Que los ángeles te conduzcan al paraíso. Recordando a don Néstor
Por: Rodrigo Urquiola Flores | 14/06/2015
Qué triste la noticia de la muerte de don Néstor Taboada Terán. Se están yendo varios de los maestros de nuestra literatura.
Lo conocí en alguna feria del libro paceña, cuando yo trabajaba de vendedor y él presentaba su última novela, La virgen de los deseos (que, por cierto, empieza retratando la ciudad de La Paz de manera fabulosa). Era ya una persona mayor de hablar y caminar pausado. “¿Tú trabajas aquí?”, me preguntó. Estábamos en el stand de Santillana. “Sí”, le dije. “¿Lees?”, me preguntó luego. “Sí”, le contesté. “¿Te parece bien que el Premio Nacional de Novela se lo den a una novela que no habla de Bolivia?”, me preguntó de pronto (en aquella ocasión había ganado el premio La toma del manuscrito, de Sebastián Antezana, y su novela había obtenido la Mención de Honor). “No lo sé”, le dije, “todavía no la leí”, aunque en verdad, en ese momento, creía saber la respuesta: sí, me parece bien, pensaba, tenemos que aprender a leer de diversas formas, y, ahora, por lo menos como lector cotidiano (hace un par de años, cuando fui jurado del premio Marcelo Quiroga Santa Cruz, voté por una novela que no era necesariamente “boliviana”, en vez de hacerlo por una que sí lo era o que, por lo menos, lo era más: es mejor cuando a un jurado no lo mueven tanto sus animales internos, creo yo), pienso que, en el fondo, don Néstor tenía razón porque también intentaba decir algo más: ¿por qué se debe premiar el esfuerzo de un autor que no ha dedicado ese “esfuerzo” en intentar comprender lo boliviano, lo que “debería importarnos”?, ¿por qué premiar (y, por ende, dar lectores) a alguien que no le está hablando a los lectores que viven en esta tierra? Ahora sí que podría decirle a don Néstor, “no lo sé”, sin saberlo realmente.
Recuerdo con mucho cariño la lectura de esa bella novela Manchay Puytu, una novela que me enseñó que, después de todo, a pesar de todo, se puede querer a Bolivia (aj, maldita adolescencia que te hace creer que afuera está la luz) y que no sé por qué no fue elegida en esa vaina de las 15 novelas fundamentales (¿quizás porque se “castigó” a don Néstor que, antes, cuando le encomendaron la misión de elegir, puso tres novelas suyas?). Se puede querer a este país por el violento influjo que lleva bajo la piel, por la extraordinaria memoria que guarda, que esconde casi, y en la que apenas somos minúsculas partículas. Se puede querer a este país por el tibio y, al mismo tiempo, frío sonido de quena que lleva el viento del altiplano de un lado a otro, también.
Y recuerdo un cuento suyo que considero de los mejores escritos en estas tierras: “Sweet and Sexy” (si alguien lo quiere leer, escríbame: rodrigourquiolaflores@hotmail.com, con gusto le envío una copia digital). Es un gran cuento que propone un juego de ficción dentro de la ficción al mismo tiempo que hace una parodia del espíritu de las peñas y de los tejemanejes de la dictadura.
Ahora me dieron ganas de leer (leerlo será la mejor manera de recordarlo) su novela Que los ángeles te conduzcan al paraíso (que, bajo el nombre de No disparen contra el Papa, ganó el Premio Erich Guttentag, ese antecesor del Premio Nacional), que, según me comentaron, narra la vez que un pintor boliviano (¡sí, un compatriota!) intentó matar al Papa (ahora que viene el ilustre rey del Vaticano a nuestras tierras es un tiempo adecuado para leer este libro y, quizás, regalárselo –ya que le van a regalar muchas cosas, ¡salve Zeus!–, junto a algunos libros de Fernando Vallejo, por qué no). Y eso era, también, la literatura que él escribió: rebeldía, ¿en verdad es necesario que adoremos al dios y a su malherido y linchado hijo que nos trajo Cristóbal Colón en sus carabelas?
¡Grande, don Néstor!
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