jueves, agosto 23, 2007

Mariana Ruíz Romero gana concurso de cuento



La escritora Mariana Ruíz Romero ha ganado un concurso de cuento breve que demuestra que su literatura esta progresando poco a poco para ocupar un lugar interesante en la literatura boliviana.
El cuento ganador es una historia muy bien pensada que nos permite conocer el mundo interior de esta escritora nacida en la ciudad de Tarija.

Cuento ganador del concurso El libro digital” de AXS


Para leer con “Gente Sola” de Pedro Guerra


Por Mariana Ruiz Romero


Un hombre pasa todos los días por la esquina de su casa, en ella está la florista, que él siempre considera con una mezcla de deseo y animadversión. La florista no le mira, pues a esa hora suele pasar el repartidor de periódicos, que a su vez nunca se da cuenta porque al frente del quiosco de periódicos entra en ese momento la rubia que atiende el teléfono en la agencia de viajes. Ella siempre ingresa a trabajar algo nerviosa: en el segundo piso hay un gimnasio y a media mañana suele pasar el instructor, un hombre de ojos verdes que está cansado de despertarse temprano para atender a las necesidades de tantos de nosotros –”quiero verme guap@, quiero verme pintud@, quiero verme”- lo único que le consuela es salir al puesto de golosinas al frente de la calle, donde puede comprar un refresco mientras mira a la chica de la fotocopiadora, que está siempre ocupada en armar los textos de la Facu a la vuelta de la esquina, mientras maldice su suerte porque es recién a la tarde que el profesor que le gusta viene a dejar sus trabajos.
El profesor no puede ir a la mañana, entre otras razones porque a la tarde logra un espacio para tomar un café entre clase y clase, café que se toma a dos cuadras de la universidad, en un lugar donde constantemente intenta captar la atención de la chica que lava las copas. A esa hora de la tarde ella está siempre concentrada en lavar-secar-guardar con una especie de rabia seca, un poquito triste porque el hombre que vuelve de su trabajo no la ha visto al pasar, siempre parece mirar hacia el puesto de flores, cerrado ya, puesto que la florista ha cruzado la calle para tomar el colectivo. Y no sabe, no puede saber, que el chico que le vende los cigarrillos en el quiosco está harto de sonreír y vender juguitos o cigarros a gente que en realidad no le mira nunca, que siempre parece estar mirando a otro lado, no debe ni sospechar que yo le veo siempre desde la ventana de mi apartamento, con una mezcla de deseo y animadversión que me obliga a estar siempre tan ocupada que no bajo nunca, ni a comprar el diario.
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