jueves, marzo 01, 2018
Sombras de Hiroshima: El abismo puesto en el cuerpo
Por: Luis Carlos Sanabria
Un hombre, sin nombre, vive su cotidianidad marcada por el tedio y la antipatía en general. Se ha ganado un momento de atención por ser el creador y uno de los guionistas principales de una serie de televisión que consiguió cierta popularidad entre los espectadores. Se trata de Ballenas, una ficción que oscila entre el thriller policial y lo fantástico, que sin duda, por su estructura críptica, recuerda a Twin Peaks o Lost. La tediosa rutina del narrador se ve interrumpida con la llegada de un paisano, Mirko Maidana, y junto a este personaje, la noticia –bastante retrasada– del asesinato de una amiga común de infancia, acontecido diez años atrás. La aparición de Maidana resulta fundamental para esta historia, pues mantiene al narrador en un vertiginoso espacio ante la proximidad del fin de la primera temporada de Ballenas, y un espacio construido a partir de recuerdos, en el pueblo de infancia, en la hacienda Yubarta, lugar en el que pasó la infancia con su abuelo, un ser obsesionado con las fotografías de las sombras de Hiroshima, siluetas oscuras de hombres que desaparecieron al momento de la explosión atómica en esa ciudad japonesa.
A grandes rasgos, este es un resumen de la trama de Sombras de Hiroshima, la última novela del escritor paceño Mauricio Murillo. A continuación esbozaré algunas ideas sobre este potente libro que reflexiona sobre la violencia que pude generarse sobre los cuerpos, sobre el poder destructivo del humano, sobre las relaciones especulares entre dobles y, claro, puestas en abismo.
1. Forma
No está demás comenzar esta revisión deteniéndonos un poco en el trabajo de Murillo al plantear la anatomía, sin mutaciones, de su novela.
No deja de ser simpático el hecho de que la novela reflexiona constantemente sobre las deformaciones y los ultrajes a los cuerpos, sea por mutación, por experimentación o por putrefacción tras la muerte. Sin embargo, si tomamos al libro como un cuerpo nos encontramos con uno que cuenta con una anatomía clara y respetuosa: tres partes de doce capítulos en cada una, con un número de páginas casi similar en cada parte y cada capítulo del libro. Más adelante veremos que aunque formalmente el libro sea un cuerpo de anatomía perfecta, presenta mutaciones inquietantes y propositivas en temas fondo.
Como aparato textual, Sombras de Hiroshima es un cuerpo sin mutaciones y sin la violencia que dentro de él se predica. En este gesto se revela una especie de obsesión simétrica, en las divisione de partes y capítulos, casi similar a la que el narrador tiene por las asimetrías: las sombras de la explosión nuclear, los mutantes tras las alteraciones genéticas, siameses e incluso gallinas estimuladas con ADN de ratón para que la memoria genética produzca una versión del ave con dientes, como antes de su evolución.
Otro aspecto importante dentro lo formal es la construcción del personaje y la elección de quienes llevan nombre y quiénes no. El narrador nunca revela su identidad, ni el nombre de su abuelo. Su perro se llama Perro. Es, en cierta forma, como si los tres personajes sin nombre formaran uno solo, como una especie de trinidad a partir de quienes no pueden ser nombrados: El abuelo, el narrador y el Perro. Por otro lado, quienes rodean a estos personajes sí reciben nombre: la esposa del abuelo, la amante del narrador y su amigo, la amistad de infancia muerta, pero sobre todo, Mirko Maidana, ese ser extraño y misterioso que intenta ser un imitador del narrador y que carga secretos que nosotros, como lectores, jamás llegaremos a saber.
Dentro el aspecto formal, otro punto que merece ser resaltado es la intertextualidad. La novela rinde homenaje a series de televisión como Twin Peaks, o Lost, también guarda una relación estrecha con otros productos audiovisuales, como Los Simpsons o las películas de Cronemberg, en las que el cuerpo también se transgrede con cierta violencia grotesca. Quizás el homenaje mayor sea a J.D. Salinger. El narrador de Sombras de Hiroshima se perfila como una especie de Holden Caulfield, personaje de El guardián en entre el centeno, crecido. Mantiene la capacidad crítica y relativamente cínica de este personaje. La misma prosa guarda. A momentos una proximidad estrecha con el relato de Salinger, haciendo cada vez más evidente esa intención de homenaje.
2. Dobles
Sombras de Hiroshima propone una constante lógica especular, de dobles, de proyecciones, de mimetismo. No es casual que el libro titule, justamente, como el resultado de un fenómeno centrado en la imagen proyectada de algo que ha dejado de ser una persona.
Las fotos son solo imágenes de sombras que se extienden en una superficie. Aunque esto no es del todo cierto. Al momento del estallido, este fue tan devastador que lo único que quedó de los ciudadanos cercanos al lugar del impacto fueron sus manchas y el movimiento que realizaban en ese instante. (…) Los cuerpos se imprimieron en forma de sombras sobre cualquier superficie cercana que funcionara como resistencia. (54).
Estas manchas de lo que alguna vez fueron una persona, estas sombras, obligan un poco a pensar en qué otras sombras existen en el libro. Existe otro pasaje en el que el narrador comenta otras marcas que deja el cuerpo tras la muerte. Se trata de las personas que mueren solas, en sus pequeños y desordenados departamentos, cuando personal de limpieza las encuentra, han pasado tanto tiempo muertas que la descomposición de sus cuerpos imprime sus formas en el piso.
