Por Claudia Bowles Olhagaray*
En el último cuarto del siglo XX y los años que llevamos del S. XXI, la literatura boliviana, producida desde Santa Cruz, ha experimentado una serie de transformaciones con respecto a los registros literarios que antecedieron a este período. Lenguajes, temas, perspectivas, pero sobre todo actitudes frente a la escritura, hoy son radicalmente diferentes en los autores que vienen escribiendo desde el inicio de la década de los 80 o han empezado a hacerlo durante la misma, y continúan de manera sostenida desde entonces.
Tan desmesuradamente como ha crecido la ciudad, dispersa y desencontrada de sí, así lo ha hecho su literatura. En esa fragmentación, real y simbólica, sin embargo, se pueden reconocer algunas constantes que vamos a proponer como claves para alcanzar una aproximación incluyente y abarcadora, pero que más allá de todo, logre “decir” a Santa Cruz, desde la ficción literaria y la sensibilidad del verso.
Hemos prescindido preliminarmente, de la necesidad de establecer una categoría ontológica, para nosotros exigencia académica importante, cual es la de definir, a priori, “lo cruceño” (que luego debería identificarse como rasgo pertinente de la escritura). Y no sólo porque circunstancialmente esta categoría (en planos regionales y nacionales) de comprensión del mundo esté siendo realmente replanteada en las esferas sociopolíticas, sino por la relatividad de su valor a los fines interpretativos y de valoración de la poesía y la narrativa actual. Muy al contrario de lo que parece estar sucediendo en el resto del país, y en los planos ya aludidos, de hecho podemos decir que, Santa Cruz se ha convertido también en lo literario (como en lo productivo, social, industrial, etc.), en un espacio de convergencia, de encuentro, desde donde escritores de distintas procedencias, formaciones, y visiones, coinciden en residir aquí, hablar desde aquí, crear desde aquí.
Hemos prescindido también de ubicar a los creadores generacionalmente, no obstante existir un hito (ver más adelante) que ha demarcado territorios y delineado lenguajes en algunos de los autores incluidos en esta selección. Buscaremos, más bien, mencionar, los elementos afines o comunes que puedan vincularlos, siempre del orden de lo literario.
Antecedentes
Sobre los andamios, no siempre conscientes, de escritores de la vieja generación realista/costumbrista, (R. Otero Reiche, A. Flores, E. Finot, E. Kempff, escritores de la primera mitad del S. XX) y O. Barbery Justiniano o Manfredo Kempff, de los 70 y 80; con algunas evocaciones a los poetas nacionales de la primera mitad del S. XX (Cerruto, Mitre, incluso Camargo, etc.); sobre los vagos recuerdos de lecturas de escuela e infancia, así como también sobre la base de profundas y polémicas lecturas “escolares” (algunos de los autores incluidos comentan lo subversivo que resultaba leer a los escritores mencionados, durante la dictadura de los 70), entre los que se encontraban desde Rulfo hasta Borges o Cortázar, el obligado García Márquez, el muy apreciado Neruda; y, por supuesto, con algunos acercamientos hacia la interminable literatura universal, durante la década del ochenta se fueron perfilando los rasgos de los grupos que en los noventa consolidarían una generación distinta; luego se sumarían nuevas presencias y se bifurcarían en innumerables posibilidades temáticas y formales. Nuevas maneras de hacer y pensar a la literatura se abrieron espacio y cobraron forma en textos, temas, géneros, estilos nunca antes abordados en esta región. Hoy podemos decir que existen más de una voz o un registro: una poética de la multiplicidad, coherente y consecuente con la dispersión urbana que nos caracteriza, una poética que refracta a las múltiples nacionalidades y se expande a partir del entrecruzamiento de ellas. Este desencuentro que subyace a un fragmento (región) de esta sociedad que busca definirse a sí misma, es uno de los motivos que alimentan la producción literaria actual.
Hacia fines del S. XX y principios del XXI, en vez de un previsible ocaso del que mucho se hablaba, se llegó a un auténtico reencuentro con la palabra. Para muchos la sospecha era, cuando nos aproximábamos al fin del milenio, de que ‘en los años que nos quedaban por vivir’, la literatura no gozaría de buena salud. Pero no ha sido así en estas llanuras. La literatura cruceña se encuentra en un momento especial, en el que años de apertura, libertad y – sobre todo- compromiso con la palabra, han dado lugar al nacimiento de varias texturas discursivas, que sin duda re-dibujan a Santa Cruz y al cruceño.
