REVOLUCIÓN Y NARCOTRÁFICO
La lucha del gobierno boliviano contra el narcotráfico no es sino una guerra falsa contra las drogas. Se parece mucho a algunas películas de Hollywood. Ya se ha tornado aburrido el discurso del gobierno, sencillamente, porque quien produce coca no tiene moral para hablar de los daños que produce la cocaína.
La revolución cultural, productiva, democrática, y de todo, según el gobierno, no pasa de ser una exhibición una tanto sexy de hacer política. Al contrario ha empezado a desmoronarse por todos sus flancos, debido, principalmente, a la llegada del narcotráfico de forma organizada y escalonada. La presencia de narcos y carteles no es ya una cosa simbólica o teórica como hasta hace algunos años atrás; el negocio de la blanca para muchos campesinos y citadinos, es una forma rápida de salir de la pobreza. Lo que necesitan saber los gobernantes de turno, es que, el narcotráfico y sus acciones donde llega, lo toca y seca todo. Cuando lo narcos quieren apropiarse de un país, más aún cuando este es productor de materia prima para la elaboración de droga, invierten mucho dinero a través del lavado de capitales. Los narcos, ya saben del encanto efímero y endeble de la revolución masista; los narcos, con toda su maquinaria violenta y económica, no sólo le quitan la gracia a la vida sino, sobre todo, convierten la convivencia social en un territorio irracional. En nombre de la libertad y de su libertad que les da le poder de las drogas, se cagan en la libertad espontánea y natural de los ciudadanos; matar y disponer de los medios para sus fines, es su slogan de vida.
El narcotráfico dentro de nuestro territorio no es providencial; a pesar que para el gobierno sigue siendo un tema hipotético, teórico y supuesto, por los opositores al régimen; la gente hoy con sólo escuchar el término narcos o narcotráfico no solamente se le eriza los pelos sino que le cambia la cara. El poder de las mafias de la coca-ína radica en la violencia y el dinero. Así su poder se convierte para mucha gente en algo carismático, mítico, fácil. Sabemos que en el mundo el poder de este negocio es tal que, no necesitan estar los capos de verdad en un lugar o hacer las cosas de verdad, basta su olor para que se propague como un virus en un Estado. Al narcotráfico no le interesa un pito la interculturalidad o la biodiversidad, los derechos humanos o la democracia, sino carreteras y vías de comunicación más fluidas para andar a su gusto por ellas sin que nadie les haga la guerra.
Los narcos no son fantasmas en la cabeza de algunos que pensamos diferente al régimen, ni son soldados que van a defender el territorio, no tienen bombas atómicas, sí, satélites e intrincadas redes de comercialización; los señores narcotraficantes ya no sólo son colombianos o mexicanos, también hay bolivianos –y muchos- que empiezan a secarlo todo.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
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