lunes, octubre 03, 2011

Homero , la conspiración de los viejos




“Las ciudades son como los seres humanos, solamente odian cuando están dejando de ser jóvenes y ven la vida con otros ojos, más cansados, más desilusionados”. Una mirada a la última novela de Homero Carvalho, una historia de venganza con olor a pólvora

Por Róger Otero Lorent

Meses antes de saber que iba a ser el presentador de La conspiración de los viejos le pregunté a Homero Carvalho por casualidad qué estaba escribiendo. Él me respondió como todo apasionado artista que acaba de internarse en un nuevo laberinto de ficciones de una novela policial. “Se trata de un asesinato a un muchachito del Beni, por el cual el pueblo reacciona e intenta buscar venganza a través de una cofradía de ancianos”, me comentó escuetamente.
Con tan poca información adiviné que, tratándose de Homero Carvalho, aquella novela cobraría nuevos matices literarios dignos de leer y comentarse.
Tuve la suerte de tener el primer libro sacado de imprenta y lo devoré en menos de un día. Me gustó la historia, la combinación de la voz omnisciente en tercera persona con los diálogos gramaticalmente correctos, el pintoresquismo de los personajes, el conflicto que se genera tras el crimen como detonante, la forma en que se resuelve el conflicto, y el desenlace, que coloca bastante bien la cereza sobre la torta. Descubrí en el asesinato de un inocente, el color local de un western posmoderno ambientado en Trinidad (Beni), el mítico lugar de las deudas saldadas a punta de balazos.
La ley del revólver, al estilo de Los imperdonables, de Clint Eastwood, se impone en las últimas fuerzas de unos viejos decrépitos que se reúnen a diario en la plaza del pueblo para planificar la venganza de Alejandro Rodríguez, cuyo hijo fue asesinado a sangre fría por el pescador Francisco Noe Maturana, descendiente de los indígenas mojeños de la zona.
Que la víctima fuera un niño con retraso mental, huérfano de madre y única compañía del padre, ya anciano, suscita la paradoja de que asesinar al asesino es la solución perfecta para aliviar el dolor de la pérdida. Porque el dolor que nace tras la muerte de Benito contagia a todos como si fuera la propagación de una enfermedad incurable.
El pueblo, herido ante la desgracia, reclama justicia a través de una acción conjunta comparable a la Fuenteovejuna, de Lope de Vega, aunque con final tan anticipado y bien logrado como Crónica de una muerte anunciada, cuya presencia ‘garciamarquina’ también se distribuye en elementos del realismo mágico propio de la vida de nuestros pueblos latinoamericanos.
La conspiración de los viejos entreteje las historias de José Pedro Romero, Manuel Adán Roca, Miguel Durán y Huáscar Justiniano, cuatro viejos septuagenarios, entre solitarios y acabados, que tienen dificultades para mantenerse a flote en la sociedad, pero que tras la muerte del hijo de otro compañero de generación, ven la oportunidad de resarcir su conquista por la vida.
Homero no cuenta una historia de venganza, sino de justicia, y de justicia comunitaria, la más contradictoria de las justicias, porque a los justicieros les invaden preguntas como “¿vale la vida de alguien nuestra propia alma?”.
Pero como la única corrección moral que los anima es la amistad, la siguiente respuesta asoma sin aspavientos: “De viejo no se puede traicionar la amistad porque sería traicionarse a uno mismo”.
Nuestros héroes son personajes que exponen la culminación de la vida e inconscientemente asumen que el asesinato será una redención para ellos y lo que creen que debería ser el nuevo pueblo. Esta trama policial conserva una mirada crítica de la política boliviana, disparada desde la plaza trinitaria, cónclave para la conspiración.
El retrato diagnóstico que desde allí se dibuja alcanza niveles mediáticos de los hechos más famosos de nuestra realidad.
La novela habla de cuatro viejos, un matón, algunas putas, varios narcoarrepentidos, un par de niños con retraso mental, un crimen, el sistema corrompido, una conspiración y una venganza con puños de justicia.
Habla de villanos casi míticos, habla sobre la evolución de la droga como báscula del poder político en Bolivia y habla de la vida en sus bifurcaciones más grisáceas. Intervienen personajes increíblemente reales que habitan nuestro territorio, descritos en un párrafo con tal contundencia que parecerían el resumen de otras buenas novelas.
La conspiración de los viejos sostiene un conflicto pesado y flexible al mismo tiempo, capaz de convertir a los malos en buenos, y a los buenos en malos, de hacer cómplice al más moral de los lectores, pues las razones de un asesinato también pueden ser las razones de la nobleza y el equilibrio moral.
Esta es una ironía que nos vacuna, a punta de balazos, la decepción contra el conocimiento de que un indefenso ha muerto cruelmente.
El olor a pólvora que ansiaremos respirar conforme demos vuelta a las páginas anestesiará nuestros sentimientos de culpa por un hecho del que participaremos todos, contribuyendo al desagravio. Y surgirá de tal forma que el malhechor pronto se convertirá en el fantasma del pueblo, incluso sin antes haber muerto.
Esto provoca una lectura hedonista, morbosa y reflexiva. Con tanto de Crimen y castigo como de Las lágrimas de Julian Po. Es una paradoja que electrifica y mantiene en vilo la búsqueda del desenlace anticipado, solo por el placer de vivir el momento en que el padre de Benito pueda regresar a su casa en paz.
Es la historia que todo escritor quisiera escribir, y que todo director de cine debería estar en posición de querer filmar. Ustedes, como lectores, luego afirmarán qué es lo que más disfrutaron al leer esta obra.
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