Jesús Urzagasti “Hay que involucrarse con este país”
El próximo sábado 7 de junio, el escritor chaqueño challará en una imprenta de Villa Fátima, junto a sus trabajadores y amigos, su novela El último domingo de un caminante. Se ríe cuando le dicen que lo consideran una joven promesa de la literatura nacional. Habla de todo y sin pelos en la lengua
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Ricardo Bajo. La Prensa
Jesús Urzagasti tiene fama de hosco y reacio a entrevistas para los medios de comunicación. Antes de conceder ésta, preguntó al periodista si había un motivo real para tal entrevista. Y por supuesto que lo hay: su sexta novela está por salir. Dice que se cansó de estas promociones después de ejercer el periodismo en el desaparecido diario Presencia por más de 25 años. En aquella época, la jefatura de redacción y la dirección del legendario suplemento cultural Presencia Literaria le quitaban casi todo el tiempo para poder escribir. Pero a medida que el entrevistado comienza a hablar de sus obras y lee capítulos enteros de su nueva novela, las asperezas desaparecen. “No soy tan antipático como creen, ¿verdad?”, dice el mataco entre sonrisas, mientras saluda a uno de sus hijos. En estos días está alegre, pues siente una especie de liberación cada vez que “liquida un libro y sale para la imprenta.
Urzagasti asegura que con su nueva novela cierra un ciclo. A partir de ahora volverá a la poesía o a libros más reflexivos. El escritor, nacido en el Chaco boliviano, reivindica su origen campesino. Ha escrito cinco novelas: Tirinea (1969), traducida al italiano; En el país del silencio (1987), llevada al inglés por una editorial de Estados Unidos; De la ventana al parque (1992), novela agotada y que estará a la venta con una cuarta edición; Los tejedores de la noche (1996); y Un verano con Marina Sangabriel (2001). Tiene dos poemarios: Yerubia (1978) y La colina que da al mar azul (1993), junto a un libro de prosa para niños, Cuaderno de Lilino (1972). El año pasado, la estudiosa Ana Rebeca Prada dedicó un voluminoso libro al análisis de su obra bajo el título de Viaje y narración: las novelas de Jesús Urzagasti.
El narrador, como le gusta considerarse, antes que novelista o poeta, habló desde su casa en Sopocachi. Los cuadros de su mujer, Zulma, cobijan al escritor en la pequeña habitación donde escribe. Detrás de un armario pintado por el propio Urzagasti con colores chillones y bautizado como Júpiter, se esconde, entre otras cosas, el armazón de su anterior novela, Un verano con Marina Sangabriel, que se puede leer de dos maneras, siguiendo el orden natural y con otro sugerido por el propio autor. “Pero no es cortaziano”, se apresta a aclarar Urzagasti. Le hace gracia que todavía lo cataloguen como la joven promesa de la literatura boliviana. En semanas, se editará en Italia una antología poética que recoge sus dos poemarios publicados y poemas sueltos inéditos. Mientras se hace fotografiar, recuerda sus aficiones por las fotos y le dice al compañero gráfico, “el fotográfo es un filósofo sin palabras”. Por eso Urzagasti se inclinó por la escritura, por su amor hacia las palabras, sus ritmos y maravillas. Dice que escribe fácil pero le cuesta vivir.
- ¿Qué supone El último domingo de un caminante dentro de su carrera como novelista después de cinco obras en este género?
˜ El último domingo de un caminante cierra un ciclo, siempre escribimos el mismo libro, no escribimos cosas distintas y no hay que caer en la repetición. Tirinea recogía el asombro de un provinciano en La Paz, soy de los pocos hijos de campesinos que escriben; En el país del silencio se recopilan cosas más pesadas; De la ventana al parque es más amable; Los tejedores de la noche explora el mundo femenino, que es tabú en este país y en todos; y Un verano con Marina Sangabriel tiene un concepto de totalidad como equilibrio, es el mandala. El individuo está contenido dentro de un universo. Por eso no era necesario empezar esa novela por la página uno; se proponen dos órdenes de lectura, es otra lógica, no de Occidente, que siempre he sentido.
El último domingo de un caminante es la vuelta al monte, a un puesto ganadero donde los personajes charlan entre vino y asado durante dos días. Son 320 páginas, es una enorme desafío dedicar tantas páginas a dos días de charla de unos payucanos. Te puedes aburrir, salvo que salgas a cazar.
- Editarás la novela de manera privada y artesanal, sin el apoyo de una editorial.
- He escrito esta novela entre el 21 de septiembre de 2001 y el 29 de septiembre del año pasado. Los inéditos son piedras que me molestan. Respecto a la edición creo en la comunicación autor-lector, por eso prefiero ediciones artesanales, el lector completa lo que uno hace. En este país, los libreros no son profesionales, se carga al lector los fracasos de los libros. El problema es que el que lee no tiene plata y al que tiene plata, le regalan los libros, los “best sellers”. Creo en la literatura como camino de conocimiento y comunicación, no coqueteo con el lector; él siempre será más inteligente, pues completa la obra.
- El argumento y una estructura narrativa clásica no son características de sus novelas, precisamente, ¿El último domingo de un caminante sigue esta línea?
- Siempre me ha interesado poco el argumento, ni siquiera sé si son novelas, creo que El último domingo de un caminante sí lo es. Me acerco a una narración con personajes que crecen, por eso estoy cerrando un ciclo. El caminante del título es un personaje urbano que llega al monte y el último domingo no es la muerte; se refiere a otra dimensión del tiempo, para Occidente el domingo es descanso pero el protagonista entra en otro calendario, otra dimensión.
