Un cuento inedito de Daniel Averanga Montiel
El joven escritor Daniel Averanga Montiel me acaba de enviar un cuento inedito que mezcla realidad con ese deseo interno de el escritor de seguir escribiendo apesar de los desvelos y la falta de lectores,es un cuento bastante interesante y espero disfruten de su lectura como lo hice yo despues de leer su mensaje.
EL CUENTO DE AVERANGA MONTIEL
Sobre escribir y sobre sus consecuencias
"Comenzaré.
Este blog estudia y socializa la rica, dulce, cachonda y humana experiencia de lo que se ha venido a llamar literatura. No soy un escritor consagrado ni creo que lo sea algún día, pero lo que sé hacer (y creo que también todo el mundo sabe hacer) es contar historias; quizás me falta lo otro, y eso, estimado lector o lectora, es lo que me diferencia de un Böll o un Cerruto: disciplina.
La plata no sirve para escribir bien. La plata sólo te consigue las herramientas a medias: yo puedo comprar un «2666» de Bolaño, que me servirá si lo leo; por ello los libros son una herramienta a medias: no sirven si no los sabemos usar bien.
Tampoco sirven las influencias, en todo arte es así: recuerden a Milli Vanilly o al cantante falso de América Pop, que hacía playback mientras al pobre Gastón Sosa lo ocultaban por ser chatito y feo. Sólo la concentración con disciplina logra la creación de un arte como el del escribir.
Por aquello me metí a experiencias lúdicas (por no decir lúndicas) para aprender a ser disciplinado y así, luego de mucho tiempo, obtuve mi primer encuentro con aquel fantasma.
No creo que Miguel cuestione mi testimonio, y menos que me contradiga, pero bueno, si él no me cree y ustedes, estimados lectores tampoco, no importa: ya les dije que sé contar historias, pero lo que me falta es poseer la verosimilitud salida de la disciplina... aquélla que poseen los paxp´akus y que han sabido alimentar a través de los años; por aquello, lo que a continuación describo, es mi primer contacto con un muerto.
Eran las once de la noche y yo escribía esa novela que no salió premiada en el certamen del nacional de novela, eso hace un año ya, cuando escuché que la silla que estaba a mi derecha y que estaba vacía se movía.
Dejé de escribir y de escuchar por el reproductor de Windows Media una canción de Anabantha (Sacrosanto y Macabro, creo), y contemplé la silla, que, para sorpresa mía, refugiaba a una sombra.
Me miró. Yo no supe que esas esferas negras eran sus ojos, hasta que los noté enfocándose en los míos. Era la figura de una mujer: una silueta que guardaba un parecido raro con un personaje que acababa de matar en esa novela (que como ya saben, no ganó por obra y gracia del Scott Moreno); así que me sentí un poco mal. Creo que empalidecí, pues sentí la sangre abandonar mi rostro... la figura estaba cubierta por greñas sucias y frías (esa cabeza fantasmal estaba tan cerca de mí, que sus cabellos rozaron mis dedos crispados) y los ojos, ocultos en esa maraña de pelos, salían con furia para mirarme.
Sabía que era un buen personaje, y que la había asesinado a sangre fría, por lo cual sentí que era injusto con ella. Aspiré hondo el aire frío que exhalaba ella desde su cuerpo muerto, y le dije:
«No te preocupes, te voy a revivir en otra novela, que también concursará al año».
La aparición emitió un sonido horrendo, como si riera penosamente.
«No te preocupes, pues, tranquila».
Los dedos del fantasma me tocaron los muslos. Los dedos penetraron mis muslos.
«Ya» dije, molesto. Me aparté, le miré a los ojos negros y supe que ella sentía pena por morir, y pena por ser a la vez un personaje creado. A ver, si uno muere y es fantasma, quizás no sea tan trágico; pero si uno muere y es fantasma, pero un fantasma de alguien que no existió nunca, sino en la mente de un joven aspirante para escritor, creo que el asunto resulta más terrible, pues.
«Mirá Carla» así se llamaba mi personaje, «yo no sé si puedo decirte esto con franqueza, pero no jodas, nunca exististe, nunca... y te maté, ¿qué piensas hacer? ¿Asustarme acaso?... Ni siquiera le temo a los fantasmas reales, y te voy a estar temiendo a vos...»
El fantasma me señaló, ahora llorando, y dijo, como con una voz pétrea (la de un fumador empedernido):
«Te voy a seguir molestando hasta que me revivas, hasta que cuentes otras historias mías: no te vas a deshacer de mí, nunca...»
Desapareció.
Desde esa noche, escribo para que ella ya no me moleste: es la deuda que le debo a esa fantasma llamada Carla.
¿Por qué?
No pregunten... sólo sé que a la mañana siguiente, descubrí que una vecina mía, que vivía a tres casas a mi derecha, había asesinado a su hija llamada Carla.
Y por aquello de por si acaso, sí me asusté.
Creo que por eso escribo ahora una novela distinta para ese certamen... con una Carla por ahí, feliz, tierna, y viva.
Muy viva".
Daniel Averanga Montiel
Agosto del 2009.
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