jueves, marzo 29, 2012

La máquina de Aqueronte: Magia, inframundo y lenguaje



Por Elena Ferrufino-Coqueugniot

Aqueronte se retuerce en su agujero… Sus único ojo y garra dan curso a la máquina de un relato que envuelve en artificio de venganza, soledad, hecatombe. El mecanismo narrativo, accionado por su pezuña, nos sitúa en Sabayón, escenario de la saga de los Drake, trenzada con el decurso casi mágico de la historia, la lucha por el poder y sensualidad animal de putamadre.

Con lenguaje endemoniado, la narración fuerza por laberintos sin tiempo, estructurados en cuatro libros, desde donde el narrador se empecina en confundir el tiempo y reiterar su participación en los hechos. Cuando Aqueronte el Sabio inicia el relato, se desmadeja un trajinar de ida vuelta, donde presente, pasado, futuro inventan torbellino de recursos literarios, del flashback a la ironía, sin tregua… La escritura cobra fuerza de ritual que pone en juego mecanismos tradicionales, mientras interpela y subsume en la misma sombra desde la que Aqueronte refiere -y destruye- la historia de su familia.

Relato de hombres, machos dominantes, crueles. Antanas Drake, amo del mundo, es indistintamente titán, animal montesco.. Semental que doblega las hembras, las hace parir como bestias, entre barrotes de jaula colgada por ahí. Tal Belle Almanegra, “transparente y desnuda”, madre de Aqueronte y Laoconte. Y, muy a pesar del hecho de que será ella el amor eterno en el corazón de Antanas, en el que habita además un alacrán negro, y más allá de los “orgasmos de siete leguas” que Belle pudiera haberle proporcionado, será Carolina Medina Sidonia quien garantice el linaje maldito.

Antanas, patriarca de quien nace el tornado que asolará Sabayón, engendra en Carolina a Bayard, que lo sucederá en el poder y se transformará en “macho de leyenda”. Se contaba -comenta el narrador- cómo “Bayard Drake hacía llover disparando a las nubes con su Colt Walker, cómo la tenía de medio metro, cómo esto, cómo aquello, cómo todo y cómo nada.” Carolina recibe la simiente de Antanas, ojos de lobo y patas de mono, pero su mente y cuerpo se enroscan en “fructífera cópula,” como diría Claudio Ferrufino-Coqueugniot, con John Hart, el único que amó y con cuyo fantasma termina por marcharse.

Así circunda por el relato una historia de amores, cópulas y recuerdos que comienza con el tirano, cautivo sin tregua ni esperanza de Belle, que yace enterrada bajo los cimientos de la casa de los Drake. Bayard, continúa el legado que le será arrebatado por Zemí Sinnombre, cachorro natural de Antanas y Nica Trastolindo, “negra de grandes ojos ansiosos”, “amorosa por naturaleza y sufrida por el deseo que le dolía en todo el cuerpo cuando no hacía el amor con cualquiera.” Más tarde, después de que Dionisio, hijo de Bayard, fuera finalmente destruido por Oliden, se aniquila la estirpe, y se traslada la capital del país, de Sabayón a San Brandán, terminando así no solo el hilo narrativo, sino también la saga que se originara en la Máquina.

Antes del fin de esta casta, simbolizada además por la casa señorial, ente que sufre y gime como sus amos, aparece la dulce Belle Alexa, la última de los Drake. Con ella se conforma el círculo perfecto donde final y comienzo se unen entre la niña y Aqueronte; manos y garras; voces y máquinas. Principio y término del decurso narrativo. De la representación que nos hace conscientes del hecho literario que, como diría Frye, deviene suerte de sueño colectivo y utópico que se extiende a través de la historia y permite expresar esos deseos fundamentales que han dado curso a la civilización, pero que no han sido nunca satisfechos.

Entre tamarindos monstruos, vientos encabronados, sangres y silencios violentos, se gesta la historia de Sabayón que, en esencia, es también Bolivia, Santa Cruz y Santa Rosa… e incluso las Repúblicas francesas y guerras mundiales, la de secesión y otras “cronologías y geografías universales y oníricas.” Sueño y magia en las líneas que configuran el escenario textual. Un especial toque mitológico remonta a la Grecia de las pesadillas y de los ríos que transportan al Hades, mientras el recurso predominante se acerca al realismo mágico, al barroco y al relato fantástico y dialoga hábilmente con García Márquez y Rulfo; Stoker y James; Tolkien y Faulkner… la Biblia.

En cada giro del relato, del lenguaje, el narrador destruye sistemáticamente la línea de demarcación que separa lo supuesto real de lo supuesto fantástico. Su presencia, como testigo, infunde un toque pseudo inocente cuyo objetivo es, entre otros, asegurar la verosimilitud de lo narrado. No solo eso. Su ingreso en la trama, en términos de “nosotros,” obliga a participar de este decurso con tono estrepitoso y apocalíptico, como el de su escritura. De manera casi esotérica y fuertemente irónica, nos hace testigos y participantes de lo desesperado y tenso de la empresa de recrear la historia de la humanidad.

La fuerza retórica de Pinto trasciende las consideraciones de lo verdadero, de lo válido. Se puede leer como una suerte de humanismo extremo, sustentado en su propia fe asertiva, fragmentada entre racionalismo desacreditado y escepticismo casi intolerable. Entonces cobra sentido lo ubicuo, lo anacrónico. Y Aqueronte, nacido en la jaula de las calandrias, resulta ser el mago que acciona el proceso narrativo y nos confronta con escenarios dantescos, donde el Ángel de la Muerte y el Rey Buitre se disputan la carroña de una estirpe.

Preciosa novela. Sutil posesión de estrategias metalingüísticas y narrativas que no solo cuestionan, sino que trasponen los límites del lenguaje tradicional, así como de la trama consabida de las historias ancestrales.

Se ha dislocado el universo de Pinto, casi como en el cine de Jodorowsky. En este [sub]mundo, “(…) Las tiendas y los carros de la caravana ardían y los agonizantes eran rematados con violentos golpes de machete para no desperdiciar municiones.” Apocalipsis y génesis… encuentro de contrarios. Narrador lector y testigo. Lectores que contaminan -y vitalizan- el relato… Fascinante decurso lingüístico hecho saga con valor de metáfora e hipérbole… motivos mitológicos, sensoriales. Estridencia, ironía, fluidez en el relato. Novela hábil, traviesa, descarada. Herético poema en prosa…

“A la luz de una vela hecha por él con grasa de gente, Aqueronte el Sabio [contiene] la respiración con las fauces abiertas y [pone] en su lugar la última pieza que le [falta] para echar a andar su Maquinita de la Venganza:

Click.”

Publicado en Fondo Negro (La Prensa/LaPaz), 25/03/2012

Imagen: Cubierta completa de La máquina de Aqueronte, Alfaguara, 2011
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