viernes, agosto 19, 2011

¿La moral o la ley?




Por Juan Claudio Lechín


En un reciente artículo, el laureado Mario Vargas Llosa se mostró indignado porque un juez le otorgó la libertad circunstancial, en base a consideraciones legales, a Strauss-Kahn, candidato a la presidencia de Francia, acusado hace poco de intentar violar a una mucama en Nueva York. Tajantemente, Vargas Llosa dijo que el acusado le repelía. No habiendo pruebas concluyentes que justifiquen su fobia, la ira del escritor se fundamenta en consideraciones morales y retóricas.

Más allá de interesarnos Strauss-Kahn, un personaje lejano a la política latinoamericana, nos interesa el veredicto de un formador de nuestra opinión pública, liberal confeso y, sin embargo, feudal en esta y en otras observaciones. Como se sabe, los sistemas políticos están fundamentados en valores y conceptos. Durante la Edad Media, la moral era una importantísima medida del comportamiento, por la moral se hacían cosas o se dejaban de hacer, la moral determinaba culpables e inocentes, a buenos y malos, a cristianos y herejes, o sea, la moral era fuente de legitimidad; y ambas se entretejían. El dueño de la moral —la poderosa iglesia feudal y sus teólogos—, era dueño de gran parte de la legitimidad. En tiempos recientes, todos los proyectos fascistas, los del siglo XX y del XXI, de derecha e izquierda, se han apoderado de la moral y la han manipulado a favor de sus absolutismos. En gran medida, gracias al monopolio de la moral, los fascismos consiguieron el monopolio del poder.

La tendenciosa manipulación feudal de la moral, ya fue combatida por los Enciclopedistas, precursores de la Revolución francesa, y otros pensadores liberales pues suplantaba a la ley cuando un aristócrata, un prelado o simplemente un charlatán, desde una tarima, destruía la ley con artificios morales.

Para el liberalismo, la ley escrita y los estrados judiciales independientes son la medida de la justicia y reinan por encima de la moral y su retórica acomodaticia.

Debido a esta profunda diferenciación entre moral y ley, entre categorías feudales y liberales, Strauss-Kahn (sin importar la opinión que cada quién tenga de él) tiene derecho a la legítima defensa, y no puede ser condenado a priori, sin pruebas concluyentes, en base a sus antecedentes y a los prejuicios del moralizador, como reclama Vargas Llosa, quién además tergiversa, a favor de su cruzada, el derecho feudal de pernada y sensiblerías raciales, haciendo un racismo inverso.

Repeliendo la relación entre mucama y candidato, aún siendo consensuada, se constituyéndose él mismo en la medida de lo correcto, algo peligrosamente inquisitorial.

Vargas Llosa tiene antecedentes en el oficio de pontificar. A dos candidatos peruanos legalmente inscritos, los disminuyó moralmente e insultó, llamándolos sida y cáncer (luego apoyó a uno), descalificación que impugnó implícitamente al órgano oficial electoral peruano. Ahora moraliza e impugna en otras latitudes.

Insultar, como forma de opinión, y constituirse en oráculo moral no son virtudes liberales. De ser Vargas Llosa un liberal, es oportuno señalar, para corregir, sus residuos feudales de santón moral y sus tentaciones absolutistas de descalificar según sus náuseas y, sobre todo, según sus propios fantasmas.

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