El mundo de Paz Soldán
A diferencia de ciertos autores y supuestos críticos de literatura que por prejuicios y/o complejos no leen a los nuestros, yo sí lo hago, y no por orgullo nacionalista o chauvinismo literario, simplemente porque creo que tenemos buenos escritores. Así fue que entre mis lecturas descubrí en 1990 a Edmundo Paz Soldán, un escritor cochabambino nacido en 1967; es decir, de la generación que sucede a la mía.
Me gustó su primer libro de cuentos, Las máscaras de la nada, y luego el segundo, Desapariciones. Nos conocimos a finales de la década del 90. Ya para entonces empezaba la polémica acerca de la literatura de Paz Soldán. Su mundo personal más que el literario fue duramente criticado por algunos escritores y literatos bolivianos (dicen que para que el cuchillo corte tiene que ser de la casa). No le perdonaban su procedencia socioeconómica y el hecho de que se haya ido a estudiar al extranjero. Criticaban al autor y no a la obra. Años más tarde, un estudiante de la carrera de Literatura de la UMSA escribió un artículo en el que afirmaba que tanta era la bronca de algunos docentes, que poco faltaba para que haya una materia en contra de este escritor que ha sido exitoso dentro y fuera del país. Es justo reconocer que ahora son más los egresados que se ocupan de nuestra literatura para valorizarla y guiar a los lectores, antes que defenestrar a los autores. En 1997 su cuento Dochera ganó el premio Juan Rulfo, y Edmundo me contó que hubo algunos escritores que, dudando de la veracidad, gastaron su dinero llamando a Francia, a la oficina de los organizadores, para confirmar si el galardón era real. Al comprobarlo se quedaron callados y no tuvieron la hidalguía de reconocerlo.
En cierta ocasión, conversando con Wálter Chávez, creador del semanario El juguete rabioso, coincidimos en que el solo hecho de seguir escribiendo pese a toda la crítica que se desató los años siguientes contra Edmundo demostraba que era un verdadero escritor. Edmundo tuvo que cargar con los prejuicios políticos heredados de mi generación, que señalaban que debíamos ser escritores comprometidos contra las dictaduras, contra las injusticias sociales y que no importaba ser leídos sino hacer la revolución; y tal vez esto era lo correcto mientras hubo dictadores, pero recuperada la democracia, a algunos nos costó aceptar que ésta inauguró diversos registros literarios, abrió el abanico; otros se quedaron en los años 70.
Edmundo mostró a las nuevas generaciones de escritores que se deben aprovechar las oportunidades que la vida nos da y que no está mal asumir que el mayor compromiso de un escritor es con la palabra. Y, para pesadilla de sus detractores, lo ha vuelto a demostrar con una nueva novela, esta vez de ciencia ficción: Iris, que esperemos llegue pronto al país. Cuando viajo a encuentros literarios en el exterior, su nombre es de los pocos que se conoce de las actuales generaciones de escritores bolivianos. Gracias a las musas el número de escritores que publicamos afuera del país está aumentando, y eso es bueno, pues cuando se habla de un escritor boliviano es una referencia obligada a la literatura nacional.
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