Los cambios
La nostalgia por la Santa Cruz aldea, la de los tipos y leyendas, la de los cuadros de costumbres (Flores) o los balcones y serenatas (Otero), fue poco a poco quedando atrás, y sólo pervive en algunos textos poéticos apenas ya como un tópico, o con un tratamiento lingüístico que le da otra dimensión. El fin del milenio provocó en algunos una vuelta a la tradición; otros, transitaron indiferentes el umbral.
Durante las décadas de los 70-80, se produjo una serie de acontecimientos políticos, que incidieron profundamente en la producción literaria. La dictadura no propició la aparición de obras literarias significativas. Pero a partir del año 1985, Santa Cruz se convierte en un centro generador de arte, particularmente de literatura.
El “Taller del Cuento Nuevo”, (1986) grupo que naciera a raíz de la realización de un encuentro-taller justamente, dio algunos de los nombres que hasta ahora permanecen produciendo con una constancia y permanencia pocas veces vista. De aquella escuela vienen (directa o indirectamente) Blanca Elena Paz, Homero Carvalho, Oscar Barbery, Paz Padilla y otros que, sin haber pertenecido al grupo, por sus coincidencias literarias hoy se funden en esa generación pos-80, que renovó el oficio de la escritura en varios sentidos, cuales son Aníbal Crespo, Gustavo Cárdenas Ayad, Gary Daher, Luis Andrade, Emilio Martinez, Gonzalo de Córdoba. La expansión demográfica de esta urbe, alimentada significativamente por la migración interna y externa, se hace evidente en la presencia de estos últimos, que vienen de otras regiones del país, o de fuera de él (los dos últimos). Por otro lado, el espacio poético sería tomado con un sostenido espíritu de trabajo, y un innegable crecimiento de la profundidad en las exploraciones literarias, desde la mano de las mujeres: allí aparece casi precozmente Giovanna Rivero, antes la ya mencionada B. E. Paz, Luisa (Gigia) Talarico, Centa Reck y Claudia Peña.
Unos aproximaron la prosa a la poesía; otros incorporaron algunos preceptos del realismo mágico a este contexto de selva y calor, absolutamente apto para esa concepción literaria; alguno nos permitió pensar en una literatura negra o policial propia, género casi exclusivo de otras lenguas y culturas. Llegaron incluso a concedernos la posibilidad de encontrar humor en la literatura, un recurso poco frecuentado en nuestra tradición literaria (nacional sobre todo) tan grave en el tono y melancólica en la visión (Homero Carvalho, Oscar Barbery Suárez). La poesía se reencontró con la canción popular, ésta ahora un “espejo” propicio para la reflexión interior (O. Barbery), pero también se volvería alivio ante “tanto desacierto, la sangre agobiada”. /la palabra es puerta que abre y armadura que protege (A. Crespo). El verso logra la brevedad suficiente para expresar la angustia ante la ausencia del otro, la insoportable y dolorosa necesidad del cuerpo del otro, como anuncia Gigia Talarico en sus textos aún inéditos.
Aunque durante el S. XX, la narrativa (más que otros géneros) había alcanzado en términos universales, límites que justamente nos hacían pensar en un posible agotamiento, hoy continuamos sorprendiéndonos y disfrutando con las propuestas que las mismas circunstancias vitales le ofrecen al hombre como reto. La mitología de todas las regiones, la vida y la muerte, el amor y el odio, la traición, el poder, la soledad, el abuso, el desquicio, y otra vez la soledad, continúan siendo los temas capitales de la literatura actual. Pero es también la literatura misma, los mitos literarios, los “topoi” literarios, los que se convierten ahora en eje temático esencial. De pronto la intertextualidad es un recurso, una técnica y un valor literario insoslayable, como se evidencia en textos de Cárdenas, Martinez, Carvalho. Y cuando hablamos de literatura debemos incluir también a algunos géneros mal llamados marginales, como la historieta (cómic), el cine, los relatos orales, las tradiciones urbanas (ya no las regionales o nacionales rurales), convocados por la escritura cruceña, como ocurre en Carvalho y Barbery. Pero el habernos convertido vertiginosamente en una “gran urbe”, impone casi obligatoriamente otros motivos.
