viernes, octubre 28, 2005

Un vicio más barato que el amor y menos que el cigarrillo

Miguel Lundin Peredo






Mientras leía el periódico sentado en una humilde silla de nogal, ubicada en mi vivienda construida con material de adobe, pensaba en mis hermanos de sangre que trabajaban la tierra con su sudor y que contribuían al progreso del país con el latido incesante de sus corazones.
Mi abuelo se encontraba pastoreando las alpacas que mi familia usaba para la elaboración de productos textiles y mis hermanos fabricaban ladrillos artesanalmente en hornos rústicos donde debían trabajar todos los días desde que cantaba el gallo , ignorando las inclementes temperaturas del eterno invierno de los andes bolivianos.
¿Sabían ellos que sus vidas podían cambiar si cultivaban el vicio que aprendí en Buenos Aires?.
Cuando yo tenía 18 años emigré a la Argentina buscando un futuro mejor que trabajar en la mina y continuar con la inevitable esclavitud laboral que perforaba los pulmones de los mineros como tributo a las entrañas donde reinaba el temido tío de la mina, que yo solo tuve la oportunidad de ver una vez cuando visité junto con un primo mío el museo minero que se encontraba en el socavón de Oruro.
En la Argentina conocí a un colombiano que me dio empleo como repartidor de pizzas en su negocio ubicado en un barrio marginal llamado Villa 31.
Mientras repartía pizzas aprendí a leer, mi jefe me enseñó a leer y se sorprendió que aprendiera rápidamente con la misma destreza de un señorito de alto estatus social.
Regresé a mi querida tierra natal con un vocabulario distinto que el de mis padres, era el único de la familia que sabía leer, la condición analfabeta de mis hermanos de sangre que vivían en ese poblado ubicado en los cerros de Caracollo, me obligó a sentir el deseo de cambiar el destino de mi gente.
- Voy a construir una escuela, tata
Dije mientras colocaba el periódico sobre la mesa para saborear el pan elaborado con harina de soya .
- Una escuela es un trabajo que necesita el trabajo de muchos albañiles,
¿dónde vas a conseguir el dinero para construir esa escuela?
- Mis hermanos fabrican ladrillos, les pediré que me proporcionen la cantidad de ladrillos que se necesita para convertir mi idea en una realidad . El dinero para el cemento y los demás gastos de la construcción de la escuela lo conseguiré mediante una cuota que pediré a los miembros de esta comunidad y si no puedo conseguirlo de esta forma usare el dinero que ahorré cuando vivía en Buenos Aires.
Mi padre no me respondió, acabó su desayuno y se fue a la feria de Caracollo para comprar algunas cosas necesarias en la casa, el usaba el viejo sistema del trueque , compraba cosas intercambiándolas con queso, cabeza de cordero o otras cosas que el cultivaba o producía.
Salí de la vivienda y fui a visitar a un viejo coleccionista de libros que vivía en Llallagua, necesitaba su colaboración en mi proyecto.
Cuando llegué lo encontré sentado en su modesta cama, fumando de su larga pipa y leyendo una novela de Jesús Lara.
- ¿Cómo estás, viejo amigo?. ¿Has bebido del vino de la pachamama últimamente?.
- Siempre bebo de el vino de la pachamama, puedo apreciar que estás leyendo una novela de Jesús Lara.
- Si estoy leyendo Yanakuna, este escritor me fascina por su compromiso literario de difundir la cultura quechua de Bolivia. Supongo que tu visita tiene un motivo especial porque cuando vienes sorpresivamente en mis momentos de nutrición literaria yo puedo descubrir que buscas una solución, Demetrio
- Tengo una idea descabellada, quiero construir una escuela en mi pueblo,
Pero no quiero construir una típica escuela donde se enseñe solamente a leer y escribir, mi idea es que esta escuela sea un santuario creativo donde se produzca literatura india que yo me encargaré de difundir.
- En palabras más explícitas quieres construir una escuela de escritores indios.
- Exacto y necesito tu ayuda en el proyecto, Omar.
- Ayudaré con gusto económicamente en ese proyecto, Demetrio.
