martes, octubre 04, 2011

ROBERTO ARLT : Un ensayo literario de Iván Castro Aruzamen




Roberto Arlt en 1928 declaró que se sentía vivir en un mundo del que había desaparecido la piedad y donde la pena del escritor se traducía en violencia equivalente a la de tirar bombas o instalar prostíbulos. Por esas y muchas razones, la narrativa de Arlt, es una literatura en todo el sentido de la palabra porteña e universal. El vanguardismo arltiano del autor del Juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, constituye la voz dolorosa y perpleja de la expresión migrante en la Argentina, pero, al mismo tiempo, es la expresión transgresora de lo académico en la narrativa argentina hasta ese momento catalizada en Don Segundo Sombra de Güiraldes. En el momento de su aparición (1926) ambas visiones generaron senderos que se bifurcan: Güiraldes en su novelística es la exposición más acabada del nacionalismo y academicismo, por su lado, Arlt, es el estilo progresista, desordenado, que sale de esa postura güiraldiana y en cierto modo transgresora de los cánones establecidos.

Arlt, crea personajes exasperados que traducen sus propios odios y protestas, frente a una sociedad, como la bonaerense, que gradualmente se va despojando de valores humanos como la piedad o la solidaridad. No es gratuito en ese sentido que el narrador-personaje de El jorabadito diga: “Es terrible… sin contar que todos los contrahechos son seres perversos, endemoniados, protervos…, de manera que al estrangularlo a Rigoletto me vea con derecho a afirmar que le hice un inmenso favor a la sociedad, pues he librado a todos los corazones sensibles como el mío de un espectáculo pavoroso y repugnante”. Mucho menos es al azar, la frase con que refiere a Rigoletto como el “repugnante corcovado que jamás habría sido amado, que jamás conoció la piedad angélica ni la belleza terrestre”; Arlt, hace de sus personajes la consecuencia fatídica de una sociedad cada vez más sombría y que se desmorona en la desvinculación social camino inevitable hacia un individualismo aberrante.

Ya desde su primera obra, El juguete rabioso, y en sus trabajos mayores Los siete locos y Los lanzallamas, Roberto Arlt, contrariamente a la prosa académica que se esfuerza por construir un nacionalismo definido, va entreverando la anécdota, el chiste, la ironía y, por momentos, el costumbrismo. Así Rigoletto, no es sino la concentración más acabada de la ironía arltiana: “-¿Y dónde está la banda de música con que debían festejar mi hermosa presencia? Y los esclavos que tienen que ungirme de aceite, ¿dónde se han metido? (…) ¿Cómo no han tenido la precaución de perfumar la casa con esencia de nardo, sabiendo que iba a venir?”. Esta manera de escribir y de ironizar la sociedad desvinculada, no sólo abría nuevas posibilidades a la narrativa de la primera mitad del siglo XX en el río de la Plata, sino que además, contraponía al academicismo la transgresión como una posibilidad de expresión literaria capaz de develar los sórdidos escondrijos de una sociedad corroída y envilecida por el individualismo materialista, que además se esforzaba por esconder la escoria social fraguada en su seno. Cuando Arlt, en su peregrinaje, al igual que el personaje de El juguete rabioso, no sabe lo que iba a ser, lee el primer capítulo al maestro Güiraldes, pide que la esposa de éste último no esté presente, porque algunos pasajes y expresiones podrían herir la sensibilidad femenina de la dama, sabía que su voz literaria era la voz de la calle y la cotidianidad, hasta ese momento tan ajena para el naturalismo o el realismo descriptivo. Y es por esa razón, que la literatura de Arlt, encontrará un enorme eco en el público y no quedarse sencillamente en un pequeño círculo de iniciados. Pero, también, sin caer en el nacionalismo de Güiraldes, Arlt hace de su narrativa un gran diario nacional íntimo sobre el Buenos Aires, que fruto de una constante ola migratoria es cada vez más ajeno para sus habitantes. En los personajes de Arlt, una galería de retratos, en los que aparecen el rufián, el irónico, el desalmado, como Endorsain, Rufián o Ergueta en Los Siete locos, o Silvio Drodman Astier, un juguete rabioso que se descompone y se arma por la fuerza de los fracasos, o la señora X del El jorobadito –construida en la atmósfera kafkiana– son la expresión más honda y extensa de una sociedad escindida por la impiedad.

En cuentos como Un error judicial, El jorobadito, Pequeños propietarios, subyace de manera poderosa, la visión de un Arlt, que mira su país con ojos descalabrados, en la que lo salvaje, la crudeza, lo exasperante son el fruto del aturdimiento. “Los dos propietarios se odiaban con rencor tramposo”. “Tal sentimiento había madurado al calor de oscuras ignominias, y la teñía de colores distintos de desemejanza de desgracia que deseaban”. Si Roberto Arlt, como sostiene Anderson Imbert, escribía mal y componía mal, el incansable hábito del creador llegó echar por tierra todas esas falencias de recursos presente en sus trabajos. Para Arlt, una sociedad que pierde el vínculo, sea esta por la falta de piedad, la conmiseración, la solidaridad, la libertad, está condenada al fracaso y el resquebrajamiento social.


Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo
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