Hoy nuestros escritores evocan insoslayablemente la angustiante e impersonal vida urbana, símbolo de la decadencia de la civilización que pasó de la gloria a la mediocridad en los inicios del siglo veinte; y en esta ciudad, símbolo de la superposición y convivencia no siempre armónica de mundos, tiempos, mentalidades, culturas, lenguas, que se entrecruzan y se hibridan, oscilando entre la intolerancia política y religiosa que creíamos superada y la libertad degradada de los reality-show, de los noticiarios-espectáculo; entre la ‘modernidad’ de una democracia milagrosamente conservada por más de 20 años, y el racismo, la xenofobia, el machismo y la ceguera cultural y artística que subyacen bajo el discurso que la sostiene. A esta multiplicidad imposible de nombrar, que también es multiplicidad de “hablas”, le acompaña el silencio de las multitudes.
Pero frente a esta mutilación del “habla” – que atribuimos al discurso político, de las comunicaciones masivas, y del anonimato colectivo en el que vive la gran mayoría de nuestra población, que paradójicamente vocifera en la palabra del político/impostor; frente a este sin sentido y sin rumbo de la cotidianeidad, frente al silencio de miles, que se confunden entre el reverdecido indigenismo, el trasnochado marxismo, el tardío feminismo; frente al grito desesperado de los niños de la calle y las ostensivas campañas de salvataje de las instituciones gubernamentales, frente a los apabullantes y multiplicados/bles cabildos y referendos; frente a la compleja y contradictoria “refundación” de nuestra “Carta Magna” …aparece la poesía y nos salva; el acto poético sobrevive a todos los embates de la chatura política y a la vacuidad de la comunicación cotidiana. Pero la escritura será también, determinada por aquellos fenómenos extraliterarios, pues es el sujeto escindido, que ha roto con su mundo, el que habla en estos brevísimos cuentos, en escasísimos versos o en relatos sobrecargados de ironía y dolor como se percibe en Giovanna Rivero o Claudia Peña. Los escritores incluidos aquí, además de superar las profundas huellas dejadas por el realismo social e histórico, el indigenismo, la mística de la tierra, replantean sus poéticas, alcanzando, casi todos, en la escritura, un camino de encuentro con el propio ser.
Creemos, junto con Wittgenstein, que la realidad consiste de un incontable y discreto cuerpo de irreductibles hechos, a los que los humanos intentamos comunicar simbólicamente a través de la palabra; pero también, tal cual se dice en Investigaciones Filosóficas, que además representar la realidad, las palabras la determinan.
Desde otra perspectiva, es cierto que se ha producido una gran explosión de información y una implosión de significado, en palabras de J. Baudrillard; que siempre ha existido una cultura popular, por un lado, y por otro, los escritores siempre se han sentido solos, incompletos, enajenados y a la vez seducidos por el contacto directo con el público. Eso los lleva de vuelta al “mundanal ruido”. Pero la literatura y eso lo sabemos todos, informa sobre lo que está más allá de la información. Sobrepasa infinitamente lo dicho en el discurso cotidiano de la política y de la información.
De la misma manera en que sabemos que ya no es la clase media ilustrada europea la que porta la cultura, que ya no existen culturas metropolitanas y mucho menos culturas homogéneas; así como sabemos que la historia se ha vuelto universal y por ello todos somos excéntricos; así, la literatura cruceña es producto, también, de ese descentramiento de los focos de cultura nacionales, y alcanza su sentidos cuando se aproxima a lo universal a través de lo cotidiano, liberándose de llegar a construir un sentido de pertenencia territorial geopolítico, e incluso de construir una tradición literaria para reconocerse “heredero de” o “influenciado por”.
Las lecturas de esta selección nos muestran la posibilidad de hacer literatura, mirando intensamente adonde quiera que se encuentre el sentido oculto, allí donde se descubra lo invisible, lo olvidado, lo marginado, haciéndolo además a contramano de lo que la realidad sugiere, como excepción a los valores de lo oficial.
Los autores y la ciudad
La ciudad. La ciudad con todos sus conflictos y tensiones, nos habla a través de estos escritores. No se trata de que ésta sea una literatura referencial o del paisaje urbano. Más bien, de que el discurso proviene de sujetos que logran apropiarse de este espacio que – por inexistente o ajeno-, había estado fuera del alcance de la contemplación literaria. Los autores de esta selección, nos han permitido leernos como parte de esa ciudad, reconocernos en ella, tanto en textos que se engarzan voluntariamente en la tradición popular, (como O. Barbery) como en otros que se valen de un lenguaje absolutamente libre, que transita por la frase personal, íntima, casi confesional como sucede con Gustavo Cárdenas o Aníbal Crespo. Más allá de sus actividades cotidianas, todos tienen el ‘oficio’ de la escritura como un componente esencial de sus vidas, no una labor complementaria. En todos se reconoce la importancia otorgada al lenguaje (como objeto, no más como mero instrumento) y al género con el que trabajan. El cuidado puesto en ellos se convierte en intensidad. Todos intentan alcanzar una voz propia.
