David Acebey nos habla de su pensamiento personal sobre la navidad
David Acebey
No es por alabarme -hay decenas de testigos- pero siempre fui el alumno
más
burro de mi curso. Me he sincerado porque ahora sé que toda verdad es
digna
de alabanza y porque quiero apaciguar el alboroto mental ocasionado por
las
palabras de un compañero de cuartel.
-¿Qué estudiaste? –fue su primera pregunta, después de
cuarenta
años.
Le dije la verdad y le regalé una imagen del recuerdo:
-Fuiste el único soldado que invertía el dinero del socorro en libros.
Le decíamos Pato. Fue metódico y disciplinado. Me decían Cura. Fui su
antónimo. Dijo ser ingeniero agrónomo, marxista, catedrático, vivir en
Sucre, leer mucho, tener una tierra cerca de Sauces y que todos los
chuquisaqueños tendríamos que luchar por la capitalidad. No le dije
que a
los chaqueños no nos gustaba pertenecer a Chuquisaca.
-¿La lucha es por la capitalidad o para voltear a al
presidente?- pregunté.
-No hay necesidad de voltearlo. Él es un cadáver político, un tonto-
dijo.
Entonces me referí a uno de los contrasentidos de mi vida; pero no le
dije
que fue mi Diosito quien creo las condiciones objetivas y subjetivas
–en
lengua de marxistas- para encomendarme la tarea de reivindicar a los
burros.
Me explico: apenas cursé el segundo de secundaria, soy pésimo lector,
no sé
ni papa de ortografía y, pese a esas y otras limitaciones, mi Diosito
me
inyectó el virus del plumífero para que escribiera algunos de sus
designios.
Él programó el encuentro con el camarada Pato para alborotar mis
sentimientos. Lo supe en la noche, cuando me encomendó escribir, letra
y
música, de “la última oportunidad”.
-¿Por qué yo? – pregunté asustado por tamaña encomienda.
-Porque los como tú están más próximos al intelecto de los animales-
dijo y
desperté.
En el siguiente sueño completó su respuesta: si uno como yo lograba
entender
que hasta los animales menos evolucionados actuaban en función de la
conservación de su especie, me esmeraría en trabajar el ritmo
narrativo,
para que hasta los como yo tomaran conciencia de que la única
posibilidad de
salvar nuestro planeta era enseñando a identificar a las personas de
inteligencia superior, para pedirles su guía.
Le dije que no podría identificarlos aunque los viera y mi Diosito citó
como
ejemplo a un humilde llamero boliviano de inteligencia superior:
-En su niñez jugaba fútbol, por entre medio de las mismas llamas que le
obsequiaron el fuego que utilizó para incendiar el Palacio Quemado-
dijo.
También dijo que las universidades juntas no podrían
esculpir
una de estas personas, que cada escogido es único y que únicas son las
escuelas de luz que construye la Madre Naturaleza , para forjarlos. Al
despedirse agregó que hay tantas taras sobre la inteligencia, que
incluso
los intelectuales que apoyan al Llamero tienen dificultad para
vocalizar las
dos palabras que explican sus aciertos: inteligencia superior.
¡Pucha que soy burro!
Tanto que lo he mencionado y no dije quien es mi Diosito. Lo llamo de
muchas
maneras: Jesús, Pachita, Alá, Buda, Tumpa o Luisespinal. Es demasiado
inteligentes para perder tiempo en glorificar su nombre. Lo que más
admiro
es su tolerancia. Me permite discrepar y en veces me hace creer que
tengo la
razón.
La próxima vez que visite mis sueños, le diré:
-No he escrito “la última oportunidad” mi Diosito, porque después de
cuarenta días con sus noches y con sus insomnios, he llegado a la
conclusión
de que es tarde para salvar el planeta.
Sé que se pondrá triste y que le volverán sus sentimientos de culpa por
no
haber achicado la egolatría de Adán cuando era barro. Pero ya pensé en
el
consuelo: le diré que su magistral obra de creación llegará a su meta
de
justicia, porque en los horrores del fin del mundo, todos seremos
iguales en
el sufrimiento.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home