domingo, julio 15, 2012

Conflictos en Bolivia. Suma y sigue…




Por Miguel Manzanera, SJ : teólogo y filósofo, boliviano...‏


Durante el segundo mandato de Gonzalo Sánchez de Lozada proliferaron los conflictos sociales provocados por la oposición del MAS y otros grupos, siendo el Gobierno incapaz de contener esa presión extrema que culminó con los trágicos sucesos del octubre negro de 2003 y la renuncia y salida del Presidente. Cuando se realizaron las elecciones para elegir a los nuevos gobernantes muchas personas votaron a favor del MAS y de Evo Morales, pensando que de esa manera se eliminarían los conflictos populares y Bolivia entraría en una etapa histórica más tranquila sin bloqueos, paros, marchas y enfrentamientos.

Este sueño no pasó de ser una ilusión pasajera. Pasado un pequeño lapso de tiempo los conflictos se dispararon e incluso se han recrudecido con violencias y víctimas mortales hasta hacerse el pan de cada día. Estas luchas no se pueden atribuir a la incriminada “derecha” y a la oposición, ya que muchas veces son protagonizados por los mismos movimientos sociales que otrora apoyaban fanáticamente al gobierno.

El Vicepresidente Álvaro García Linera, quien se autodenomina “el último jacobino”, califica positivamente esta situación que atraviesa el país: “La conflictividad es la savia que nutre un proceso revolucionario y estamos preparados para eso”. Según este ideólogo la primera etapa de conflictos fue polarizante por tratarse de la conquista del poder. Ahora ha comenzado la etapa creativa, donde las luchas sacan a la luz nuevos problemas dentro del proceso de cambio. Algunos se refieren al modo de desarrollo del país, desarrollo industrial-versus preservación de la naturaleza. Otros conflictos buscan una mayor autonomía y auto-organización dentro del Estado plurinacional. Hay también luchas para conciliar los intereses generales frente a los intereses sectoriales, locales y corporativos.

A pesar de estas explicaciones eruditas la población en general ya está harta de tantos conflictos porque sufren directamente sus consecuencias, aun sin tener nada que ver con ellos. Multitud de personas y familias necesitan trabajar y ganarse el pan de cada día. Empresas pequeñas, medianas y grandes están sometidas a contratos inflexibles de producción y entrega de bienes y servicios o de pago de créditos con fuertes intereses y penalidades. Ante la realidad de Bolivia como país de riesgo o de alta inseguridad ciudadana han disminuido las actividades turísticas y las productivas. De igual modo las inversiones privadas se retraen con el consiguiente aumento del desempleo y de actividades informales o ilícitas, como ser el cultivo excedentario de coca, el narcotráfico y el contrabando entre otras.

Surgen nuevos enfrenamientos de campesinos, cooperativistas, profesionales, organismos municipales y departamentales, pueblos originarios etc, etc. En estos días la misma policía se encuentra amotinada, planteando reivindicaciones laborales. Este clima de conflicto tiende a exacerbar los instintos de violencia no sólo verbal, sino también física y armada, incrementándose el desprecio y el odio entre clases, sectores y grupos sociales. Se está erosionando la cohesión social que permitió la fundación de la República de Bolivia y que, aún con dificultades, la ha mantenido unida durante más de dos siglos.

Para revertir ese proceso son necesarias la independencia, separación, coordinación y cooperación de los órganos legislativo, ejecutivo, judicial y electoral, tal como proclama la actual Constitución Política (Artículo 12. I.). Sin embargo de hecho este principio ha sido anulado por la abusiva acumulación del poder en la persona del Presidente del Estado, quien, si bien en un principio controlaba y manejaba a los movimientos sociales y a los pueblos indígenas, ahora éstos plantean sus propias reivindicaciones.

El nuevo paradigma del “vivir bien”, articulado en torno a la Pachamama, promovido abiertamente por los gobernantes que tratan de relegar el cristianismo a un culto privado, es insuficiente para contrarrestar la cultura globalizada, materialista, hedonista e individualista. En definitiva se ha producido un grave retroceso en la historia de Bolivia, cada vez más alejada de ser un Estado democrático, donde la clave para resolver los conflictos debe ser la vigencia de la justicia, el derecho y la ley, además de la unión y la fraternidad.

Es preciso impulsar un nuevo proyecto de inspiración personalista cristiana, redimensionando el papel del Gobierno en sus justos límites, dentro de un modelo de economía solidaria de mercado, consolidando el Estado de derecho, donde se respeten las libertades humanas personales, familiares, sociales, culturales, políticas y religiosas.
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