Oscar Barbery Suárez, en los textos de su “Cancionero” que aquí se incluyen, refresca, renueva a la canción popular. El poema/canción se reconfigura estéticamente, pues se prescinde del ‘color local’ que se manifestaba en un léxico ‘típico’ y un tratamiento muy sencillo del poema mismo. Aunque recorre los ejes temáticos de la tradicional canción folclórica, le incorpora la sensibilidad compleja del hombre de hoy, y desde allí reinterpreta una realidad usualmente caracterizada con extrema superficialidad. Así, ‘El Palmar’ deja de ser un espacio para la serenata amorosa o la anécdota pueblerina, y se convierte en el pretexto para la reflexión sobre la existencia y el sueño, la realidad y su imagen. ‘Negro Diablo’ parece solo reincidir en el viejo tópico de los amores imposibles por la diferencia de clase o color, pero es inevitable encontrar una tenue crítica a las rígidas estructuras sociales todavía vigentes en la actualidad. Recordemos que Barbery es también creador de una tira cómica, “El Duende y su camarilla”, cuyos personajes ironizan a diario sobre la realidad sociopolítica de la ciudad y el país.
Gustavo Cárdenas, narrador y poeta de gran sensibilidad lírica, transmite las mismas preocupaciones en sus relatos como en sus poemas. Sus cuentos no tienen una naturaleza estrictamente narrativa: es una manifestación intensamente emotiva de sus búsquedas poéticas, la palabra precisa y expresiva, la construcción metafórica y la imagen como únicos recursos literarios. De ‘Desapariencias’, (relatos) dijimos ya que nos ha permitido leernos como ciudad, desde aparentes lugares que, como espejos, reflejan los arrabales del desquicio, hasta bifurcaciones que proponen rupturas en el tradicional estilo narrativo; el autor transita por la frase personal, libre, íntima con un lenguaje que traspone lo ambiguos límites del decir y el nombrar. “Andamios”, por otro lado, dividido en dos partes, sigue la línea poética de “Las hojas de la madera”, aunque evidencia un proceso evolutivo marcado por la economía en el lenguaje. Los poemas de “Andamios” se caracterizan por la precisión, lo que este poeta busca es la palabra sin adornos ni florilegios”, opina Ma. Pía Franco. La poesía de Gustavo Cárdenas no sirve para nada – como toda poesía- es un pretexto caprichoso de quien anda por el aire aferrado a una letra, que le permite seguir en lo alto, mirando como un pájaro de breves vuelos, de andamio en andamio, persiguiendo lo imposible: una palabra que lo diga todo.
Homero Carvalho, ha abordado en sus cuentos y novelas, reunidos en varios volúmenes, asuntos donde también se destaca el humor con que opta por referir su concepción de las cosas. En dos de sus novelas, Memoria de los Espejos y Santo Vituperio nos confronta a tópicos ahora familiares en la actualidad literaria: el de el mundo o mundillo de los intelectuales, y el de las mitologías urbanas: espacios urbanos, (los cafecitos), belleza, riqueza, poder, religión y moral, junto a acontecimientos detectivescos, y un imaginario atemporal le permiten elaborar una novela con el color del discurso de crítica social: después de todo, entroncándose en la centenaria tradición costumbrista, también aparecen las ‘damas de sociedad’ de otros autores (Flores), pero convertidas en jóvenes modernas y elegantes; las autoridades, igualmente parodiadas; aparecen las prostitutas, con “Inés de las Muñecas”, para recrear el imaginario religioso popular. En esta ocasión, sus brevísimos cuentos son un amplio y variado cuadro de homenaje a los personajes, tópicos, temas, de todos los espacios y tiempos que lo han apasionado. Como un gran fresco, en cada pequeño relato, se refiere a cada uno de ellos, y de la mano de la brevedad y el humor, nos ofrece esta suerte de confesión de sus pasiones, con la que intenta compartir una mirada total de la realidad una vez más parodiada.
