miércoles, enero 17, 2018
Por: Alejandro Suárez
A modo de ofrenda, una gata le deja restos de ratones a una mujer que lucha por mantener a flote su vida y su familia; en plena canícula, una anciana logra ocupar con engaños el departamento del protagonista porque en el suyo hace un calor infernal; un hombre dice que ha visto al diablo y que es una niña de ojos azules hermosos. Los cuentos de Guillermo Ruiz Plaza se mueven en un territorio equidistante del realismo y lo fantástico, entre (cito sus palabras) “la claridad de lo cotidiano y lo oscuro o anormal”.
¿Qué autores merodeaban tu mesa de trabajo mientras escribías estos relatos?, pregunto a Guillermo. Menciona a Buzzati, Cortázar, Akutagawa y Carol Oates. “En general”, prosigue, “mis cuentos se inscriben en la línea hispanoamericana del relato fantástico, aunque últimamente (y creo que en este libro son mayoría) se trata de cuentos extraños. Para mí, es una forma más sutil y convincente de plantear los cuestionamientos y la ambigüedad de lo fantástico.”
Cuentos extraños: un anciano abandona el pueblo donde vive recluido para viajar a la ciudad y convencer a los burócratas de la Seguridad Social de que no ha muerto; en un aeropuerto, una mujer tiene que seguir a los agentes de Migración porque el detector de metales no deja de sonar y pareciera captar la culpa que carga consigo junto a su equipaje de mano. El autor construye sus historias con ingredientes muy propios (moscas, nocturnos de Chopin, cicatrices que un día aparecen sin más, una casa donde los objetos se pierden sin remedio), hermosos títulos (“Pasa en la niebla”, “Peor que la muerte”, “Todo lo que soy será tuyo”), personajes extraordinarios y bien construidos desde sus zonas imperfectas, un pulso preciso y en armonía con la atmósfera inquietante de sus relatos, finales ambiguos y algunos ciertamente memorables.
El libro mantiene un tono y una identidad tanto temática como formal; eso está fuera de toda duda y es uno de los aciertos de este volumen. Por supuesto, no se trata de una colección perfecta; hay algunos más logrados que otros, como en cualquier colección de relatos. Si tuviera que señalar algo, diría que al sostenerse sobre tramas tan singulares, algunos cuentos corren el riesgo de la previsibilidad y, por tanto, de que sus finales pierdan fuerza. Esto, por suerte, sucede poco y en la mayoría de los cuentos la prosa fluye y la tensión se sostiene muy bien.
Me parece que “Los regalos” (premio Adela Zamudio 2016) es uno de los relatos más logrados y debería formar parte de cualquier antología seria del nuevo cuento en Bolivia. También “Sombras de verano”, “Necesito que sigas leyendo” y “Raíces”. Sin embargo, si hoy tuviera que escoger un relato para llevarme a esa supuesta isla desierta (que debe estar superpoblada por todos aquellos obligados a escoger en contra de su voluntad), escogería “Inés”, magnífica historia sobre una cincuentona excéntrica y desenfadada, quien contra todo pronóstico anuncia un embarazo que nadie en la familia cree, al menos al principio… “Lo veo como un cuento sobre la fe”, comenta Guillermo, quien, a propósito, y casi como efecto colateral, posee una excelente mano para dibujar personajes femeninos.
En el panorama de las letras bolivianas, donde a veces se echa de menos voces que digan las cosas de otra manera, Guillermo Ruiz Plaza es uno de los escritores más originales y promisorios. Trabaja duro y silenciosamente configurando de a poco una obra con sustancia, una voz propia y honesta, ajena a toda influencia que no sea la que alimente su particular manera de ver el mundo y de plasmarlo en un papel. Los cuentos de Sombras de verano parecieran recordarnos que el ser humano nace, crece, se reproduce, envejece y muere, y todo sin dejar de ser esa máquina imperfecta que pronto se llena de fantasmas que hacen rechinar el mecanismo: instintos, nostalgias, soledad, culpa, miedo al fracaso, miedo en todas sus formas, y abismo.
Fuente: Ecdótica
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