lunes, mayo 27, 2013

DESOLACIÓN : (CUENTO INEDITO)




Por José Luis Claros López

El cielo esa noche ya estaba cubierto de nubes en una coloración rojiza cuando la tierra comenzó a estremecerse. El sonido profundo que provenía desde abajo de la tierra produjo un fuerte despertar a todos para luego con los ojos abiertos vivir una pesadilla que los aterrorizara en los recuerdos hasta muchas generaciones después de que muriera el último testigo presencial de los acontecimientos que se sucedieron esa noche, salieron escapando de sus casas aunque les costaba mantenerse de pie bajo la llovizna mientras las construcciones se desmoronaban; los habían quienes salieron de sus casas a toda prisa sin calzado, a medio vestir, envueltos en sabanas o menos que eso para ver con sus ojos como la tierra comenzó a rajarse en profundas grietas de donde luego emanaba un olor fuerte de azufre, tratando de protegerse buscaban un refugio esquivando a los caballos que galopaban libres escapando sin rumbo por la calles, como también tratando de no morir sepultados por las paredes que se derrumbaban por todos lados y de los árboles centenarios que derrotados caían para nunca más levantarse. Una espontanea marea de gentes corrió hacia la iglesia de ladrillos que se desplomo como una frágil cabaña de madera; entonces la tierra dejo de temblar, recién entonces se pudieron escuchar con claridad los ladridos de miedo que los perros emitían incontrolables, que se mezclaban con los lamentos de hombres, mujeres y niños.

Los relámpagos iluminaban el cielo encapotado de rojo permitiendo ver con claridad las sombras siniestras de los pájaros que se alejaban de los arboles volando con rumbo al norte, entonces nuevamente la tierra volvió a temblar, las pocas paredes que todavía quedaban en pie se desplomaron. En la calle principal las familias se abrazaban, aferrándose fuertemente de las manos, terribles relámpagos iluminaban el cielo, la palma seca de los techos de algunas casas que se habían desplomado empezó a quemarse y nadie intentaba detenerlo, rodeados por una niebla mezclada con el humo de las casas que ardían que comenzaron a cubrir el cielo oscureciendo el ambiente, para ese momento los gritos del dolor que produce la desesperación cuando se apodera de los seres humanos crean mayor pánico. Carlos Maragall logro salir de su habitación en el momento preciso cuando el techo se desplomo sobre la cama, luego junto a la marea humana con dificultad llegó hasta la iglesia que parecía ser el único edificio seguro en el pueblo.

Pero presenció en aquel instante como un nuevo temblor destruye la iglesia tirando por los suelos las campanas haciéndolas pedazos con su caída para después ser devoradas por una grieta que se abrió en la tierra, relámpagos iluminan el cielo; algunos gritan que se trataba del fin del mundo y se arrojan de rodillas impotentes esperando la muerte definitiva, pero en ese caos Augusto el hijo del carpintero se lanza hacia la iglesia en ruinas. La llovizna persiste y tan solo Maragall se arriesga entre las ruinas que arden para poder ayudar a ese hombre que desesperado buscaba gritando el nombre de su padre, pero la respuesta que pueden escuchar es de un par de heridos quienes piden auxilio y luego de un momento entre los despojos encuentran al anciano Andrés Rocha protegiendo con su cuerpo la imagen del guardián de las llaves de la puerta del cielo, su hijo al encontrarlo le abrazo con fuerza mientras sollozaba como un niño pequeño, Carlos en silencio se acerco a él y le dijo algunas palabras para intentar consolarlo.

La mañana siguiente, los vecinos del pueblo de Yacuiba enterraron en su campo santo a los cuatro muertos durante la noche del terremoto uno de ellos era el abuelo de Inés. Con el paso de los años nadie recordará que aquel carpintero trabajo en la construcción del techo de la Iglesia muchos años antes. Al siguiente día todo el pueblo emprendió una larga caminata. Los encabezaba el Padre Rafael Paoli y llevaban consigo la imagen de San Pedro rescatada de los escombros de la Iglesia. A las cinco de la tarde de aquel día, entraban a Caiza con la mirada perdida en la profundidad desdichada de la tristeza; solo murmuraban que "Yacuiba no existe” y el Padre Paoli exclamó: “Desolatus magna”.

Sin embargo, con el tiempo todos regresaron al lugar que consideraban su hogar, nuevamente levantaran las casas destruidas y consagraran a San Pedro la nueva iglesia encomendándole la protección contra todo mal, una de las víctimas más inocentes de la tragedia es Inés que perdió por el espanto el don de la palabra, pasaran varios meses antes que nuevamente gracias a la paciencia con la cual Carlos Maragall ayuda en su recuperación que se pudo dar el feliz acontecimiento de volver a escuchar el sonido de la voz de Inés.

Años después, ambos se casarían sin presentir lo que sucedería después. Ese miércoles 22 de marzo de 1899 el terremoto de Yacuiba marco VIII Grados en la Escala Mercalli “…Cayeron todos los edificios de la población incluso el hermoso templo últimamente inaugurado y levantado por la piedad de los fieles y la activa labor y celo de su abnegado capellán el R. Padre Rafael Paoli, quien salvó milagrosamente. Al caer el templo, sepultó bajo sus escombros a cuatro personas que se hallaban dentro. Han quedado varios heridos y en todo el suelo se han abierto profundas grietas…" Nº 1651 de “La Estrella de Tarija”, martes 4 de abril de 1899. Página dos; tercera y cuarta columna.
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