miércoles, octubre 17, 2012

“Claudina” se reedita después de 157 años





Por: Ruben Vargas

 Él se llama Julián, ella Claudina. Corre el año 1847. Él es un sargento mayor del cuerpo de Infantería de Línea del Ejército boliviano. Ella, una adolescente que huyendo de su casa en Tarija ha llegado a los valles de La Paz. El autor insiste en que a la pareja le une un auténtico y profundo amor. Sin embargo, el país está en las vísperas de un posible conflicto armado con el Perú y Julián debe unirse al ejército y partir. Esos son los primeros tramos de la historia narrada por José Simeón de Oteiza en la novela titulada Claudina, una de las primeras que se escribieron y publicaron en Bolivia. La primera edición —y hasta ahora la única conocida— está fechada en agosto de 1855 en La Paz de Ayacucho, como se llamaba entonces la ciudad. La segunda edición circulará, como un regalo para sus lectores, junto a la edición de La Razón del sábado 20 de octubre, por un acuerdo entre esta casa editorial y el Banco Central de Bolivia, en cuya biblioteca fue encontrada la novela. Hallazgo. El hallazgo lo realizaron funcionarios de la Biblioteca Casto Rojas del Banco Central de Bolivia en 1997, mientras realizaban labores de reordenamiento del material bibliográfico de este repositorio especializado en economía. Hasta ahora se ha logrado establecer que el libro ingresó a esa biblioteca como parte de un lote de libros adquirido en 1972. Poco se sabe sobre el autor de la novela Claudina. En la Biblioteca boliviana de Gabriel René Moreno, en la entrada correspondiente a Oteiza, no figura Claudina pero sí otros dos escritos suyos. El primero es un folleto de ocho páginas fechado en 1857: una felicitación al presidente Jorge Córdova con motivo de su cumpleaños. El segundo, fechado en 1858, y publicado presumiblemente en Lima son unos versos contra el presidente José María Linares, quien un año antes había derrocado a Córdova. Hasta hoy, las novelas bolivianas más antiguas conocidas son Claudio y Elena, escrita y publicada por Manuel Vicente Ballivián en Londres en 1834, y Soledad de Bartolomé Mitre publicada en 1847. Mitre era argentino, pero su novela fue escrita y está ambientada en Bolivia. Ambas novelas son anteriores a la Claudina de Oteiza. Claudina es una novela breve de algo más de 50 páginas escrita en un estilo llano. El autor, en el preámbulo a su narración, deja dicho que no se considera un escritor, pero que quiere salvar del olvido un suceso que, aparentemente, habría sucedido en la realidad. 

Primeras páginas de la novela de Oteiza Preámbulo 

“No escribimos un libro, narramos simplemente un hecho que ha pasado a nuestra vista, pero que tal vez está ya olvidado; su recuerdo puede servir a extirpar algunos extravíos a que suelen conducirnos el acaloramiento o la exaltación de nuestras pasiones. Felices nosotros si logramos mantener siempre viva la imagen de ese acontecimiento, para contener o evitar su repetición, y a nuestra sociedad ahorrarle la presencia de una tumba señalada con un crimen.” “No tenemos la presunción de saber escribir, por el contrario, paladinamente confesamos que éste es nuestro primer trabajo literario; sin embargio, procuraremos que las partes contitutivas del escrito, es decir, los pensamientos y el lenguaje, o sea la expresión de estos, así como las voces y las cláusulas, armonicen en lo posible para evitar el ridículo o hacer una obra desaliñada.”I. el urmiri. “Era la tarde del 11 de marzo de 1847. Una nube rojiza con vetas negras, anuncio infalible de tempestad, se ostentaba sobre la cima blanquecina del Illimani. El Astro del día pronto a negarnos su encendida luz, diferentes obeliscos dibujaba en lontananza sobre aquella cabeza llena de canas, que parecía enorgullecida con mirarse tan superior y casi a la altura de la nube que sostenía. El buitre sin embargo se cernía todavía a tan inmensa elevación, y con su vista fija hacia la tierra, buscaba un objeto cualquiera que sirviera de alimento a su rapiña. El crepúsculo, y último adiós del día que se va y anuncio de la noche, reflejándose todavía en las blanquiscas ondulaciones del Gigante de Bolivia, alumbraba débilmentelas cenicientas rocas del Urmiri. Un terrible huracán de los que tan frecuentemente se dejan sentir a estas horas y en la estación de las aguas, hacía oír a lo lejos sus tremendas detonaciones; pero derrepente cubriéndose la atmósfera con un manto negro y aterrador y bramando furiosamente una espantosa tempesdtad, parecía anunciar algo que la imaginación no preveía”.

 Fuente: Tendencias
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