Respirar o comer, he ahí el dilema
Juan Claudio Lechín
Desde junio del año pasado, 44 millones de personas han caído en la categoría de “nuevos pobres” debido al alza de precios en los alimentos en el mundo, y a su consiguiente escasez (Food Price Watch, Banco Mundial, 15 de febrero del 2011). Tan aterradora noticia, no hizo sonar las alarmas en las ciudades ni la gente caminó de rodillas rogando misericordia a Dios. La percepción general, más bien, es que se trata de algo transitorio o lejano, que afecta fundamentalmente a países ineficientes, con gobiernos autoritarios y economías estatistas.
Allí, el fenómeno se ha evidenciado antes, pero creo que la causa está en la poca la cantidad de tierra cultivable en el mundo, frente a una demanda creciente.
Hace dos décadas, supe que toda la frontera agrícola del hemisferio norte era utilizada. Por lo tanto, la única posibilidad de aumentar los cultivos estaba en el sur y, efectivamente, así sucedió. Para alimentar al mundo se han ido devastando los bosques, es decir, disminuyendo la capacidad pulmonar del planeta, nuestra máquina de oxígeno.
Nada nos hace suponer que existe un freno a esta tendencia, por lo que en el futuro deberemos escoger entre desboscar y asfixiarnos o conservar los bosques y hambrear. Ambos extremos mortales. Detecto una importante falla conceptual al querer solucionar un problema trascendental —como es un herido equilibrio ecológico—, utilizando un pensamiento pragmático e inmediatista, que es el pensamiento que domina la actualidad. En realidad, para un problema trascendental debe utilizarse un pensamiento también trascendental, aunque sean disciplinas pasadas de moda como la poesía, la filosofía, la historia y el pensamiento abstracto.
Si queremos esa ayuda, debemos devolverles prestigio, respetabilidad e incluso rentabilidad. El estratega está entrenado para mirar a través del tiempo, las lógicas del filósofo son instrumentos para diseñar el cambio de paradigma que nos salve de nuestra propia depredación y el poeta sabe bucear hacia lo profundo del alma para develar, por ejemplo, la raíz anímica que transforma al consumo en consumismo, una importante causa del distrés planetario. Y son la literatura y la historia, conocimientos hoy relegados, los que nos advierten que durante las crisis, aprovechan los malhechores para agitar los miedos más hondos, tentando a las sociedades a cometer disparates y exterminar a los débiles para que las tierras, el agua y el aire rindan para los más fuertes. ¿Cómo mejorar el paradigma liberal, el cuál junto a los derechos ciudadanos y el bienestar también nos empuja a la devastación de la naturaleza?
No hay respuestas integrales que sean rápidas. Ni es seguro que el pensamiento trascendental prevenga las catástrofes. Pero teniéndolo en el anaquel de la humanidad, necio sería no usarlo para intentar, por otros flancos, desentrañar los secretos del enigmático globo cuyo cuerpo, solo conocido en la superficie, cumple años cada milenio. Además, nos servirá para seguir indagando los secretos del también desconocido depredador: el alma humana. Todo esfuerzo es poco y le debemos, a la vida, el compromiso de indagar sin descanso para sembrar un futuro que germinará cuando ya no estemos.
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