Hace ya casi tres años desde esa tragedia cuya onda expansiva está cambiando nuestra mentalidad, nuestra percepción del mundo y nuestro mundo mismo de forma drástica y brutal. Hablo, por supuesto, del 11 de septiembre de 2001. El nacimiento del siglo XXI no pudo ser más doloroso. Mas el dolor inspira el arte, y el 9-11 ya ha servido de inspiración al cine (el filme de dirección colectiva 11’09’’01) y a la música (el álbum The Rising, de Bruce Springsteen). Pero, aunque aquel seísmo ha elevado montañas de papel impreso y cordilleras de libros-testimonio y libros-reportaje, aún no había servido de inspiración a la literatura... hasta ahora. Y, a pesar de que Nueva York debe ser la ciudad del mundo con más escritores residentes por metro cuadrado, la novela del 9-11 tuvo que escribirla un escritor francés que ni siquiera estaba allí.
Casi tres años después, la onda expansiva de aquellos impactos sigue haciendo retemblar nuestro mundo y, de una forma u otra, sigue cobrándose víctimas materiales o morales en Guantánamo, en Madrid, en Tel Aviv, en Palestina, en Bagdad... pero el epicentro fue Nueva York. Y ni Paul Auster, ni Bret Easton Ellis, ni Jay McInerney, ni Tom Wolfe, ni Norman Mailer, ni Oriana Falacci ni ningún otro de los centenares o quizá miles de escritores que viven en Nueva York o alrededores ha utilizado aún ese poderoso material humano y dramático.
... cuando los edificios desaparecen, sólo los libros pueden recordarlos. Por eso Hemingway escribía sobre París antes de morir. Porque sabía que los libros aguantan más que los edificios.
Hasta el momento sólo tengo constancia de la publicación casi simultánea de dos libros de dos escritores madrileños, Antonio Muñoz Molina y Ray Loriga, que aquel 11 de septiembre, cada uno por su lado, estaban por casualidad y por separado residiendo en Nueva York -y, lo que son las cosas, ambos volvían a residir en Madrid cuando el atentado del 11 de marzo- y de sus respectivas experiencias neoyorquinas surgieron sus respectivas obras Ventanas de Nueva York (Seix Barral, Barcelona, 2003) y El hombre que inventó Manhattan (El Aleph, Madrid, 2003). En ambas se encuentra alguna referencia esquinada a la caída de las Torres Gemelas, pero éste dista mucho de ser uno de los temas principales de ninguna de las dos.
Sí lo es de Windows On The World (Éditions Grasset & Fasquelle, París, 2003; traducción española de Encarna Castejón, Editorial Anagrama, Barcelona, 2004), novela con título inglés, escrita en francés, que responde a la afirmación que ella misma expresa en el minuto 8.32:
Desde el 11 de septiembre de 2001 la realidad no sólo supera a la ficción, sino que la destruye. No se puede escribir sobre ese tema, pero tampoco se puede escribir sobre otra cosa. Y no hay nada más que nos concierna.
Su autor es Frédéric Beigbeder, a quien mucha gente, entre ellos un servidor de usted, considera la más interesante revelación dentro el reciente panorama literario europeo. Pero si usted me está leyendo en el continente americano, quizá aún no haya tenido noticia de él, pues ese océano que nos separa a veces parece muy estrecho y, a veces, demasiado ancho. Así que antes de seguir permítame que se lo presente:
Este francés residente en París, culto y refinado, alto y larguirucho, de rostro adornado por una superlativa nariz, de singular talento literario pero trabajo mercenario, de inigualable habilidad para la esgrima verbal... no, no es Cyrano de Bergerac. Ya se lo he dicho antes, se llama Frédéric Beigbeder. Su trabajo mercenario no es (era) ser mosquetero del rey, sino escritor de eslóganes para una importante compañía publicitaria. Aunque tanta diferencia no hay. Al fin y al cabo, la publicidad es la reina del sistema económico capitalista, ¿O no?
Beigbeder nació en 1965 en Neully-sur Seine, residencia privilegiada de cierta burguesía parisina culta e ilustrada que prefiere no mezclarse mucho con la chusma residente en el casco urbano. Allí creció siendo, según su propia definición, un burguesito esnob.
Nací con el culo orlado de cucharillas de plata. Me gustaría poder contarles una infancia dolorosa de artista maldito. Envidio a Cosette: nunca he vivido nada patético. Es patético ser tan poco patético.