- Sinceramente sólo vine a pedirte que aceptes donar tu colosal biblioteca dotada con ediciones antiguas de clásicos de la literatura boliviana inéditos en nuestros tiempos actuales.
Mi amigo calló unos breves momentos antes de hablar, apagó el contenido de su pipa y mirando por la ventana un cerro que se erguía imponente se acercó a mi para entregarme la novela de Jesús Lara.
- ¿Por qué me entregas este libro?
- Te lo entrego porque desde este momento esa novela y todos los libros que tengo en mi biblioteca son tuyos y de la escuela de escritores indios que vas a construir en tu pueblo.
- Gracias, Omar, tu contribución será valiosa para la realización de esta idea.
- Ten cuidado, Demetrio, existen muchas autoridades que prefieren que el indio boliviano permanezca analfabeto para que no pueda luchar por sus derechos ni tenga argumentos válidos cuando se defienda de sus agresores ante un tribunal de justicia.
- El indio informado es un indio peligroso para la raza que se mantiene con nepotismo en el poder del país. Tranquilo, Omar, actuaré con cautela en esta idea.
Días después de esta conversación recibí la visita de militares que vestían el típico uniforme camuflado de la milicia, me sacaron de la vivienda de mis padres acusándome de conspirar contra el gobierno de García Meza, me llevaron a un lugar ubicado en las afueras de Caracollo y allí me hicieron correr desnudo , mientras corría escuché la despiadada detonación de una bala y sentí una materia caliente que se metía violentamente en mi espalda desgarrando mi carne, mi sangre todavía caliente comenzó a brotar sin control.
Caí al suelo mortalmente herido y miré las estrellas para encontrar la providencia divina en mi desdicha.
Escuché que los militares se alejaban riendo a carcajadas y sólo un eco persistente se oía en las paredes óseas que custodiaban mi cerebro.
“¿Has bebido del vino de la pachamama?”.
Mientras el inclemente frío de la noche congelaba mi cuerpo herido , decidí luchar por mi vida y una luz interior me enseñó que ese no era mi trágico final.
Desperté en una clínica de Oruro, unos campesinos me habían descubierto y me habían llevado inconsciente hasta Caracollo, allí me colocaron sueros para reponer la pérdida de sangre y me trasladaron a Oruro.
La bala que había herido mi espalda, había dañado mi médula y como consecuencia de ese daño, perdí el placer de caminar.
Usé una silla de ruedas desde aquel fatídico suceso.
La dictadura de García Meza había terminado y los militares que provocaron mi desgracia me visitaron en la clínica para pedir mi silencio a cambio de recompensa económica, sentí una cólera inexplicable cuando vi sus caras.
Finalmente acepté que mi justicia no sería la encargada de juzgar su crimen.
Mis verdugos me ofrecieron ayudarme a olvidar el suceso argumentando que sólo cumplían órdenes realizadas desde el gobierno.

Cuando salí de la clínica supe que mis verdugos habían pagado todos los gastos durante mi estadía en el centro médico.
Regresé a mi humilde hogar ubicado en los cerros de Caracollo y comencé a construir mi escuela con ayuda de mis hermanos y de varios miembros de comunidades indígenas vecinas.
El día que inaugure la escuela para la creación de una literatura indígena usando el apoyo de catedráticos de literatura que decidieron dar clases en la escuela para contribuir a la creatividad indígena, vi a uno de los militares que había presenciado mi desgracia, mirar silenciosamente la inauguración de mi escuela para indígenas.
Se acercó a mi y me entregó dos balas diciendo.....
- Esta bala te la extrajeron de la espalda en la clínica y esta otra bala la quitaron de el corazón de el militar que ordenó tu muerte.
Yo pedí a uno de mis hermanos que me trajera un ladrillo en ese momento y entregándoselo en la mano le dije con lágrimas surgidas del alma.
- Este ladrillo sepultó la ignorancia de mi gente el día que se unió a otros ladrillos para formar una escuela.
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