Más allá de estos gestos sobre el cuerpo y la marca/sombra que puedan producir, existen dos situaciones que llevan a la relación especular. La primera es que el narrador, siempre que bebe o necesita saber que es él realmente, se mira al espejo. Sucede, con frecuencia, en los baños de los locales a los que va, así como cuando dos policías que intentan extorsionarlo lo secuestran momentáneamente.
Compré dos hambuguesas más. Cuando se las llevé estaban charlando entre ellos. Recibieron la comida sin decirme nada ni mirarme. Les dije que tenía que ir a mear. El baño estaba vacío. Me mojé la cara. En el espejo me reconocí, sin diferencias (197).
La segunda es la especie de admiración que Mirko Maidana profesa por el narrador. En varias partes no deja de alabarlo y de querer proyectarse en él, busca seguir sus pasos. El narrador es el motivo por el que Maidana dejó el pueblo y buscó trabajo en el mismo canal de televisión.
Maidana intenta ser el narrador, utiliza las ideas de este para brillar cuando le conviene. El narrador ve en él una especie de mutación suya, inferior en todo sentido. Maidana le causa repulsión, pero al mismo tiempo, de alguna manera, lo busca. El narrador puede reafirmar su grandeza a partir de la inferioridad de Maidana.
Maidana era una mezcla entre el tipo más ingenuo del mundo del mundo y el más indescifrable, más bien, el más artificial. Era un pelotudo. Antes yo le había hablado de videojuegos. Era como si hablara únicamente de lo que me interesaba. Copiaba mis gustos y elaboraba versiones inferiores de mis ideas (124).
Maidana me miraba sin pestañar. Estaba quieto y atento, lo había deslumbrado. No soportaba más. Cambié de tema sin esperar que dijera nada de mi teoría (127).
Maidana y el narrador guardan una relación de siameses. No es casual que una de las fijaciones de este ente que nos cuenta su historia sea, precisamente, los hermanos siameses Bunker: uno muere y el otro no soporta el espanto.
3. El abismo
Esta última idea, de los dobles funcionando como un siamés, puede servir también para proponer otro acercamiento a Sombras de Hiroshima: Una extraña puesta en abismo, que va más allá del recurso literario, que llega a hacerse cuerpo en la escritura de la novela.
La puesta en abismo no es otra cosa que el mecanismo de tener una narración dentro de otra. Es un tema que Murillo explora ya en su primera novela Los abismos posibles. En Sombras de Hiroshima se cuentan dos historias: la del narrador y los misteriosos acontecimientos sobre su vida, las fijaciones de su abuelo, el asesinato de la amiga de infancia y la extraña presencia de Maidana; y la de la primera temporada de Ballenas, la serie de televisión escrita por el narrador. Ambas historias guardan cierta relación, una especie de diálogo. En ambas hay un asesinato cuyos móviles no llegan a ser aclarados, en ambas historias hay algo siniestro ocurriendo. En la serie todo termina con un intenso canto de Ballenas. En la historia del narrador todo comienza en una hacienda llamada Yubarta, un tipo de ballena con un canto peculiar.
Ambas historias se miran y se contienen. Son más que dobles. El abismo, es decir la mise en abyme hace de de esta novela una especie de siamés:
En varios libros o películas ustedes han debido leer o ver eso de las personalidades múltiples o del doble. Me parece que esas son artificialidades que uno se pone a imaginar mientras se queja y busca cariño. Otra cosa es la materialidad de esas nociones. Chang y Eng (los siameses Bunker) las encarnaban. Materializaron la esquizofrenia. Fueron la repetición de sí mismos en imágenes superpuestas. El choque de dos universos paralelos. Como el chancho con cuerpo de araña del que les hablé. Era como si Chang y Eng fueran una muñeca rusa abierta, cada uno se contenía a sí mismo. En el anverso de uno se hallaba el espejo del otro (169-179)
Así como Chang y Eng, las dos historias que contiene el relato son familiares, son más que cercanas, cada una se contiene a sí misma.
4. Yapa
Hace unas semanas un “crítico” escribió una reseña por demás tendenciosa y mala leche de esta novela, un texto un tanto onanista que no tenía mayor argumento que la “autoridad” lectora de quién lo escribía. A pesar de que aquel periodista nos tiene acostumbrados a los delirios risibles que él llama crítica, sin argumentos ni propuestas, no dejaba de ser sospechosa la saña con la que atacó este libro.
Cuando uno llega a la página 17 sospecha que la mala leche es producto de haberse visto expuesto, o cuando menos ver descubierto su modus operandi de pregonero de su propio evangelio:
Recuerdo a un periodista en específico que escribió sobre la serie en un suplemento cultural. Al principio hablaba de lo etéreo y luego hacía bromas que no eran chistosas sobre la televisión como la caja boba y sobre mí y mi formación. No comprendí el artículo, estaba mal redactado. Luego de que salió la nota impresa, el periodista había hecho una lista de correos electrónicos y había mandado la crítica a varios escritores y artistas. Luego me enteré que siempre hacía eso. Sin que nadie le pidiera le pasaba a gente reconocida sus escritos y sus ideas. Patético.
Y si le queda el guante…
Fuente: La Ramona
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