Guillermo Ruiz Plaza: “La literatura boliviana debe dejar de buscar el reconocimiento en el exterior como requisito para el éxito”
Por: Santiago Espinoza A. | 01/09/2013
“Seudopoeta y paraescritor”. Con esas palabras se define Guillermo Augusto Ruiz Plaza (La Paz, 1982), una de las voces más notables y prometedoras de la literatura boliviana actual. Radicado desde hace ya varios años en Francia, donde ha cursado estudios universitarios de Filología Hispánica y Literatura, Ruiz Plaza volvió a Bolivia en agosto para presentar sus más recientes publicaciones: el libro de cuentos La última pieza del puzzle y la monografía Eduardo Mitre y la generación dispersa, ambos editados por la renovada editorial 3600 (otrora Gente Común). El primero de ellos ha sido editado tras haber ganado el Premio Municipal de Literatura de Santa Cruz del pasado año, un galardón que el autor ha recibido por segunda vez, luego de haberlo merecido en 2009 por El fuego y la fábula (Gente Común, 2010). A estos reconocimientos se suma la mención que obtuvo en la edición 2007 del Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal” por su primer libro de poemas, Prosas sacras (Plural, 2009). La imposibilidad de asistir a los actos de lanzamiento de sus más recientes trabajos, organizados a mediados del mes pasado en La Paz y Santa Cruz, derivó en una promesa de entrevista con Ruiz Plaza, que es la que ahora se publica en esta páginas. Contestada generosamente por vía electrónica, esta entrevista ofrece una muestra del rigor, la pulcritud y la lucidez con que el escritor paceño “comete” la escritura. A más de la calidad de su escritura, que puede ser también y mejor apreciada en sus libros, a través de sus respuestas se permite evocar el origen de su compromiso con la literatura, revelar los pormenores del proceso de escritura de sus más recientes obras, analizar la evolución de su narrativa y reflexionar sobre su pertenencia a eso que suele llamarse “literatura de género”. Así también se atreve a hacer un examen crítico de las letras bolivianas actuales, compartir sus lecturas y autores de cabecera -dentro y fuera de Bolivia-, observar las implicaciones de hacer literatura en español desde Francia, reconocer el poder regenerativo de sus periódicas visitas al país y hablar de su futuro, del literario y el personal, aunque, eso sí, sin ofrecer certezas.
¿Cómo nació tu relación con la lectura y la literatura? ¿En qué momento decidiste que querías convertirte en escritor?
Fue en la biblioteca de mi abuelo, René Ruiz González. Una biblioteca impresionante, penumbrosa, llena de tomos innumerables. Pero lo que más me atraía y hasta me embriagaba, siendo niño, era el olor de los libros. Para mí, era la fragancia del tiempo. Es mágico ese tiempo encerrado, ese vértigo de siglos atrapado en unas páginas, tan discreto en su quietud. Así, desde un principio, fue una atracción sensual, casi sexual, a la letra impresa y a los mundos que comporta.
¿Cómo nació La última pieza del puzzle, el libro de cuentos que has tenido oportunidad de presentar recientemente en La Paz y Santa Cruz?
Los primeros cuentos nacieron de textos de adolescencia. Los hallé unos 15 años después de escritos, en una serie de diskettes –por suerte guardo todavía mi computadora antediluviana–. De estos textos, en los cuales hallé fuerza pero no destreza, surgieron algunos relatos del libro; éstos me llevaron a nuevas historias, basadas en mis experiencias de estudiante universitario en Francia. De ahí que el primer ciclo esté ambientado en Bolivia, en los años noventa y el segundo, en cambio, transcurra en el país galo durante la primera década del nuevo milenio. Tras leer el comentario de Claudio Ferrufino, se colige que este nuevo libro de cuentos continúa la senda de El fuego y la fábula, en sentido de cultivar el relato fantástico, de misterio y de terror.
¿Qué continuidades y rupturas encuentras entre estos dos libros de cuentos?
El fuego y la fábula está compuesto exclusivamente de cuentos pertenecientes a lo fantástico cotidiano y, en ese libro, el hilo conductor es el fuego –real o simbólico–. En cambio, en La última pieza del puzzle hay relatos policiacos y de misterio, así como cuentos de lo extraño y lo fantástico. En otras palabras, la gama genérica es más amplia, pero he tratado de darles unidad. Creo que viene dada por el corte íntimo y a la vez violento de todas las historias.
¿Cuál es el origen de tu fascinación con este tipo de relatos, comúnmente categorizados como literatura de género?
No creo que se trate propiamente de literatura de género. No hablamos de fantasy o de Harry Potter, de esos libros que encuentras en un estante específico de la librería. Aquí hablamos de quizá la mejor literatura que se ha producido en América Hispana en el siglo XX. Esa es, al menos, mi visión. Borges, Cortázar, Bioy, Ocampo, Arreola, Rulfo, Fuentes, no elevaron lo fantástico a la categoría de literatura, como suele decirse, sino que explotaron su potencial de diversas maneras. Desde Hoffmann, la literatura fantástica no cesa de inquietar al lector moderno y es necesaria en una época en que el hombre cree saberlo todo o delega su pensamiento a la ciencia. La literatura fantástica no necesitó de los renombrados físicos –como Prigogine, premio Nobel de física– para afirmar que lo que sabemos sólo es válido en una ínfima porción de la realidad. Lo dijo antes y lo dijo desde la ficción y sigue transformándose para decirlo de forma sorprendente.
