La primera novela de Amparo Silva es sin duda alguna muy chuquisaqueña, no porque lo sea su autora sino por los temas que destaca en su desarrollo. Encontramos desde las primeras páginas de Huérfana Virginia, una figura típica de nuestra sociedad (tal como la pintan algunas novelas muy conocidas, como La Chaskañawi, por ejemplo): la del joven estudiante de buena familia, un tanto prisionero de las imposiciones y exigencias de una sociedad tradicional, que logra desfogarse y encontrar otro tipo de vivencias en las reuniones entre amigotes, las visitas a las chicherías e incluso la relación amorosa (primero iniciática, luego más personal y afectiva) con una cholita alegre, exigente e imaginativa.
Por otro lado, el joven dedica un amor platónico (a la fuerza) y exclusivo a la bella Jacoba, lo que provoca episodios tragicómicos con la celosa familia de ella y es motivo para que el susodicho sea alejado y mandado, por supuesto, a París, donde debería adquirir un oficio decente...
Otros personajes muy tipificados circulan también en las calles de esta ciudad de papel, un Sucre añejo y entrañable. Otros rasgos frecuentes en la blanca ciudad son los espacios en que ocurre la acción: calles empedradas, balcones curiosos, casonas laberínticas… sin olvidar la villa de Yotala o el cementerio.
En cuanto a la psicología de los personajes, esta novela abunda en rasgos frecuentes en nuestra gente: la curiosidad, la rapidez en juzgar a la gente, el chismorreo cotidiano, el afán de “parecer”, los secretos de familia, las normas para arreglar matrimonios de conveniencia, etc.
Todo esto se lee con gran facilidad, pues la pluma de Amparo es espontánea y vivaz, e interesa de inmediato al lector, pronto deseoso de conocer el desenlace de las aventuras juveniles de Lorenzo Ezequiel.
Prosiguiendo la lectura, el tal desenlace en lugar de acercarse se aleja, pues cambian totalmente en la segunda parte de la novela, el tono y el ambiente, los hechos y los personajes, las expectativas y los eventos.
Surge entonces algo que también está presente en el imaginario chuquisaqueño, pero aquí extrañamente distorsionado y quizás llevado a un extremo: las familias tiránicas, el machismo, la pasividad de las mujeres, así como la presencia de inconfesables culpas y de secretos que se ocultan en el “tercer patio” de las mansiones…
Del amor de Lorenzo por Jacoba, convertido en obsesión patológica, surgen episodios de tonos macabros, personajes de pesadilla y una tremenda fuerza negativa y fatal, hasta llegar a la revelación final, que termina con todo aquello que el relato inicial había esbozado.
Amparo Silva demuestra en el manejo de la estructura y el desarrollo de las acciones su conocimiento de técnicas narrativas, en un lenguaje sencillo pero preciso y respetuoso de las realidades y los tiempos. Sus descripciones sugerentes y detalladas, el buen dominio de los diálogos y la eficiente caracterización de los personajes, ayudan al lector a adentrarse en los laberintos de un relato singular, que de llano y soleado se torna complejo hasta la extravagancia de un insospechado drama.
Rosario Barahona (*): “Una ciudad titilante a punto de las lágrimas”
La novela que tiene usted entre sus manos, confundido su título entre la gloria meridiana de la cueca del maestro Simeón Roncal, revela la existencia de otra Huérfana Virginia y a la vez, de un personaje que la autora torna de carne y hueso, fascinante en sí mismo: la ciudad de la Huérfana Virginia, que bien podría ser Sucre en los albores del siglo XX o la misma de la que el poeta Gregorio Reynolds escribió: Hoy tengo, Sucre, al recordarte, tal sensación de paz, que están mis ojos titilando como si fuesen a llorar.
Estas páginas dan cuenta de esa ciudad titilante a punto de las lágrimas, una ciudad casi “ilustre”, como bien lo diría Marof, o una transparente y literaria radiografía de la sociedad sucrense, con sus minucias y grandes entorpecimientos, y hasta simpatías. En esta conviven un mundillo de abogados y artesanos, periodistas y beatas, señoras y doncellas, así como serios señores de levita y sombrero cuyos jóvenes hijos sediciosos no dudan en rebelarse a las normas establecidas, llegando alguno más extremo a renunciar a su apellido de abolengo. Y entremedio, casi como un personaje más —desde la que surgen nítidas las escenas de fandango, aplausos y armonio— está la chichería como un lugar de reunión, de discusión política, y por qué no decirlo, de amor.
