miércoles, junio 14, 2006

Paz Soldàn publica cuentos ambientados en USA




Maximiliano Barrientos

- Cuentos ambientados en Estados Unidos....
- Tengo alrededor de 160 cuentos escritos, entre relatos breves y cuentos tradicionales. Lo raro para mí es que ya son 20 años los que llevo viviendo en Estados Unidos y que solamente tenía 16 cuentos ambientados en ese país. Mi imaginario, mi obsesión sigue siendo Bolivia, las diferentes versiones de Bolivia. Me pareció interesante armar algo que tuviera que ver con mi relación con Estados Unidos en estos 20 años, que no es un territorio que haya explorado literariamente. Lo hice de una forma esporádica e intermitente. Me pareció que era una buena oportunidad para juntar estos cuentos.
- ¿Qué periodos abarcan los cuentos del libro?
- Hay historias de Las máscaras de la nada, que es de 1990. Yo llegué en el 88 a Estados Unidos. También hay relatos de Desapariciones, que es de 1994. En los últimos años hay más cuentos; sin embargo no es una exploración significativa. No intenté buscar continuidades, no sé si en el libro se puede dar una imagen coherente de Estados Unidos.
- Faulkner es uno de los cuentos más interesantes del volumen.
- Cambié el nombre de ese trabajo. Originalmente, en Desapariciones, se llamaba Viaje a Oxford. Yo vivía a cuatro horas de esa ciudad y tenía el sueño de conocer el lugar de Faulkner. Incluso como tema pensé en escribir un cuento sobre mi visita a la ciudad de Faulkner. Estuve un fin de semana, me impactó y cuando me puse a escribir el cuento, lo más curioso que me pasó es que cuando los personajes llegan a Oxford, me di cuenta de que ya no necesitaba la ciudad, el cuento era el viaje. Yo tomé nota, me conseguí mapas, porque hay todo un viaje turístico para visitar los escenarios que inspiraron a Faulkner. Era una cosa como para sacarle mucho provecho, incluso para hacer una crónica más que un cuento.
- El cuento es un viaje a la ciudad de Faulker pero antes que nada es un cuento sobre la relación entre padre e hijo, sobre las incomunicaciones que cruzan esa relación.
- Yo no pensaba en ninguna cosa simbólica, pero ese cuento fue leído en España de esa forma. Becerra, un crítico, lo veía como un símbolo de nuestra generación y de la forma de relacionarnos con los escritores de generaciones anteriores. La relación padre e hijo, ya que Faulkner fue un escritor muy importante para el boom, está presente en Vargas Llosa, en García Márquez y en otros autores. El cuento ellos lo veían como la relación que tenemos nosotros con los escritores del boom, con nuestros padres literarios. Cuando lo escribía no pensaba en eso, pensaba más en la cosa familiar, en la relación que tuve con mi padre. Es un cuento muy íntimo y personal.
- Ese cuento -y muchos otros que conforman el volumen- están muy cerca de lo que denominan realismo sucio. Ahí se siente a Ford, a Tobias Wolf...
- Es curioso, porque es un cuento de hace más de diez años. Yo acababa de llegar a Estados Unidos y mis influencias eran más latinoamericanas que norteamericanas. Fue la época en que empecé a leer escritores norteamericanos de manera más asidua. Los cuentos que ahora estoy escribiendo van más por la línea de ese relato que por la de los latinoamericanos como Borges o Cortázar. En este momento no hay una influencia procesada. Cuando lees a un escritor, en vez de escribir notas en tus diarios, escribes un cuento. Eso me pasó en ese cuento. Después de vivir diez años en Estados Unidos empecé a entender a escritores como Carver y a toda la tradición norteamericana. Yo creo que si hoy lo publicaría en el próximo libro de cuentos que saldrá el año que viene, llamado La inquietud de las criaturas, es un cuento que no desentonaría con el resto, pero en Desapariciones era un cuento raro, porque en ese entonces estaba más interesado en el final sorpresivo y en todas las cosas que vienen de Borges. Pesaba más la trama que la cuestión psicológica.
- Se suele decir que las dos grandes tendencias del cuento contemporáneo las marcaron Poe y Chéjov. El primero es el predecesor del cuento cerrado, de trama perfecta, que desemboca en gente como Cortázar y Borges. El segundo, que influyó en casi toda la tradición norteamericana, es el precursor del relato de situación, con tramas abiertas, donde el peso radica en otra cosa y no en la trama perfecta. En la literatura boliviana pesó más esta primera tradición y en Norte confluyen las dos corrientes, ¿cómo analizás este fenómeno?
- Primero esta esa cosa del cuento cerrado. Antes, cuando escribía un cuento, pensaba en el final. Si no tenía el final cerrado, el golpe de efecto que no debía ser artificial, no escribía el cuento. Recuerdo la primera vez que leí a Hemingway, que es muy Chéjov; lo leí a los 19 años, no me gustó porque sentí que el cuento terminaba dos páginas antes, sentí que le faltaban páginas al cuento. No había resolución, ni epifanía. La epifanía me sucedía a mí dos días después, porque tenía la impresión de que algo había pasado pero de una forma muy subterránea. No era esa cosa de los juegos de artificio de Cortázar o Borges, esa cosa del impacto que cualquiera nota. Diez años después, viviendo en Estados Unidos, empecé a apreciar ese tipo de literatura, la que viene de Chéjov. Hoy, por ejemplo, me cuesta mucho escribir los cuentos cerrados que escribía hace 15 años. Los últimos cuentos que hice son más abiertos y tienen que ver con vivir en Estados Unidos; poco a poco vas formando parte de esa tradición y la vas respetando y vas aprendiendo de ella.
-¿El apreciar ese otro tipo de literatura no se relaciona con cierta educación sentimental? Por ahí a medida que vas envejeciendo, Chéjov se vuelve un escritor más querido que Poe.
- Yo creo que lo ideal sería tener una diversidad de registros y pensar que ciertos cuentos se pueden resolver mejor a partir de Borges y pensar que otros se los resuelven mejor a partir de Carver. No hay crítico más devastador que el crítico joven, porque es muy desdeñoso y suele pensar: 'ya que Borges es bueno, Chéjov y Hemingway no entran'. Con los años, descubres que hay espacio para Chéjov y Borges, que pueden convivir.
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