La tradición literaria boliviana no suele asociarse con la literatura de género, como la que está presente en tu obra cuentística. ¿Qué desafíos supone hacer literatura de género, si vale el término, para un medio que no ha estado habituado a ésta?
Si bien en la literatura hispanoamericana del siglo XX lo fantástico resultó central, en Bolivia siempre se mantuvo al margen. Estoy convencido de que, aún hoy, se considera como una literatura menor. Pese a obras magníficas de Cerruto, Bascopé y Sáenz, entre otros. Las cosas serias, según la idiosincrasia local, vienen del realismo. Pero la literatura fantástica es realista. Si no lo fuera, no tendría efecto en el lector, no inquietaría a nadie. Familiarizar al lector común con esta literatura –que no es maravillosa ni fantasiosa, sino cotidiana y desasosegante– es uno de los objetivos de Vértigos. Antología del cuento fantástico boliviano (editorial El Cuervo), selección que realicé junto a Daniel Averanga e Iván Prado, y que se presentó el miércoles 21 de agosto en La Paz.
¿Cómo nació el proyecto de la monografía Eduardo Mitre y la generación dispersa, que inaugura tu faceta como crítico y ensayista de literatura?
Escribí esa tesina en el marco universitario, para obtener el Máster en Literatura Hispanoamericana, en 2006-2007. Me vi obligado a hacerlo en francés. Luego la leyeron catedráticos hispanistas de Francia y Estados Unidos, y me aconsejaron que la publicara; pero para ello, claro, debía traducirla a mi lengua. Al tiempo de traducirla, la iba aligerando de ropajes académicos, haciéndola más amena, tirándola para el lado del ensayo, aunque sin perder el rigor. Esto me tomó cuatro años. Ahora que la editorial 3600 decidió sacar el libro a la luz, me digo que es un ensayo de largo aliento, y lo prefiero así.
La última pieza del puzzle ha sido lanzado luego de haberte permitido ganar, por segunda vez, el Premio Municipal de Santa Cruz, tras El fuego y la fábula. Así también resultaste finalista del Premio Nacional de Poesía en 2007. ¿Qué importancia le reconoces a los concursos y premios en tu labor literaria y en la literatura, en general?
No creo que deba concederse a los premios literarios una importancia que no tienen, que no pueden tener. El único juez de una obra es el lector y la prueba de fuego, el tiempo. En el plano práctico, sin embargo, ganar un concurso supone un aliciente, un espaldarazo, quizá hasta la posibilidad de publicar un libro que, de otra forma, no hubiera visto la luz, no porque fuera malo, sino porque las editoriales no se arriesgan así nomás, necesitan nombres. Es injusto pero así es. A veces, los concursos pueden romper ese círculo.
¿Qué impresiones y experiencias te ha dejado la presentación de tus dos libros más recientes en La Paz y Santa Cruz?
Las presentaciones son experiencias que alimentan al que escribe. Al menos, a mí me pasa. Escribir es un oficio solitario, huraño, y en esas ocasiones uno siente el calor de la gente y comprende por qué hace lo que hace. La escritura no puede ser un oficio egoísta. El pan está hecho para ser compartido. Así los cuentos, los poemas, las novelas.
Pese a tu juventud, ya tienes una obra genéricamente variada y muy apreciada, habiendo cultivado –con reconocimientos incluidos- el cuento, la poesía y, más recientemente, el ensayo o monografía. ¿Cómo haces para alternar la escritura en estos tres registros, como son el cuento, la poesía y el ensayo?
Es un tema que me interesa mucho y que, por cierto, analizo en Eduardo Mitre y la generación dispersa. Nace una idea, una imagen, un germen. Uno puede llevarlo a cualquier género si se lo propone. En mi producción, tengo poemas y cuentos basados en una misma idea, en una misma imagen. Los llamo dobletes. Será falta de imaginación o simple curiosidad, ganas de indagar en las diferentes formas de traducir un impulso.
Una pregunta inevitable: ¿A qué escritores bolivianos sigues con atención actualmente?
Debo aclarar que, por la distancia, no leo toda la literatura nacional que me gustaría leer. Una vez dicho esto, se me perdonará la ignorancia, la cual intento paliar cada vez que vuelvo a Francia cargado de libros de autores nacionales, pagando sobrepeso y demás gajes del lector. Sigo a Mitre y la generación de escritores nacidos en la década de los 40: ensayistas, narradores, poetas. Es una lástima que hayamos perdido hace poco a un grande como Jesús Urzagasti. Últimamente, he leído una novela magnífica, tan fuerte y cruda como poética: El exilio voluntario de Claudio Ferrufino. Luego me gustan los cuentos de Manuel Vargas, especialmente los de Nocturno paceño, los de Edmundo Paz Soldán, particularmente en Billy Ruth, y me parece que en las novelas de Sebas Antezana y los cuentos de Liliana Colanzi, así como en los de Fabiola Morales y Giovanna Rivero, se abren vetas que explorar. He callado un montón de nombres para decirlos en otra parte.
