Por: Wilson García Mérida A comienzos de año el portal literario
Ecdótica.com tuvo a bien reproducir un texto sobre perfiles de la narrativa nacional que el escritor
Edmundo Paz Soldán había publicado en noviembre del 2014 en una red española. Desconozco si algún medio boliviano, además de Ecdótica, dio cabida a ese excelente compendio de 8.000 caracteres, un verdadero concentrado de alta ley como dirían los ingenieros Peró y Zalesky en tiempos de don Sergio Almaraz Paz.
Siguiendo un orden cronológico en pirámide invertida, Paz Soldán cataloga en la cumbre de sus preferencias a Jaime Saenz y Jesús Urzagasti como “referentes fundamentales de la literatura boliviana contemporánea”, a quienes suma un total de 15 narradores bolivianos considerados –en su respetable opinión personal y generacional– como los más representativos del país en la actualidad. Hay quienes discreparán con esa nómina sin duda, y me incluyo; pero importa aquí lo que específicamente opina Edmundo Paz Soldán. Porque, sencillamente, es un placer leerlo en todo género.
Sobre Jaime Saenz, que sigue la estela de Arturo Borda, dice Paz Soldán: “(…) su vida de ‘maldito’ es un inventario de gestos provocativos contra la clase media de la que provenía, contra un tiempo que se le antojaba dominado por la razón… Saenz fue un ser torturado desde muy temprano; comenzó a beber a los quince años y a los veinte ya era alcohólico. (…) Para Saenz, el alcohol era un camino de conocimiento que permitía acceder a un grado de conciencia superior, a un estado de revelaciones y una visión más profunda de la realidad”.
Acerca de
Jesús Urzagasti: “Dueño de una cosmovisión poética que explora las continuidades entre la vida y la muerte y presenta un universo en el que incluso las figuras malignas tienen un lugar respetable”.
Y aparece en el inventario Víctor Hugo Viscarra, “el ‘Bukowski boliviano’ –o mejor: Bukowski como el ‘Viscarra gringo’–que, en sus memorias ‘Borracho estaba pero me acuerdo’, lee la realidad nacional desde los márgenes de los márgenes, aunque, a diferencia de Saenz, no hay en él una búsqueda mística del individuo sino una clara conciencia lumpen”.
La lista se extiende con “Jonás y la ballena rosada” de Wolfango Montes, miembro de una generación que tiene entre sus nombres importantes a Adolfo Cárdenas, Ramón Rocha Monroy, Homero Carvalho y Claudio Ferrufino. “La grave solemnidad de la narrativa boliviana, que se resquebraja un poco en la década del setenta, se hace trizas en ‘Jonás…’ y da paso a la irreverencia, al humor sin tapujos; el pudor a la hora de representar la sexualidad es reemplazado por una descarnada y liberadora franqueza”.
Alison Spedding y “De cuando en cuando Saturnina” —otra novela clave según Paz Soldán—, “obra de ciencia ficción con perspectiva feminista e indigenista, escrita con mucho humor y una notable capacidad de exploración lingüística”.
Llegan luego por esa misma zaga rupturista los chicos terribles de hoy: Giovanna Rivero, Wilmer Urrelo, Christian Vera, Fabiola Morales, Maximiliano Barrientos, Juan Pablo Piñeiro, Rodrigo Hasbún, Liliana Colanzi y Sebastián Antezana.
A ellos, por supuesto, se debe incluir al propio Edmundo Paz Soldán, cuyos cuentos fantásticos de singular y muy personal sello narrativo en
“Billie Ruth”, son los más bellos que leí después de Borges en “El Libro de Arena”. Lo digo sin exagerar.