Sobre el mar, Antofagasta y una novela de Rivero
Por Ramón Rocha Monroy - Columnista - 29/04/2012
Gonzalo Ricardo Rivero Torrico es un meritorio administrador de empresas residente en Guadalajara, México, desde donde cumple una amplia labor docente y de opinión en su especialidad. Es cochabambino descendiente de familias que vivieron las vicisitudes de la Guerra del Pacífico en los tres países involucrados, razón demás para servirle de acicate literario y plasmar los testimonios recogidos en una novela que lleva el nombre de Antofagasta. Uno puede consultar Google y encontrar opiniones juiciosas del autor sobre el tema marítimo boliviano, que le merecen comentarios favorables en Chile y en Bolivia. Ese espíritu de encuentro y de solución pacífica de estos temas históricos pendientes es reconocible en el tono de las 457 páginas de la novela. Hay por lo menos un libro venerable sobre el que fue el puerto principal de Bolivia. Es Narraciones históricas de Antofagasta, de Isaac Arce, y data de principios del siglo XX. Arce era chileno, de probables raíces bolivianas, y no le animaba otro propósito que el de rescatar la vida y tradiciones de ese pueblo que, según él, fue fundado por El Cangalla, un héroe popular chileno, con el nombre de La Chimba. Melgarejo impuso Antofagasta, el nombre de la hacienda de sus hermanos en el norte argentino, ante la resistencia de la población que continuó hablando de La Chimba, y más tarde de La Chimba de Antofagasta, aunque al final acabaron por aceptar el nuevo topónimo irreconocible en las lenguas originarias del lugar, porque pertenece al norte argentino, como Manogasta y otros términos similares. Por Isaac Arce sabemos que Andrónico Abaroa, hijo del héroe, fue el primer contribuyente en la compra de una bomba de incendios como connotado habitante de la población chilena de Antofagasta (hoy la viuda de su bisnieto Andrónico Luksic figura entre los grandes millonarios que registra la revista Forbes, con una fortuna que bordea los 2.000 millones de dólares). En suma, el libro de Isaac Arce muestra cómo el litoral boliviano era una región de escasa presencia estatal, con una población mayoritariamente chilena y europea, y defendida por una muy pequeña guarnición. Sin embargo, el comercio exterior boliviano a través de este puerto era intenso en el momento de su ocupación. Un autor reciente, Patricio Jara, trata de rescatar la memoria de los antofagastinos, conculcada por el régimen de Pinochet, que eliminó de los libros escolares de historia la ocupación del Ejército chileno de estos territorios bolivianos. Jara protesta contra este atentado y busca los orígenes de un territorio que fue, sin duda alguna, boliviano. Su novela cuenta el drama de un joven oficial que llega a comandar la guarnición de Antofagasta en vísperas de la guerra y el mundo se le viene abajo con un maremoto, la epidemia de hambruna y de fiebre amarilla y, sobre todo, con las costas infestadas de piratas que no permitían el ingreso de los barcos. En esta línea, el esfuerzo de Gonzalo Rivero es encomiable, porque se ubica en un páramo editorial poco frecuentado por escritores chilenos y menos aun bolivianos, cuando deberíamos ser los primeros interesados en el tema. Que Gonzalo Rivero haya plasmado esos testimonios en una novela será de utilidad para el investigador, el estudiante y el lector común. No interesa que el autor no tenga antecedentes en la ficción literaria, sino el noble esfuerzo de intentarlo incluso al margen de las astucias y ritmos de un avezado novelista. Es visible su búsqueda del entendimiento como vía de solución a nuestro problema marítimo, a contracorriente de la política exterior decimonónica de La Moneda y de la no menos perjudicial política reivindicacionista boliviana, que no nos permite hallar una solución práctica para recuperar nuestra cualidad marítima. Lo hemos dicho: el corredor bioceánico podría unir los intereses de Brasil, Bolivia y Chile de modo que Bolivia tenga acceso libre a ambos océanos; pero un acuerdo así pasa por admitir una política practicista de la cual estamos exentos porque soportamos el peso de casi siglo y medio de discursos, cuando es cada vez más evidente que a los poderosos de entonces, como decía Zavaleta, más les habría dolido perder a la Virgen de Copacabana. *es escritor y Cronista de Cochabamba
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