Por tanto, la Huérfana Virginia es también como una entramada bitácora de viaje que es la vida misma, modosamente detenida como aguas de estanque en el cenit de un telón de fondo: una ciudad donde ocurre todo, y al mismo tiempo, nada. Una historia de sigilos o de verdades que se saben y no se dicen, y por tanto, una historia de entretelones también, y de su oscura, e intensa fuerza vital.
Exhibe Amparo Silva en sus letras la tenacidad de su pluma, el movimiento rítmico que domina ya por ser bailarina experta, y la habilidad de aplicarlo a un espacio narrativo.
* Rosario Barahona es escritora e historiadora chuquisaqueña. Ganó el Premio Nacional de Novela en 2012.
Oscar Díaz Arnau (*): “Novela de amor y de locura”
Huérfana Virginia es una novela redonda, en la que Amparo Silva denuncia sutilmente la doble moral de una sociedad anclada en sus prejuicios, a menudo presentándola en forma de caricatura y, por lo tanto, exagerando con el grotesco y la impudicia.
A la manera del thriller, hilvanando acciones y personajes entre atormentados y perversos, entre oprimidos y opresores, entre indignos y repugnantes, Silva desarrolla con destreza una historia que atrapa por el suspenso constante, como si alimentara página tras página con intriga para mantenerla así hasta el punto final.
El personaje principal, Lorenzo Ezequiel, presenta en primera persona a gentes que son almas en pena o que viven en su propio mundo o que infunden temor, ora surreales, ora inmersos dentro del realismo mágico, configurando una narración tragicómica llana, nada pretenciosa, con un lenguaje a caballo entre la donosura y la gracia.
Integrante de la generación de escritores chuquisaqueños formados por Jorge Suárez en el taller que el cuentista yungueño impartió en la Universidad Andina Simón Bolívar a finales de los años 80, Silva tiene la paciencia que necesita todo escritor para no precipitar los desenlaces en los pequeños cuentos de los que se compone una novela. Pero, antes que nada, logra lo más difícil: colocar al lector en situación, transportándolo naturalmente hasta los lugares por donde fluyen los hechos.
El patriarcado, el cortejo afectado de antaño, los matrimonios por conveniencia, la sumisión al marido. El linaje, París, la distancia social, el sotto voce de una casta ociosa, la influencia de la religión. Los lazos familiares ocultos y abochornantes, la ambición, la herencia, la bohemia de la juventud, la chichería, la chola, el burdel… Es, Huérfana Virginia, una novela de amor y de locura y, por lo tanto, indiscutiblemente sucrense.
* Oscar Díaz Arnau es periodista y escritor chuquisaqueño. Ganó el Premio Nacional de Cuento “Franz Tamayo” en 2004.
Fragmento
El siguiente es el inicio de la novela, los primeros párrafos de un Preludio que marcará el ritmo de todo lo que vendrá en Huérfana Virginia, la primera novela de Amparo Silva.
PRELUDIO
Me despedí de la Juventina con los arrumacos de siempre, y un tanto anonadado encaminé mis pasos, mascullando sus vesánicas ocurrencias. Aunque ella siempre fue de chaveta suelta y de rutilante ingenio, lo que me propuso era la peor de las chifladuras.
No obstante, no pude dejar de apechar el obrar ardido de esta chola, que con alma, corazón y vida, era un poco mi madre, amiga y amante sustanciosa. Bien mandada para consolar y regocijar mi pobre existencia a costa de su propia expiación.
Perturbado por el hecho y aún embriagado por sus dotes de hembra, me ordené a no pensar más en ella ni en Jacoba. Llegaba el momento de partir y tenía que preceder la conciencia del hombre juicioso, a la del descocado y almibarado amante.
No tan seguro de poder seguir al pie de la letra mis propias convicciones, me maldije por cabeza hueca, y al anochecer, más animado con la última tertulia que sostendríamos los “Domingueros”, partí hacia San Roque, y cuál no sería mi sorpresa al encontrar sobrios a los ebrios de siempre:
-Su partida vale, hermano- me dijo Reinaldo. Romualdo y Ovidio Zegarra me saludaron con un palmazo en la espalda renovando la vieja amistad, y junto a Lorenzo, Anselmo y Braulio, la otra triada del grupo, nos dirigimos hacia las cantinas del cementerio a deleitarnos con el armonio de don Basilio, en compañía de otros bohemios que como nosotros festejaban el viernes de soltero.
Doña Petrona Díaz emergió de entre los toneles de barro para salivarnos con sus besos etílicos, y una vez acomodados en los tablones codo a codo con los jampiris comenzamos a secar los macerados, uno tras otro, como si fuera el fin del mundo.