Otra inevitable: ¿Cuáles son tus autores –bolivianos y no bolivianos– de cabecera, en materia narrativa, poética y ensayística?
Ya hablamos de los bolivianos, aunque sea de paso; ahora, si te parece, hablemos de los otros. En narrativa siempre vuelvo a Borges, Cortázar, Dino Buzzati, Henri James, Joyce Carol Oates. En poesía, a Rimbaud, René Char, Dylan Thomas, Henri Michaux, Blanca Varela. En ensayo me encantan Borges, Camus, Barthes, Octavio Paz, Sergiol Pitol. Me fascina releer; descubrir a nuevos autores me resulta estimulante.
¿Qué criterios tienes sobre el estado actual de la literatura boliviana? ¿Cómo definirías el momento que viene atravesando?
La literatura boliviana está pasando por un buen momento, es indudable, tanto en narrativa como en poesía. Y se empiezan a escribir críticas serias sobre autores clásicos. Pero aún falta algo clave: dejar de buscar, a toda costa, el reconocimiento en el exterior como requisito para el éxito. Si no reconocemos, estudiamos y nutrimos la literatura boliviana desde adentro, con una crítica sólida y sistemática, nunca nos posicionaremos de verdad en el escenario internacional. Es un primer paso indispensable; luego vendrá lo demás. En Francia, por dar un ejemplo, la literatura crítica es por lo menos igual en número y en calidad a la literatura creativa. Y es el país que cuenta con el mayor número de premios Nobel de literatura en el mundo… ¿Mera coincidencia? No lo creo.
Se sabe que estudias, radicas y escribes en Francia hace ya varios años. ¿Cómo llegaste ahí? ¿A qué te dedicas actualmente, además de la escritura?
Tuve suerte. Gané dos becas académicas sucesivas otorgadas por el gobierno francés. Eso me permitió ir a Francia y estudiar siete años en la Universidad de Toulouse. No abandoné el español, al contrario: me adentré en él, lo redescubrí al estudiar Filología Hispánica: Literatura, Historia, Lingüística, traducción y las diversas manifestaciones culturales de nuestra lengua en España y América. Después me especialicé en Literatura. Hoy enseño castellano en secundaria y literatura española, hispanoamericana y traducción en la Universidad Champollion de Albi.
¿Planeas retornar en el corto o mediano plazo a Bolivia o tienes el proyecto de permanecer en el exterior?
Tengo esposa e hijos en Francia; por eso, por ahora, me quedo allí. Después, quién sabe. No creo en las certezas sobre el futuro. En todo caso, disfruto viniendo a Bolivia cada cierto tiempo. Es intenso y me regenera.
¿Qué lazos literarios y creativos te comunican con Bolivia? ¿Cómo consigues mantener contacto con la literatura y los escritores del país?
Internet es una multitud de puentes tendidos hacia los demás. Ya sea a través del mail o de Facebook, he tenido la suerte de trabar amistad con varios escritores bolivianos dispersos en el mundo. Como otros tantos antes y ahora, eres un escritor boliviano que produce su obra desde el exterior, en tu caso, desde Francia, donde radicas.
¿Qué ventajas y desventajas encuentras en el hecho de dedicarte a la escritura y hacer literatura desde fuera del país?
Vieja polémica… como la que se dio entre Cortázar y Arguedas. Tal vez lo ideal sea el justo medio: vivir en el extranjero da una perspectiva invaluable sobre el país y sobre uno mismo; volver es indispensable para que las ideas que uno tiene sobre el país se muevan y no resulten, después de un tiempo, obsoletas. Asumiendo que el francés debe ser tu lengua de uso común, ¿has intentado publicar tu trabajo literario en esa lengua? Justamente, gracias a La última pieza del puzzle, encontré recientemente una editorial francesa dispuesta a publicarme en español y francés. Saldrá una edición bilingüe del libro en 2014.
¿Cómo consigues reencontrarte con el castellano al escribir cuentos, poesía o ensayos, como los que ya se han publicado en Bolivia?
Una vez en Francia, estaba por inscribirme a Letras Modernas –el equivalente a la carrera de literatura de la UMSA, en francés– cuando descubrí Filología Hispánica. Opté por ella, pues se leía y estudiaba ante todo en castellano. La lengua no es sólo un sistema de signos, para mí es una casa, un refugio. No abandoné el español entonces y ahora él, felizmente, no me abandona.
¿En qué nuevos proyectos literarios vienes trabajando?
Tengo un nuevo poemario terminado, esperando el momento propicio para salir a la luz.
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