Muchos son los sentidos o funciones, con los que los poetas han hecho poesía en nuestro país. La búsqueda, a través de la escritura, del sí mismo, es uno de esos sentidos. En este caso concreto, el de Aníbal Crespo, el fenómeno es sensiblemente perceptible. Es un escritor que asume su escritura como camino de apertura hacia el ser interior, su propio ser. Es, como se ha dicho en algunas críticas previas, una poesía de tono individualista, y aunque esto parecería un pecado de nuestros tiempos, el autor opta, ya cansado del “mundanal ruido” por la palabra ‘silenciosa’, casi un susurro para sí mismo, que pudiendo hablar de todo, prefiere el amor, el destino, la existencia, el ser y el existir a través de la palabra. Tal como tienen en los poemas elegidos, el poeta dice: Escribir estos signos, estas letras, que son mi identidad secreta, mi armadura y también la puerta de mi alma.
Por otro lado, existen poemas que nos deleitan, que nos enamoran, que nos permiten unos segundos de ilusión ante la precariedad de la vida. Este no es el caso. Gary Daher, en un acto de sinceramiento, nos entrega a todos los que alguna vez hemos querido construir algo con las palabras: el insoportable dolor del silencio. “El lenguaje me limita” dice en los primeros versos de ‘Oruga Interior’. Y si lo más sagrado que hemos tenido es el lenguaje, si por siglos le hemos depositado la certeza de la comunicación, y ahora éste nos limita, ¿qué nos queda? Ya ni el amor es posible, solo el silencio. Las palabras son inútiles, dice más allá, solo la música penetra; pero, ojo: no con la suavidad con la que podríamos esperanzadamente creer. Taladra, corta, araña. El alma apenas acierta a proferir azarosamente una o dos frases verdaderas, que no son sino extravíos de los demonios interiores. Aunque por instantes sentimos una dureza violenta, agresiva, en estas palabras, a medida que avanzamos en el poemario, confirmamos que la intensidad no va a ceder. Es una tromba la que envuelve al poeta, y su palabra apenas una tabla de salvación provisoria. Pero en ‘Actos’ por ej., hace del acto amoroso un lento relato lírico, de un suave erotismo. Otra faceta del escritor se presenta en este fragmento de Tamil.
La intertextualidad, la reconstrucción de personajes, las alusiones literarias, la invención de mundos imposibles, el relato lúdico, son algunos de los ingredientes de la narrativa de Emilio Martinez. Confeso no-lector de novelas, sus cuentos son producto de de dos pasiones aparentemente obvias: la lectura, de donde extrae, distorsiona, moldea, personajes o escenarios; y por supuesto la propia escritura. Pasión en tanto que en los cuentos descubrimos una cuidada elaboración de todos los niveles textuales. La palabra, los tiempos, los sujetos, las tramas, las sorpresas, nada está dejado al azar ni es producto de la desnuda inspiración; más bien diría, es un trabajo de laboratorio, laboratorio de experimentos en el que juega con las categorías literarias. Este es, uno de los aportes de Martinez, tanto en Macabria y otros cuentos, uno de sus primeros volúmenes de cuentos, como los que aquí aparecen. La desmitificación de lo académico, la parodia de los sistemas de valores, de los cánones literarios y culturales, son la fórmula que ha encontrado Martinez para romper el acartonamiento de la realidad y de la escritura con la que a ella se refiere.
Una de las más jóvenes escritoras de este grupo, Giovanna Rivero, se adentra en lo más profundo del ser femenino, desgarradora y dolorosamente, con una escritura que no se puede calificar sino de brutal, por la agresividad con que las palabras osan llegar hasta el desprevenido lector. Desde Nombrando El eco, su primera obra narrativa editada, la escritura de Giovanna Rivero ha tenido algunas constantes, rasgos, que “in crescendo”, han dado en lo que considero un momento significativo dentro de su proceso, de la evolución de su escritura. Porque quien quiera que tenga la escritura como un elemento vital de su existencia, lo busca así, consciente y consecuentemente. Ya dijimos antes que una voz provocadora, irritante, molestosa, corrosiva. Pero en “Sangre Dulce” (último libro de cuentos) se llega a provocar ese efecto, no solo por las historias que se cuentan sino fundamentalmente por algunos elementos que hacen a lo lingüístico, al manejo del género, y al dominio de las técnicas narrativas. Las tramas, las historias crueles y durísimas historias contadas nos conmueven las fibras más profundas, los sentidos reaccionan, sentimos dolor, tristeza probablemente hasta rechazo ante un texto que nos tira a la cara una realidad que está ahí, muy junto a nosotros, y a la que pasamos de largo, negamos, en fin. Las urgencias más cotidianas, la reacción insospechada de una perra domesticada en un gesto que parece una epifanía, una intervención divina en el cuento Ladrando Bajito (por cierto de extrema dureza), el amor con todos sus caprichos: una multiplicidad de sensaciones encontradas y contradictorias, que nos mueven la estantería, nos enfrentamos a nuestros prejuicios, a nuestras convenciones, una de ellas, particularmente fuerte en el mundo femenino, el de ver contada nuestra vida en el papel. La podemos vivir, la podemos sobrevivir, (por supuesto la ocultamos, la negamos, etc.) pero no la resistimos escrita. Y es que una vez escrita, la realidad cobra otra dimensión. Y al lector, así quiera soslayarlo, le tocará verse en la palabra escrita. Como quien se mira en un espejo, pero ojo, que esto no se entienda como una escritura que refleja a la realidad. No es así.