- Ha cultivado varios géneros como novela, poesía y ensayo, ¿en cual se siente más a gusto?
- La narrativa me ha permitido combinar la poesía con las preocupaciones formales de la propia narrativa. No me siento novelista, solo he querido narrar y vete a saber si soy poeta. Pero estoy satisfecho con el ritmo logrado en mis narraciones, el autor se crea un espacio con sus libros, así el sexto libro no cae en el vacío pues responde a un lenguaje y un ritmo, suponiendo que estos sean particulares. Como autor ya llevo ventaja después de seis libros. Liberar al lenguaje es liberarse a sí mismo. Hay que involucrarse con este país, el ritmo, los ritmos están en este país, hay que salir a encontrarlos. Este país no es lineal, hay muchas realidades, por lo tanto la narración no debe ser lineal, hay que tratar de reproducir el país con tantos ritmos, maravillas y conflictos que tiene. Pero para el escritor, lo más fatal es el analfabetismo, sobre todo el funcional, es el más terrible.
- De jovencito, colaboró con Jorge Sanjinés como asistente de dirección en Ukamau, ¿qué recuerdos guarda de esa experiencia?
- Sanjinés confió en mí, me asustaba cuando confiaban en mí de esa manera. Éramos los dos muy jóvenes. Fue un regalo, un desafío, aprendí mucho del cine y del mundo andino que no conocía, pues viajamos a la Isla del Sol. Por ejemplo, los tejedores de la noche tiene como trasfondo la obligación de hacer un guión para la Guerra del Chaco, que es una cosa real, que me pasó.
- Dice que El último domingo cierra un ciclo, ¿hacia dónde caminarán los pasos de este caminante llamado Urzagasti?
- Antes demoraba trece años en escribir una novela, no tenía tiempo; ahora demoro dos años, que son muchos, pues ahora que tengo tiempo, el tiempo no me alcanza para nada. Ahora voy a entrarle a la poesía o a otro tipo de prosa más con una tonalidad de reflexión de lo que he hecho hasta ahora. Reflexiones en primera persona sobre lo que me interesa.
- ¿Cómo afronta, cómo se prepara Urzagasti para una nueva novela, una nueva obra?
- Soy una aficionado de la escritura, hay que recuperar la humildad y la ignorancia. Estar a cero para producir un lenguaje sin antecedentes. Si aplicas lo que sabes, te repites. De la nada hay que sacar algo.
- Ana Rebeca Prada en su libro Viaje y narración: las novelas de Jesús Urzagasti, dice que sus obras proponen una ética de lo cotidiano, una manera de enfrentar el mundo desde el nomadismo, donde todos somos nómadas a pesar de nuestros intentos inútiles de ser sedentarios.
- Respeto siempre el efecto de mis obras en los lectores. Agradezco a Ana Rebeca ese libro, pero nunca he escrito novelas de tesis. Es mentira que haya creado a propósito un mundo del nomadismo pero a veces los críticos redescubren cosas que el autor no ve, que ni siquiera ha intentado crear. Pero creo en la metáfora. No tengo una ética detrás de mis libros, pero si el lector la halla, muy bien. Para mí, no hay otra ética que la estética, lo primero es la belleza de la narración, si además ese mundo estético acarrea ideas, incendiarias o místicas, muy bien. Pero lo primero es narrar bien, si lo haces, el lector se queda con cosas, ideas. Pero la literatura es metáfora, si quisiera transmitir ideas éticas, escribiría ensayos. “La vida auténtica está ausente”, decía Rimbaud. Si quieres decir eso, lo dices y no escribes 300 páginas para lo mismo. Mi ética se resume en: no puedes poner tus palabras al servicio de bellaquerías.
- ¿Cuál es su concepto de metáfora como unificador de su literatura?
- La literatura no apela al lenguaje directo, éste la empobrece, está bien para los políticos, que a veces dicen “eso es literatura”, como si supieran lo que es la literatura. Digo las cosas de manera indirecta, con metáforas, para hacer visible lo invisible. Me pregunto como rural por qué los urbanos no conocen a los campesinos y de ahí surge El último domingo de un caminante. El protagonista es un urbano, hijo de un coronel y de una reina de belleza de Capinota. Después de dos días, se siente cambiado. Pero hago literatura, no sociología ni antropología, la sociología es la ciencia de los comediantes.
- Durante años ha palpado de cerca cuando dirigía Presencia Literaria el estado de nuestras letras, ¿cómo ve la salud de nuestra literatura?
- Creo que los jóvenes escritores están prescindiendo de la experiencia; que les vaya bien, han apostado por jugar con el lenguaje. Además, creo que el futuro de una buena literatura está en Santa Cruz. Es una sociedad en ebullición en la que se conjunta lo denso del colla y la frivolidad del camba que ha dejado de lado, en términos generales, el recelo contra el colla. Eso todavía no ha pasado, esa mezcla, en sitios como Tarija, por ejemplo. De esa mezcla va a salir algo bueno. Además la ventaja para escribir buena literatura es que no tiene una carrera como en La Paz. Tenemos buenos literatos como Manuel Vargas, Jorge Suárez, la poesía de Echazú...
Fuente : (El Deber,Santa Cruz de la Sierra - Bolivia, sábado 31, mayo de 2003)