lunes, mayo 23, 2011

Una Novela Negra : Discurso de Recacoechea sobre " La Biblia Copta"



Por Juan de Recacoechea

Jean Echenoz, el conocido novelista francés dijo recientemente en una entrevista que le hicieron en la Feria del Libro en Buenos Aires de que no cree en la imaginación pura y que las novelas parten de hechos reales. Y, esto en mi caso fue siempre así. Desde mi primer relato, Fin de Semana, que transcurre totalmente en París hasta la novela que voy a reseñar esta noche, si bien, son obras de ficción-no es menos cierto que se han basado en hechos que ocurrieron realmente- y que de alguna manera, inspiraron la historia. Tal vez la única novela que surgió de un argumento que imaginé en su totalidad, fuer La Abeja Reina, pero aún así, los personajes que deambulan a través de la novela, sí existieron. Lo que hice, fue juntarlos y mezclar sus vidas, sus aspiraciones, sueños y sus pequeñas tragedias. En el caso de “la biblia copta”, un acontecimiento real fue el que dio comienzo a la novela. Un buen día, en tanto daba una vuelta por la calle Sagárnaga, entré a un café en dicha vía, frecuentado en su mayoría por turistas extranjeros, sobre todo europeos; coincidí en una mesa apartada con un mochilero francés que me contó de una manera casual, una extraña historia, increíble rocambolesca, que había ocurrido un par de años atrás en un pueblito del altiplano, concretamente en las frías tierras cerca de la localidad de Corocoro. Un fotógrafo francés, quien recorría las inhóspitas pampas fotografiando iglesias coloniales, un buen día encontró en su peregrinaje por esos elevados parajes, un pequeño templo, edificado en adobe y paja.


Una diminuta iglesia, cuyo sacerdote, un joven indígena, la abría únicamente los días domingos, para oficiar la misa. Casi todos sus fieles habían emigrado a Chile, debido a la falta de trabajo, a la miseria y a la inutilidad de sus vidas. A la misa acudían unos veinte campesinos agobiados por el clima duro y por aquellos paisajes desolados. El francés no encontró nada extraordinario en aquella iglesita colonial que había aguantado el paso de los siglos milagrosamente. Fue construida por religiosos españoles. Posiblemente en le siglo diecisiete. El fotógrafo francés sacó un par de fotos del altar, simple, en madera dorada. En la parte alta, un Cristo magro y sufriente contemplaba la nave casi desértica. El curita invitó al fotógrafo a beber un vino del país, en la cripta. Allí conversaron un poco y de pronto el monaguillo llamó al sacerdote, para que se ocupara de pacificar a una pareja de campesinos que discutían en el atrio de la iglesia. El curita subió en tanto que el fotógrafo se puso a hojear algunos libros antiguos que reposaban en una empolvada repisa, adosada a la pared. Allí descubrió una biblia escrita en un idioma desconocido que se parecía al griego antiguo o al arameo. El curita descendió y el francés le agradeció por su hospitalidad y se marcho rombo a la ciudad de La Paz. Una ex en su hostal del barrio del Rosario, por curiosidad simplemente navegó por Internet y consiguió dar con un antiguo manuscrito escrito en copto que se constituye en la última fase de la evolución de la lengua egipcia y que fue utilizada en los primeros albores del Cristianismo. Su memoria fotográfica la identificó con el texto que había viste en la Iglesia de Cocanquira. La hoja que contemplaba, había sido traducida del griego al copto y valía 250 euros. La biblia que tuvo en sus manos días atrás, contaba al menos unas mil páginas. Eso quería decir en buen castellano que la biblia valía unos doscientos cincuenta mil euros. No corto ni perezoso, retornó a la iglesia altiplánica y despistando al curita, se hizo con la biblia.


De aquél relato, que más parecía el sueño de un galo alucinado, aturdido por los 3600 metros de altura de Nuestra Señora de La Paz, me puse a elaborar un esbozo de novela que tendría como soporte ese inusual episodio, digno de una leyenda celta. Pero, había que nutrir el relato con personajes y acontecimientos. Pero me acordé entonces de un fortuito encuentro en la localidad de Santa Anita, en California, en tanto presentaba mi novela Andean Express o Altiplano Express en español, con un detective privado boliviano que había emigrado con su familia a comienzos de los dorados años sesenta a los Estados Unidos. La colonia boliviana en Santa Anita y alrededores es próspera, poco alienada y cosa curiosa, comunicativa y sin complejos. El detective privado había nacido en La Paz, pero se lo llevaron hacia el sueño americano a los cuatro años de edad. Creció, se educó, hizo el servicio militar, se casó, se divorció y contrariamente a lo que deseaba su familia de clase media, conservadora-en lugar de estudiar medicina como querían sus progenitores, cursó estudios para convertirse en detective privado. Era el personaje ideal para perseguir al timador de biblias.


Como dije en una entrevista que me hizo el pasado domingo el periodista Martín Celaya en Página Siete, no encuentro mejor manera de describir la sociedad que a través de una novela negra. Me brinda una libertad total para hablar de política, de sexo, de amor, de depresiones y felicidades. Puede ser a la vez, el brillante sol y la noche tenebrosa que pasa fugazmente por nuestras existencias.
Quiero agradecer a Editorial-Plural- a José Antonio Quiroga, a Mauricio Sousa y a todos los que contribuyeron a que ésta, mi novena novela, vea la luz en nuestro atribulado país que es en cierta manera una original novela negra con tintes quevedescos. Muchas gracias a ustedes por visitar esta magnífica galería que ilumina culturalmente la zona sur.
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