Centa Reck, con un lenguaje descontraído, descontrolado, irreflexivo (en el sentido de que parecería no ser producto de la reflexión) logra salir de una tarea pendiente con su contexto local, el de Por la otra Ventana, para arremeter con intensidad en la profundidad sicológica de esta ciudad moderna. El desquiciamiento, la enajenación, parecen ser ingrediente obligatorio para construir la historia de Zona Rosa. La rebeldía, el tomar la palabra por la fuerza como gesto de liberación de mujer, es claro en varios de los escritos de C. Reck. Los temas y sus personajes, son los que esta actitud imprime: la sexualidad en todas sus formas, la muerte, la libertad, la infidelidad, el mundo de lo onírico (que de hecho revela por sí solo un infinito abanico de represiones) y, muy importante, el discurso escindido de las mujeres carentes. En el caso de la Zona Rosa, un triángulo amoroso es el eje narrativo central de la trama. Todo ese discurso disparado por la autora, es un escape, una salida, a la inacción, a la indiferencia que nos, a hombre y mujeres, mantuvo callados por varias décadas y que en los últimos quince años del siglo que se fue, tímidamente empezó a nacer. Detrás de todo ese discurso, que no puede ser callado, quedan los rastros del desquiciamiento que hemos bordeado como sociedad.
Las mujeres han logrado romper el mandato patriarcal, “el mandato del amo que nos destinaba a seguir brindando circo y satisfacción, ahora presentadas en forma de confites, o de un turrón literario”. De esta forma actúa Claudia Peña Claros, en su poesía y su narrativa. Se rompe el velo para entrar en el discurso, se apodera de él, y bordea el erotismo, la seducción, con una postura entre inocente e ingenua. Aunque en este relato también retoma una modalidad discursiva vinculada a lo rural y a la manera convencional de concebir los afectos, su poesía es reconocida por la firme y decida intención de acercarse a las emociones y sensaciones más ocultas de la mujer contemporánea, develando, como decíamos antes, los miedos y los deseos más ocultos.
Ya hemos anticipado antes, que cierta línea de poesía es de tono muy intimista en lo conceptual, y que persigue las formas breves. Ese es el caso de Gigia Talarico. Muy reconocida por los lectores por su incursión en la literatura infantil, desde hace unos años tornó la mirada hacia su propio interior. Pero no es esta la escritura de una mujer en particular: ella condensa y contiene las voces de quienes han transitado por el dolor de la partida, el dolor del cuerpo fracturado, lastimado por la ausencia del ser amado. Mi cuerpo está tibio y desnudo/ y flores brotan salvajes /de mis montes/ hay un río que bulle muy dentro. Tal la enunciación del deseo de mujer, salvaje y solitario.
Consideraciones finales
Creemos que hoy, más que nunca, el carácter sinecdóquico y develador de la literatura cruceña, propone una contemplación de las realidades históricas y sociales desgajadas de su temporalidad concreta, es decir, transitoria. Aunque la ciencia continúe organizando el mundo en categorías, la cotidianeidad nos invite al silencio, la parodia política nos lleve a la abulia comunicativa, llegará la poesía y nos hablará de relaciones diferentes. La narrativa continuará buscando describir y edificar la totalidad secreta de la vida, incorporando coherencia y sentido la existencia del hombre. Y tras mucho leer y escribir, allí estará, al final del laberinto, cuando terminemos de despertar a este nuevo siglo, la Santa Cruz de siempre y la de hoy.
* Claudia Bowles Olhagaray es licenciada en Letras Modernas e investigadora.