En el fondo de nuestros corazones
Por: Wilmer Urrelo
La Fundación Anna Seghers de Alemania premió a Wilmer Urrelo por su novela ‘Hablar con los perros’. Éstas fueron sus palabras al recibir el galardón: 1. Aquella madrugada del 28 de diciembre de 2010, unos días después de haber terminado de escribir Hablar con los perros, un fuerte dolor a la altura del abdomen me despertó. No es éste, precisamente, el despertar más bonito que uno pueda tener en la vida. La cosa es que desperté. En ese instante pensé que se trataba de la presunta gastroenteritis que un pésimo doctor me había diagnosticado meses antes. Así que me calmé y me dije: esto pasará. Obviamente, no fue así. A los pocos minutos era introducido a un taxi, doblado de dolor, rumbo a un hospital.
2. Bolivia es un país triste. No sólo es un país pobre que en algunas ocasiones de su historia intentó buscar horizontes más prometedores. Bolivia es un país que a menudo está equivocado y que gracias a esto desarrolla un enorme complejo de inferioridad. Bolivia también es el país de los dobles discursos: no queremos vernos a nosotros mismos y por eso inventamos historias de heroísmo; no queremos vernos a nosotros mismos y por eso creemos que el mundo está en contra nuestra y que ese mundo nos quiere robar todo.
3. Esa madrugada, cuando llegué al hospital, surgió el primer problema. No estaban muy seguros de lo que tenía. Quizá se trate de una apendicitis, me dijo la doctora de Emergencias, pero tenemos que confirmarlo con una ecografía. El primer problema estaba ahí: unos días antes el Gobierno central había lanzado lo que se llama “el gasolinazo”, lo cual no es otra cosa que la suspensión de la subvención a los hidrocarburos por parte del Estado. A las pocas horas los precios de todos los productos y servicios se dispararon. Y la gente empezó a protestar y ese día, el día del dolor que me había despertado, ya se desarrollaba una huelga, es decir un “paro movilizado”, que no es otra cosa que bloquear las calles y carreteras de todo el país para evitar la libre circulación. El técnico del ecógrafo vive muy lejos, continuó la doctora, si no sabemos qué tienes no podemos hacer nada. Así que no quedó más que esperar. Llegué al hospital a eso de las tres de la mañana y el técnico llegó a las once. Fueron las ocho horas más angustiosas y dolorosas de mi vida. Hubo un momento en que pensé que iba a morirme. Que era el final. Que había llegado hasta acá. Que ya no había más futuro.
4. Bolivia también es un país que te desconcierta. Que parece ir por un lado y, de pronto, da un giro y te muestra otra cosa. Bolivia es un país que se enfrentó en una guerra contra el Paraguay de 1932 a 1935. Murió mucha gente y dicen los expertos que este hecho le cambió la cara al país. Nuestros abuelos, aquellos que fueron a esa guerra, retornaron a las ciudades con el objetivo de cambiar el país. Lo hicieron en cierta manera en abril de 1952 con la llamada Revolución Nacional. Aunque las cosas no cambiaron acá adentro. Gran parte de las historias que giran en torno a la guerra hablan del sufrimiento en las trincheras del Chaco, de lo injusto del conflicto bélico, del engaño del que fueron víctimas, sin embargo, nunca nos dijeron cómo fue el reencuentro traumático con la familia, con sus novias, con sus esposas, con sus padres. Nunca nos dijeron si después de volver todavía sentían miedo a la muerte, si trajeron con ellos la guerra acá, en el corazón, o si eso ya no les importaba para nada. Sí nos enteramos de las historias al interior de los muros familiares. Nos enteramos que los traumas que toda guerra trae consigo se tradujo en violencia hacia nuestras abuelas, hacia nuestros padres, quizá hacia los nietos y nietas… esas historias nunca se contaron, claro, no se hicieron públicas, esos traumas nunca se expiaron en la literatura boliviana. Los libros, las novelas que hablan de esto son casi inexistentes. Bolivia es un país donde esconder cómo somos en el fondo de nuestros corazones es una virtud enorme.
5. Al fin el ecógrafo llegó. Al fin me dijeron: tu apéndice está a punto de estallar. De ahí pasé al quirófano. Me operaron durante tres horas y cuando salí lo primero que pensé fue por qué. Por qué me pasaban a mí estas cosas. Uniendo cabos llegué a la siguiente conclusión: Hablar con los perros era la culpable. Terminé el primer manuscrito de esta novela en casi dos años. Sin embargo, un día, cuando creí que ya estaba terminada, me di de frente con la cruel realidad: aún le faltaba mucho, la novela era horrorosa, y la manera de cambiar esto era dedicarse enteramente a ella. Sí, así como se hace con el amor de tu vida. ¿No dicen los expertos que debe actuarse de esta manera? Entonces decidí no hacer otra cosa durante ese año, el tercero de la novela. Es obvio que esa demanda de tiempo trae sus consecuencias: un intenso dolor de espalda, de cuello, de los brazos. Un inmenso estrés. Y ahí comenzó el círculo de las pastillas y el comienzo del estallido del apéndice. Analgésicos, relajantes musculares, pastillas para dormir, ansiolíticos. Al principio sólo las consumía de forma diaria, luego dos y al final tres. Si no las tomaba por la noche al día siguiente era un fracaso. No sé dónde leí alguna vez que reescribir una novela era encontrarse consigo mismo. Pues yo me hallé conmigo y fue algo desagradable: encontré a alguien nadando contracorriente por una novela que a lo mejor no valía la pena.
6. Y ése es el gran problema que siempre me desconcertó de los bolivianos y que quizá, además de la necesidad de contar una historia, me llevó a escribir Hablar con los perros: descubrir a un país negado a sí mismo. Un país que por más vueltas que uno le dé no puede entenderlo. O no puede armarlo.
7. La novela al fin se publicó en julio de 2011. Y cuando la veía en las librerías o en Feria del Libro de ese año y recordaba el inmenso dolor físico y la operación y los meses de convalecencia que tuve que soportar me hacía la siguiente pregunta: ¿habrá valido la pena? Voy a pecar de petulante: sé que mala no es. Pese a ello esta pregunta me remordía todos los días: ¿valió realmente la pena escribirla?
8. Creo que el gran problema de mis novelas hasta ahora con Bolivia es el siguiente: al principio intenté negar el país, esto es, escribir cosas que parecieran ocurrir en otro lugar… en el fondo Mundo negro, mi primera novela, es eso. Luego hice un “esfuerzo” e intenté decir algo más con Fantasmas asesinos. Hablaba más de los traumas de la niñez que de otra cosa. Sin embargo, creo que Hablar con los perros sí habla de una Bolivia inasible, oscura, que mucha gente ve y siente y que no quiere decir que existe. No sé si logré el objetivo no planteado al comenzar a escribirla: no se debe entender a un país, sino entender el qué de él, lo cual me parece que es lo más importante. El qué es el qué, y nada más.
9. Antes de finalizar quiero agradecer a la Fundación Anna Seghers y al jurado por haberse fijado en mi obra. Veo las innumerables fotos de Anna Seghers y no puedo más que decirle mentalmente “en buena hora, Anna, por la visión y el desprendimiento (que no todo escritor o escritora lo tiene) de pensar en los otros y en las otras”.
10. Entender el qué de un país. ¿Cómo se lo hace? ¿Cuánto tiempo toma? En Doctor Faustus, el Diablo, con una enorme sabiduría, le dice a Adrián Leverkühn en alguna parte de la novela: “Todo es cosa de madurez y de tiempo”.¿Será cierto? El qué, esa es la cuestión. Fuente: Tendencias
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