jueves, junio 29, 2006

Pasan los dias : Una novela de Ximena Arnal Franck



Virginia Ayllón

¿Qué hace una mujer mirando desde una ventana? ¿Qué mira esta mujer? Estas preguntas son la primera sensación que me ha provocado la lectura de esta nueva novela de Ximena Arnal. La imagen de una mujer mirando desde la ventana nos puede llevar al cuadro en que Salvador Dalí plasma a su hermana Ana mirando la Bahía de Cataqués.
Y al igual que el hermoso óleo del español, la novela de Ximena plantea un juego espacial doble ya que los lectores, al igual que el
observador de aquel cuadro, somos introducidos en la escena que ella contempla de espaldas a nosotros.
Es decir, por este efecto, somos partícipes privilegiados porque esta mirada nos inserta al espacio que la mujer contempla y, además, podemos contemplarla a ella, mirar su propia contemplación.

Una cita de Blanca
Esta especie de movimiento arquitectónico de la proyección y de la perspectiva hace del lector un ser tragado, ingresado a la narración de la novela, lo que le causa sensaciones de complicidad, curiosidad, rechazo, ganas de huir —seguramente en algunos casos—, pero siempre, siempre una curiosidad extrema, un ansia también extrema.
Por lo dicho anteriormente, esta novela precisa de lectores exigentes que se animen a armar la novela a medida que la leen, a reescribirla desde su atención a los signos que muy de a poco entrega el narrador. En ese sentido, es una aventura leer esta novela y lo único que se nos entrega por anzuelo son las preguntas.
Y precisamente hablando de ventanas, Blanca Wiethüchter, en un comentario a la novela De la ventana al parque de Jesús Urzagasti, decía que la misma era “…una demarcación del espacio al abrigo del cual las relaciones pueden establecerse, los personajes hablar. El narrador es una conciencia central que no se descubre. Él maneja los hilos y el mundo se construye concéntricamente durante [un] espacio (…). A partir de esos centros se entrecruzan los hilos que pueden extenderse hasta lo infinito. (…) Los personajes colocan sobre su destino una marca, un matiz, un silencio, una coloración específica que es la señal de su contemplación del mundo…”.
Esta cita de la poeta nos puede ayudar a comprender que ésta es también una novela o más bien una narración de la mirada. Desde la escritura podemos decir que la narración de la mirada es aquélla que de manera irreflexiva transforma los sentidos desde la primera imagen con los recursos de la textura interna.
Pero todo acto de mirar instaura y reproduce el juego de espejos, ya que siempre existirá algo oculto detrás de lo mirado y desde ahí aparecen las preguntas, las situaciones de enajenación temporal y espacial, laberintos todos que tienen la virtud de la obligatoria mirada a sí mismos.
No es fácil pues, no es nada sencillo mirar porque supone mirarse y a veces el impacto es tan grande que pretendemos cerrar los ojos y dejar de mirar, evitar el laberinto. Mas esta posibilidad no existe en la lectura de la novela de Arnal porque a propósito
ella instaura otro elemento estructural que es la pregunta.
Y así como la ventana fue el primer elemento útil para armar la obra de arte, la pregunta es el segundo. La novela se inicia y concluye con preguntas intercambiadas por los protagonistas centrales de la trama.
Pero este intercambio de preguntas y breves respuestas no aclara nada; en el caso de la inicial, esta pregunta —como ya dije antes— es el anzuelo que atrevidamente nos pone como lectores seguros de la historia. En el caso del juego de preguntas y respuestas finales, ya no se trata de un anzuelo pero tampoco de un cierre porque en sus más de doscientas páginas, la novela no nos dará ninguna respuesta.
En todo caso nos planteará más preguntas, de las cuales, la última es una más. Me llama terriblemente la atención el cómo Ximena ha hecho de la ventana y las cortinas su lugar de narración. Ya en Tres mujeres en Invierno nos había puesto ante el armazón de uno de sus personajes a través de su mirada que se tornaba totalmente identitaria cuando sucedía a través unas raídas cortinas, impregnadas de grasa.
Pero, ¿qué mira esta mujer por la ventana? La ciudad, sus montañas, su pasado, su presente, sus temores, sus pretendidas certezas y sus miedos, fundamentalmente sus miedos. Como los miedos de todos los otros personajes que se hacen también mirando a través de alguna ventana o negándose a mirar a través de ella.
No siempre es luz lo que hay afuera, no siempre es tristeza lo que hay afuera y, a veces, puede encontrarse la serenidad mirando desde una ventanilla de un taxi cualquiera.

Miradas contra la narradora
Pero, Ximena lo sabe, no se narra para narrar o no se narra nada más por narrar. Todo escritor y escritora sabe que iniciar una narración es iniciar una aventura, feroz y descarnada las más de las veces.
Esto también sucede en la novela de Ximena, ya que aunque retrasado, alejado a propósito, llega el momento en que cada personaje inicia la mirada a sí mismo y, luego, muy pronto llega la terrible etapa en que todos los personajes se dan la vuelta, ya no están de espaldas y todos, en conjunto, preguntan a la narradora, la cuestionan, la interpelan.
Tú y yo sabemos, Ximena, que escribir es un acto de conciencia y porque eso está muy claro en esta novela, debo, en primer lugar, agradecerte su creación, agradecerte que me hayas dado la posibilidad de leerla; pero debo, en segundo lugar, sugerir, invitar y ojalá seducir a todos ustedes se acerquen a esta notable aventura que se inicia mirando a alguien que mira y cuando concluye, cuando cerramos el libro el libro, estamos mirándonos a nosotros mismos.
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