El ojo en tinta : En torno al Premio de Novela 2011
Por Luis Minaya*
Les debo una disculpa a Pepearana, Camila, Tílito y Julieta por someterlos a una humillación que no se merecen. Cualquier tardecita nos iremos a tomar un café para comentar el desenlace de nuestra aventura literaria. Ya escucho los comentarios urticantes de Pepearana, que a pesar de su cinismo es un gran tipo. Julieta oscilará entre sus criterios de mujer moderna y despabilada con los de su irreprensible vocación maternal. Y mi preferida Camila me dirá, “no te hará mal una dosis de humildad. Nada de lamentos. A llorar al río y a seguir adelante”. Lo sé, mis hijos ficticios me lo perdonarán todo, pero igual les debo una explicación.
Mi responsabilidad es haberlos involucrado como protagonistas de “Warisata Times”, una novela sobre la vida de un profesional boliviano nacido ganador, que de pronto se halla víctima del sistema político global al que defendió con tesón. Luego de varios años de inexplicable cautiverio, un día se halla libre en una calle de Madrid, sin identificación y vacío de poder personal. Es un don nadie indocumentado, luego de haber sido un Don Todo, al que le toca exigir justicia para recuperar su identidad moral y cívica.
La novela no tuvo suerte y hace parte de las otras 39 que el jurado del Premio Nacional de Novela ha condenado al tacho de basura “porque no presentan ni el cuidado necesario en el trabajo del lenguaje ni en la estructuración y utilización de estrategias narrativas ni en la complejidad de mundo”. Les explicaré a mis hijos ficticios que la novela de un escritor consagrado y veraz como Ramón Rocha Monroy ha corrido la misma suerte, lo que me alivia el padecimiento. Y les recordaré algo que me honra, haber ganado el Premio de Novela Erich Guttentag con “El Cadáver de Leonardo”.
Pepearana afirmará burlón que la declaración del jurado resuena como un fatídico dictamen del Santo Oficio. Julieta indagará si las complejidades del mundo sirven de justificativo. Se desatará entre nosotros una discusión sobre teorías narrativas, que la delicada Sung Go escuchará impaciente; detesta debatir sobre los patriarcados morales y normalizadores.
Será Camila --el ángel de la historia-- la que ponga el dedo sobre la llaga cuando reclame por mi infidencia, por haber usado sus vidas para aspirar a un premio. ¿Tan poco valemos para ti?
No Camila, si me presenté al concurso fue por acercarme un milímetro a las novelas que iluminan nuestro imaginario nacional, como ocurre con “Repete”, de Céspedes; “Juan de la Rosa”, de Aguirre; “Raza de Bronce”, de Arguedas; “La Chaskañawi”, de Medinacelli; “Yanakuna”, de Lara; “Socavones de Angustia”, de Ramírez; “Felipe Delgado”, de Saenz; “Los deshabitados”, de Quiroga Santa Cruz. Esa es mi meta como escritor; no hay recompensa más importante que esa, Camila.
Demasiado ambicioso, demasiado humano, me reprochará Sun Go Han. Y tendrá razón. Al cabo de otros intentos explicatorios mis hijos ficticios se darán cuenta de mis torpezas y me darán un abrazo y me sentiré contento. Lo intentamos, y eso es lo bueno, dirá la filosófica Julieta. El cáustico Pepearana me dejará perplejo --como tantas veces-- cuando me compare con los campesinos del Tipnis a los que una patrulla policial intentó meter en el tacho de basura de la historia. “Pepearana, ¡¡¡pero qué cosas dices!!!”, protestará su enamorada Julieta. “Fíjate como le quedó el ojo”, le responderá señalándome la cara.
Sung Go Han concluirá el debate diciendo que nadie habría quedado con el ojo en tinta si el jurado alegaba que dado el excelente nivel de las obras presentadas se abstenía de mencionar a ninguna, para no discriminar.
Exonerado de culpas por mis hijos ficticios retornaré a mi mesa de trabajo para atender a los ángeles, a las ninfas, a las musas, a los fantasmas y a los demonios que de tanto en tanto me visitan para conversar sobre cosas bolivianas.
*El autor es escritor
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