Su vocación literaria se despertó a edad temprana, y con 19 años publicó Mémoires d'un jeune homme dérangé, obra autobiográfica donde se relatan la vida (nocturna y desenfrenada) y los amoríos (también nocturnos y desenfrenados) del joven Marc Marronier, alter ego literario del autor. Las siguientes aventuras de Marronier, convertido en cronista de sociedad asiduo de las drogas de diseño y los night clubs de medio mundo, aparecen relatadas en Vacances dans le coma, Nouvelles sous ecstasy y L'Amour dure trois ans (El amor dura tres años, en su traducción al español), breve novela que contiene las mejores y más tristemente divertidas reflexiones sobre el amor, o el desamor, que un servidor haya leído nunca.
Pero su gran consagración internacional se produjo en el año 2000, con la publicación de 99 Francs (luego retitulada 13,99 Euros), donde abandona a su alter ego Marc Marronier para enfundarse la piel de otro llamado Octave Parango, joven creativo publicitario que, harto de su trabajo de manipulador de mentes y de una vida sin más aliciente que el derroche y la cocaína, decide escribir un libro revelando el siniestro trasfondo del negocio de la publicidad, para así conseguir que le despidan de la poderosa agencia en la que trabaja. 99 Francs se convirtió rápidamente en un best-seller en Francia, y luego en Alemania, Italia y España, y motivó que Beigbeder fuera despedido fulminantemente de la agencia Young & Rubicam, donde trabajaba desde hacía 10 años.
Después, tras escribir los guiones de dos comic-books sobre la vida hueca de los multimillonarios aburridos de vacaciones perpetuas en Europa (Rester Normal a Saint-Tropez y Rester Normal T.2) y un ensayo sobre literatura llamado Dernier inventaire avant liquidation (Último inventario antes de liquidación, en su traducción al español), que es como una alternativa mucho más ligera y mucho menos pedante al A Western Canon de Harold Bloom, publica la que es sin duda su obra más madura y la excusa que ha aprovechado un servidor para escribir este artículo: Windows On The World.
Escribo este libro porque estoy harto del antinorteamericanismo hexagonal (...) Puesto que se ha declarado la guerra entre Francia y Estados Unidos, hay que elegir el bando con cuidado para que luego no te rapen la cabeza.
Se ha comparado a Beigbeder con Bret Easton Ellis, a quien recuerda a primera vista y a primera lectura por el tono y el tema, y por las superficiales similitudes entre algunos pasajes de 13’99 Euros y American Psycho, aunque el descenso a los infiernos rituales de las drogas, el sexo y la violencia que protagoniza Octave Parango es bastante diferente del que protagoniza Patrick Bateman: contiene mucha más ironía y mucho menos tremendismo.
Pero, a segunda vista y segunda lectura, diría que se le nota más influencia de Charles Bukowski: esa prosa económica y directa, ese recurso continuo a la experiencia autobiográfica de forma sencilla y sincera, sin falsos pudores ni excesos exhibicionistas. Beigbeder es como un Bukowski esnob y á la parisien, y Marc Marronier es como un Hank Chinaski más joven y más aficionado al champagne y el éxtasis que al vino barato y el whisky peleón.
Mi generación odia Mayo del 68 porque toda generación tiene que eliminar la precedente. Mi generación seguirá estando traumatizada por el duelo del comunismo, el topmodelismo y la cocaína. La generación siguiente, la que nació en la década de los ochenta, la que eliminará a la mía, tenía 20 años el 11 de septiembre de 2001. A sus ojos yo soy la encarnación de la superficialidad jet-set, de la contradicción elitista, de la putrefacción mediática y de la vacuidad altiva. Me pregunto cómo sobrevivirá esta generación al World Trade Center: ¿podrá crecer sobre los escombros humeantes de la comodidad material? ¿Qué va a construir donde estuvo el Centro de Comercio Mundial? ¿De qué estarán hechos sus sueños, aparte de acero fundido y tripas calcinadas?
