Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Hablo de unos treinta años atrás. En las tardes de Córdoba
conversábamos con la tía Lucha (María Luisa Coqueugniot);
contaba ella, que trabajó en el Comando en Jefe del ejército
argentino por décadas, acerca de los gorilas que de fama
pasaron a olvido uno tras otro. De Lanusse decía que era
caballeroso, y el Galtieri anterior a su fatídica
presidencia le parecía apuesto.
El año 75, en Buenos Aires, recién llegado salí a caminar
por el Once, de noche. Muchacho, no había reparado en lo
que sucedía: el auge de la Triple A y más, y salí sin
documentos. Cuando regresé, la tía y mi madre estaban
desesperadas. Lucha salió a buscarme por el barrio. Me
advirtió no hacerlo otra vez. Aludió a la sombra que rondaba
la Argentina. Ella sabía, de adentro, lo que ya acontecía y
lo que se gestaba. Gracias a sus contactos con los
generales dos primos del ERP lograron ser removidos de la
tortura y huir a Israel.
¿Por qué la digresión? Porque a Luisa le gustaba la Negra
Sosa, y comentábamos su música, las posibilidades de su
muerte en manos represoras. Por ella leí sobre Tucumán, que
luego, ya conocido, fue amor a primera vista. Recuerdo los
viajes largos por intérminos cañaverales, por los chacos de
Famaillá, tratando de vislumbrar entre los árboles la
guerrilla de Santucho. Me parecía codearme con la historia,
huir del anonimato joven y sentir que el mundo se movía
alrededor, con auras épicas revolucionarias.
Entonces ahora cuando muere Mercedes Sosa muere algo de la
Argentina en mí, una mitad que afloja ante el olvido, que no
tiene el peso feraz y feroz de Bolivia, su tiempo, sus
viajes. En Mercedes perece, o mejor de realidad se
convierte en recuerdo, el lugar más hermoso del mundo que es
el norte argentino, y en particular Tucumán que fue su
tierra y que adopté en sueños como combatiente milenario,
como descendiente de los quilmes, de los calchaquís,
quechuas, vascongados y españoles, de los héroes que
pelearon en Salta y subieron por Jujuy hasta el Alto Perú
para terminar de polvo en Sipe Sipe...
Mi madre cantaba "Luna tucumana" para hacernos dormir, a la
mediadocena que los seis éramos. Ahora, en el anochecer
lluvioso de una ciudad de Colorado -Aurora, Estados Unidos-
la canta Mercedes para mi insomnio.
Nunca sentí la rebelión chuquisaqueña tan cerca como cuando
la Sosa cantó "Juana Azurduy". Tal vez porque era mujer y
de mujer hablaba, de la coronela y las otras que le pusieron
el pecho a la muerte como si de madres griegas o romanas se
tratase. España pareció tan pobre entonces, tan ruin,
asesina de mujeres siendo España mujer.
Otra vez, en la húmeda noche de Aurora, Mercedes Sosa canta
al galope y las lanzas de la imaginación se incrustan en el
pecho de los eternos cabrones.
Nació "coya", siendo coyas los descendientes de los quechuas
que se quedaron luego de expulsar a los quilmes. Y esa
palabra tiene connotación displicente (como la tienen
"negra" o "china"). La directora Lucrecia Martel pone en
boca de uno de sus personajes en "La Ciénaga" (2001) que son
"los coyas los que tienen la culpa de todo", de esa trágica
desintegración argentina a la que llevó la dictadura.
Mercedes Sosa combatió con su voz a los militares y a la
derecha. No les dio el gusto de matarla, como ya lo habían
hecho con Hernán Figueroa Reyes (1936-1973), con Jorge
Cafrune (1937-1978), asesinado por dos jovenzuelos que lo
arrollaron por órdenes expresas del milico Carlos Enrique
Villanueva.
"Se me está haciendo ya noche en la mitad de la tarde. No
quiero volverme sombra, quiero ser luz y quedarme".
"Siempre atrás de una guitarra".
Hace poco escribí que nada cambió. Tal vez sí. Para
Mercedes todo cambia, pero los cambios que archivan a muchas
generaciones, incluyendo la suya y la mía, no se dirimieron
acá sino lejos: en el muro de Berlín. Termina una época.
Los cantautores argentinos tienen horizontes nuevos,
extraños tal vez para nosotros, diferentes, distintos, ni
mejores ni peores, más ágiles porque no tienen que lidiar
con el peso que acarrearon la Negra y Atahualpa Yupanqui por
citar a dos.
En la zamba del Lozano, con quena, charango y guitarra, tú
Mercedes Sosa, camino de la puna dices: "Cielo arriba de
Jujuy". Ahí, cielo arriba del Jujuy, estaba yo.
Quiero ver de nuevo la luna buena besando las cañas en
Acheral. Quizá así conserve algo que parece estarse yendo...
5/10/09