“Los días más felices” en la mirada de Alberto Olmos
Argumento
Ladislao, Valeria o Andrade se ven crecer en el cuento de al lado, desaparecer en el siguiente, protagonizar un tercero. La técnica de interconectar cuentos da unidad a un universo de adolescentes latinos y viriles, desahuciados; de chicas sucias; todos con familias incorrectas. En sus vidas, la sexualidad y la tecnología hallan extraños modos de encontrarse. Cassetes y carretes, como volver a los 1990 y darle al play.
Conocí a Rodrigo Hasbún en Nueva York hace unos meses, en el contexto de los actos derivados de la promoción de la revista Granta y de sus 22 autores elegidos. Hasbún es el escritor más joven de la lista y, a mi juicio, el más prometedor. Mi intuición se basa en algo tan cuestionable como esto: era el único escritor residente en Estados Unidos que no parecía estar viviendo los mejores momentos de su vida.
Frente a la sonriente actitud de la mayoría de los “chicos Granta”, paralela a esa alegría presupuestaria de todos los escritores que viven por y para las becas, las residencias y la subvención, Hasbún tenía una actitud crítica y, sobre todo, autocrítica con su puesto en el entramado cultural. Alguien que no está de acuerdo, que se queja, que no comparece o que se aparta de los demás es siempre alguien que tiene mucho que decir.
Los cuentos reunidos en Los días más felices continúan marcialmente la poética establecida en su primera novela, El lugar del cuerpo. Son relatos de adolescentes al encuentro de su sexualidad, que deben gestionar en circunstancias familiares caóticas o en hábitats estudiantiles asfixiantes. La prosa es seca y sórdida, la factura del cuento alterna la fragmentariedad con el monolítico fluir de conciencia; se indaga en lo orgánico de las relaciones personales, el sexo son las relaciones personales.
Hay un relato extraordinario: El futuro; y, aunque hay también alguno desechable (el bolañesco El fin de la guerra), el conjunto resulta, sin duda, brutal.
Alberto Olmos
Fuente : Revista Que Leer
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