que hoy se alza de nuevo como un fantasma en este continente de la esperanza.
Así, transcurridos cuatro años de su estadía en La Habana, Freddy decidió dejar la carrera de medicina, cambiando sus objetivos inmediatos, el rumbo de su vida. No solamente sería el médico de pacientes aislados sino sería el médico de la sociedad. Una sociedad oprimida, corrompida y alienada Una sociedad enferma al extremo. Para este nuevo trabajo era imprescindible renunciar a todas sus aspiraciones como estudiante y con plena conciencia enterrar su vida pasada, para convertirse en un nuevo ser humano, dispuesto a entregar con pasión una mayor cuota de sacrificios.
La tercera, el hombre revolucionario: en esta dimensión es necesario explicarnos ¿en qué consiste la revolución, y cómo la entendemos? Apelando a nuestra conciencia, deberíamos comprender en los términos más sencillos, que la revolución es esencialmente un cambio de actitud en el hombre, y la interpretación de este cambio en el campo de la medicina, en el cual se formó Freddy Maemura, se la debe comprender en el misterio de la recuperación. En el momento en que un paciente decide, a pesar de todo, vivir. Sobreponerse a su sufrimiento y a base de voluntad, recuperar la salud. Y esa voluntad, que puede crear lo inimaginable debe estar dirigida a la construcción de una humanidad nueva, libre del mero interés material y que “apunte a que el individuo -como decía el Che- actúe de acuerdo a su deber social y no a su barriga”.
Sin duda, la historia de Freddy es una historia de fe, de idealismo, de lealtad con los objetivos trazados, de amor a sus semejantes y de valor a toda prueba. Su vida fue corta, pero en esa corta caminata de su existencia, el destino lo pondría a jugar el rol más importante de su vida. Consideró un deber y lealtad con su honor y su país sufrido, luchar por un cambio, y se incorporó en la lucha guerrillera. Lucha junto al más grande de los guerrilleros y luchadores. No triunfa, muere en la trinchera. Muere junto al guerrillero heroico, pero muere como un samurai. Un samurai que añade un nuevo valor a la tradición de lucha, valor y honor nipón, el de la revolución. Un gen de samurai que impulsó a un estudiante de medicina boliviano, convertido en guerrillero, a inmolarse por la revolución. Así, el samurai del futuro lucha, además, por la revolución.
Como en la forma más pura de la práctica del Bushido, que exige a sus practicantes que miren efectivamente de atrás hacia el presente desde el momento de su propia muerte, como si ya estuvieran muertos, la vida de Freddy Maemura, al igual que la vida del legendario guerrillero Ernesto Che Guevara en el presente nos deja un legado del cual se desprende esa confianza ilimitada en la fuerza subjetiva, en la fuerza moral del hombre. Y así como los factores que hicieron el Bushido son pocos y simples. Y Así de simple, el Bushido creó un modo de vida para mantener a una nación a través de sus tiempos más problemáticos, a través de guerras civiles, desesperación e incertidumbre. También así de simple debe ser nuestra fe en el hombre, buscando revalorizarlo y vislumbrar la necesidad histórica de reivindicarlo, poniéndolo por encima de cualquier otro valor.
Los seguidores del guerrillero heroico en el mundo fueron miles, quizás millones, pero han pasado ya casi cuarenta años desde su muerte, y en un momento de confusión ideológica, cuando cierto pensamiento reformista pretende retrotraer la lucha de la humanidad a objetivos menguados, deberíamos realizar una reflexión como a la que se refiere José Saramago: “… Una de las lecciones políticas más instructivas, en los tiempos de hoy, sería saber lo que piensan de sí mismos esos millares y millares de hombres y mujeres que en todo el mundo tuvieron algún día el retrato de Che Guevara a la cabecera de la cama, o en frente de la mesa de trabajo, o en la sala donde recibían a los amigos, y que ahora sonríen por haber creído o fingido creer. Algunos dirían que la vida cambió, que Che Guevara, al perder su guerra, nos hizo perder la nuestra, y por tanto era inútil echarse a llorar, como un niño a quien se le ha derramado la leche. Otros confesarían que se dejaron envolver por una moda del tiempo, la misma que hizo crecer barbas y alargar las melenas, como si la revolución fuera una cuestión de peluqueros. Los más honestos reconocerían que el corazón les duele, que sienten en el movimiento perpetuo de un remordimiento, como si su verdadera vida hubiese suspendido el curso y ahora les preguntase, obsesivamente, adonde piensan ir sin ideales ni esperanza, sin una idea de futuro que dé algún sentido al presente…”.
Estos hombres que trascendieron la muerte, pusieron al servicio de lo que creían toda su voluntad, corazón, cerebro y vida, sin hipocresías. Valientes y decididos, luchadores y comprometidos. Convirtiéndose así en la más genuina expresión de honestidad. Y como lo expresara el Che: “… Lo definitivo es la decisión de lucha que madura día a día, la conciencia de la necesidad del cambio revolucionario, la certeza de su posibilidad…”. Y de esta manera Freddy Maemura como otros jóvenes latinoamericanos hizo honor a esa fe, con un derroche de heroísmo y sacrificio que no desmerece al que el Che nos legara con su vida y muerte.
Sin atrevernos a juzgar lo equivocado o no del pensamiento político o filosófico que sostuvieron estos hombres, podemos afirmar, como decía Saramago que: “…continúan existiendo después de haber muerto. Porque ellos son sólo el otro nombre de lo que hay de más justo y digno en el espíritu humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo que debemos despertar para conocer y conocemos, para agregar el paso humilde de cada uno al camino de todos”.
H.S. Maemura
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