Prólogo de ARUMA : Novela de Kassandra Barbery
Por Rubens Barbery
Bolivia a principios del siglo XXI se encuentra en un proceso político complejo, donde la democracia formal se pone a prueba con desafíos para los cuales los ciudadanos bolivianos parecen aún no encontrar respuestas. Las diferentes realidades, casi esquizofrénicas que encontramos a nuestro alrededor, validas para cada actor que la vive y sufre, presenta un escenario ideal para la creación literaria. Las motivaciones humanas, como suele suceder, generan aparentes contradicciones que en el contexto histórico suelen repetirse una y otra vez. El eterno retorno y la circularidad del tiempo Nietzscheano nos golpea en la cara, con dureza y también con poesía:
La historia de Aruma parece reproducirse eternamente, transformándose en una interpelación social al pasado y al presente. Con el amor necesario para dejarnos una gota de esperanza y la amargura del camino recorrido que al mirar atrás nos asusta. Ese trayecto donde nuestros propios traumas, comunes a la naturaleza humana, nos llevan a ser similares en las diferencias y también en la estupidez. Es el reino único, que encuentra en la necesidad, la justificación a sus pecados.
La historia nos lleva a la crudeza de la xenofobia, aquella que surge fácilmente del temor al otro, a lo extraño y se instala con tenacidad en el alma. La rabia de la injustica, del desprecio, la que cultiva la violencia y multiplica el odio a lo diferente. Ficticio o real, el temor a nuestros fantasmas, como una proyección freudiana, se transforma en acción aniquiladora de quien nos estorbe en el camino.
La percepción que la autora, con profundidad psicológica, logra de sus personajes, facilita la identificación permanente con sentimientos que en mayor o menor grado, nos son comunes, más allá del lugar o condiciones del nacimiento. Hasta en lo negativo, en lo contradictorio, el concepto de raza se destruye, se transforma en humano, simplemente humano. Completa el circulo esa “espontaneidad, aquella integridad que todos llevamos dentro, la parte más honesta y pura que duerme la mayor parte del tiempo y se despierta cuando dejamos de pensar, abandonándonos así a la esencia de ilustres sentimientos”, muy parecida a la sonrisa de un niño.
La justicia y la obligación de exigir derechos, fácilmente logran mover el péndulo permanente de la historia, de una injusticia a otra, de un oprimido a otro, amparado en “el sentimiento de la eterna insuficiencia”. Buscando el pluralismo político e ideológico que los lleve al encuentro, los personajes se quedan en el camino, nos desvían con ellos, naufragando en las pasiones oscuras que impulsa la voluntad del poder absoluto. Cuando se abren las puertas del infierno, todos nos convertimos en demonios, o perecemos. La lógica del más fuerte, esa que en todo tiempo y condición parece aflorar del sub
consciente, paradójicamente también nos hace universales, con dioses de un tipo o de otro, cada cual apela a su salvación individual. La concepción del héroe, el que se martiriza por otros, solo es posible con la presencia de su opuesto, el traidor, el cobarde que nos recuerda el inframundo al cual voluntariamente – o no – decidió apostar. Más allá del resultado, el proceso termina siendo irrelevante frente al tiempo que inmisericorde avanza, pero que parece único para la realidad individual en que nos toca vivir. Aruma tiene su propio tiempo, su propia realidad y condicionamiento, con inocencia primero y desesperanza después. Forma parte de su realidad, es víctima de la circunstancia y a la vez cómplice de su desgracia…la complejidad de su tiempo y del nuestro.
Aruma nos invita a navegar en nuestro interior, en nuestras taras íntimas, en el amor, el odio y el desprecio hacia quienes también son amados, odiados y despreciados por otros. Esa mentalidad de feudo que etiqueta al otro, que deshumaniza y nos convierte en nosotros vs. ellos. La lógica binaria del pensamiento, la ignorancia de ver el mundo en términos de malos y buenos, simplificando injustamente lo complejo. La clasificación del hombre, su cosificación, es el caldo de cultivo para la intolerancia, el dogmatismo fanático que desprecia lo que no comprende y lo que no posee.
La obra logra introducirnos en una historia donde sus personajes cobran vida, trascendiendo el tiempo en que viven, con la complejidad literaria de llevarnos a épocas remotas. Es una historia universal, en un contexto particular. Esa es su riqueza.
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