El relato de la “democracia participativa”
Por Juan Claudio Lechín
En la última década, la “democracia participativa” se ha convertido en uno de los poderosos desarmadores de la democracia normal, esa que soñaron los próceres, de las libertades que supera la autocracia y el centralismo caudillista, esa democracia que vertebra el sistema político con un grupo de partidos y de manera representativa.
Pero Heinz Dietrich, el ideólogo alemán, asegura que “el alma del Socialismo del siglo XXI es la democracia participativa”. Sus discípulos, Chávez, Evo Morales, Correa y otros, utilizan este slogan para invocar una democracia más noble, destinada a mejorar abundantemente a la caduca e injusta democracia (representativa o burguesa). Los aláteres de este proyecto continental dicen que es “incluyente, tolerante, plural, diversa y asociada con la libertad, la paz y la justicia”, y con estos adjetivos políticos conmovedores tipifican a este conspicuo planteamiento ideológico con el que nadie, salvo un monstruo, puede estar en desacuerdo. Nótese una semántica bien cuidada; intencional y hábilmente colocada para provocar efectos sentimentales y de una inmediata y generalizada empatía.
La inteligente arquitectura de significados tuvo efecto pleno porque triunfaron en Venezuela, Bolivia, Ecuador y en otros países, pero en lugar de florecer una mejor democracia ha sucedido, en todos estos casos, una inmediata concentración del poder en manos del caudillo, que copó el sistema electoral, el judicial, el parlamentario, el ejército, la policía, la prensa, y provocó un decaimiento continuo en las libertades ciudadanas y en el pluralismo político.
Recientemente, Chávez hizo que el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela le negara al ciudadano Leopoldo López su habilitación como candidato, aunque la Corte Interamericana de Derechos Humanos había fallado a su favor. Ya anteriormente hizo echar al gobernador del Zulia, Manuel Rosales; y sus grupos armados de choque atacaron la opositora alcaldía de Caracas. Pari passu, Correa está revocando al opositor indígena y alcalde de Colta y Evo Morales ha depuesto a un prefecto opositor por año, donde Ernesto Suárez, del Beni, fue sacado este pasado diciembre; y las bases cocaleras ocuparon violentamente Cochabamba (2007), para sacar al prefecto de entonces. ¿Geometrías dirigidas?
El resultado real (y no retórico) es que el Socialismo del siglo XXI y su alma ideológica, la “democracia participativa”, ha terminado destruyendo la democracia allí donde triunfó; instalando formas astutas de partido único, donde su caudillo nunca pierde en una puesta en escena democrática.
Es bueno confiar pero a veces mejor es desconfiar, de tal manera que en esta América nuestra, cuando se escuche el relato político de la inofensiva y prometedora “democracia representativa” hay que poner las barbas en remojo, porque esconde incendio y colmillo filo. Ya se han visto tantos casos que por querer ganar una democracia ideal perdieron la democracia real.
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