Beigbeder posee una envidiable habilidad, probablemente perfeccionada por su experiencia como perpetrador de eslóganes publicitarios, para resumir descripción y sensación en una frase breve, redonda y brillante: una frase de Beigbeder vale por un párrafo entero de muchos otros escritores (al contrario que el tan prolijo Bret Easton Ellis). Sus otras virtudes literarias son una aparente ligereza, bajo cuya superficie estallan cargas de profundidad continuamente, y una ironía que oscila entre lo jocoso y lo cruel y que esconde no poca reflexión ética, tristeza y hasta amargura. Esas virtudes son en sus manos escalpelos y bisturís con los que hace rigurosos análisis anatómicos: el de su generación, el joven pijerío hedonista y huérfano de valores que floreció en los años 80, presente en el ciclo de Marc Marronier; el de ese océano llamado negocio de la publicidad y poblado por gordos tiburones borrachos de cocaína y éxito fácil, presente en 13,99 Euros; el de esta desgraciada era que se está forjando desde aquel 11 de septiembre que hace en Windows On The World. En esta ocasión, sin embargo, utiliza poco el bisturí de la cruel ironía, salvo para lacerarse a sí mismo de vez en cuando: el tema no es como para reírse, no aún. Las cenizas de las víctimas están demasiado calientes.
Ya conocen el final: todo el mundo muere.
Así empieza el libro, a las 8.30 horas, y acaba a las 10.29 horas. Un minuto, un capítulo; una hora y cuarenta y cinco minutos, ciento cinco capítulos para asistir a la caída de un mundo que no volverá a ser igual. En esa hora y cuarenta y cinco minutos se alternan la narración de la tragedia vivida por los clientes del Windows On The World, el café-restaurante situado en el último piso de la Torre Norte, la primera en ser alcanzada (a las 8.30) y la última en derrumbarse (a las 10.28), con las reflexiones y las confesiones autobiográficas del propio Beigbeder, un escritor que pretende escribir una novela sobre las víctimas que murieron ese día y en ese restaurante. Éstos son los dos pilares del libro, las dos torres gemelas de palabras que el autor construye sobre los escombros de las torres gemelas de hormigón y acero.
Dentro de un momento, en el Windows On The World, una gruesa portorriqueña va a empezar a gritar. Un ejecutivo con traje y corbata abrirá la boca de par en par. “Oh my God.” Dos compañeros de oficina se quedarán mudos de estupefacción. Un pelirrojo soltará un “Holy shit!”. La camarera seguirá sirviendo té hasta que la taza rebose. Hay segundos que duran más que otros. Como si uno acabara de apretar el botón de “pausa” en el lector de DVD. Toda esta gente se conocerá por fin. Dentro de un momento todos serán jinetes del Apocalipsis...
La narración de lo que pasó en el Windows On The World durante esa hora y tres cuartos es una reconstrucción ficcional, protagonizada por un personaje de ficción, el agente de seguros Carthew Yorston. El escritor Beigbeder, personaje real, se introduce en su propio libro desde otra perspectiva aérea, tomándose un café en Le Ciel de Paris, un local situado en el piso 56 de la Torre Montparnasse, el edificio más alto de la ciudad, una ciudad de edificios bajos donde no abundan los rascacielos. Me hubiera gustado haber leído el libro en un café situado en lo alto de otro rascacielos, (hubiese sido un ejercicio de poética simetría) pero no pude porque en Barcelona hay aún menos rascacielos que en París, una estricta normativa municipal los prohíbe por razones estéticas. Sólo hay tres, de 34 pisos el más alto, y ninguno tiene restaurante en las alturas. No es que importe: un buen libro se puede leer en cualquier sitio. Y éste es un buen libro.
Entre estos dos escenarios el autor establece un constante diálogo de ida y vuelta entre la realidad y la ficción, entre París y Nueva York, entre Europa y Norteamérica, entre la narrativa y el ensayo, entre la tragedia humana y la reflexión intelectual. Éste es uno de esos libros que tanto se pueden leer empezando por la primera página y acabando por la última como abriéndolo por cualquier página al azar. De hecho, todas las citas que aparecen intercaladas en este texto son de Windows On The World: es un libro muy citable (he dejado mi favorita para el final). Pero vale la pena leerlo entero. Porque también es un libro bello. Y un libro recomendable. Y un libro que aguantará más que los edificios.
Ese odio que inspira Norteamérica es amor. Alguien que te odia tanto, alguien que quiere que lo aborrezcas tanto, es alguien que quiere llamar tu atención. O sea, alguien que te ama inconscientemente. Bin Laden no lo sabe, pero adora a Norteamérica y desea que ésta le quiera. No haría tantos esfuerzos si no quisiera que Norteamérica le hiciera caso