jueves, septiembre 17, 2009

Bolivia: Las Diez Novelas de la Rosca Boliviana

Arturo von Vacano



El Diablo me hace siempre esta clase de jugarretas: justamente cuando estaba escribiendo una serie de opiniones sobre la industria del libro boliviano y la ausencia de libros, revistas, diarios o folletos de “izquierda” y/o izquierda en Bolivia me dicen que toda la banda de “críticos” y “expertos” derechistas que controlan la prensa, la educación superior, la industria editorial y hasta al lustrabotas de la esquina ha “decidido” cuales son las mejores diez novelas de Bolivia desde que el mundo es mundo.

Tal operación, llevada a cabo y a todo lujo en los amplios salones del palacio Patiño y bajo las bendiciones del Ministro “revolucionario, socialista y masista” de Cultura para ordenar luego la publicación de las novelas favorecidas a la editorial fascista española que controla con sus $$$ el Premio Nacional de Novela, no tiene más finalidad que la de burlarse del gobierno de Evo Morales, el Indio por buen nombre, y plantar esa burla a nombre de la actual “rosca” (ricachones y gente ‘bian’) como aditamento a los ataques que sufre Morales desde el día mismo en que conquistó el Palacio Quemado. Por eso se habló de una absurda “literatura republicana”, en homenaje a la “república” muerta por la actual Constitución y representada por los Olañeta de siempre.

La maniobra debería ser rechazada por gentes serias como lo que es, una tontería ridícula y absurda dedicada a demostrar algo que no se puede demostrar: la calidad internacional de la novela boliviana al comenzar el Tercer Milenio. Como tal calidad es harto discutible y, para los buenos lectores, inexistente, es necesario reemplazar la Verdad pura y simple (no tenemos escritores de nivel continental, no digamos ya mundial) con el humo, el ruido, los disparates y el blah, blah, blah de los “expertos” reunidos en Cochabamba para inventar el cuento de que los autores de las “mejores” novelas del país son, todos sin excepción, burgueses, de clase media, reaccionarios y tan “decentes” como su clase social lo ha demostrado durante los últimos 200 años.

Todo boliviano con sus lecturas bien hechas sabe que la historia de Bolivia impidió la formación académica y formal de los autores que más han influido a los bolivianos porque buscaban (y lo lograron) enseñarles una realidad social que los antepasados de los “caballeros” reunidos este Septiembre en Patiño casi lograron ocultar durante dos siglos.

Tales autores de “trinchera” hablaron y usaron su idioma de combate para escribir sus novelas, novelas que no satisfacen a los privilegiados elegidos a dedo para reunirse en Patiño pero construyeron la conciencia nacional hasta el punto de hacer posible la Revolución de 1952 entre un pueblo que no sabía leer. Inaceptables para el delicado gusto de los “críticos serios” de hoy, son novelas mucho más importantes que las elegidas como esas “diez mejores” por sus virtudes estéticas, si es que las tienen.

Sólo quiero mencionar un nombre: Augusto Céspedes. Cualquier boliviano con conciencia limpia y aficionado a leer puede agregar los otros nueve.

Pero la ausencia de Céspedes entre esos diez “artífices del arte” demuestra el infantil candor de quienes organizaron este disparate en Cochabamba: entre ellos, casi medio centenar de privilegiados, no hay uno solo de izquierda, sea critico, periodista, educador o historiador. Todos son los últimos ejemplares de esa sociedad caduca, esa “elite” que verá la hora de su ocaso en Diciembre/09.

Tal es la enfermedad moral de estos “expertos” que la ausencia de algunos nombres entre ellos hace más notable su disparatada conjura: gentes como Ramón Rocha Monroy, Adolfo Cáceres Romero y Néstor Taboada Terán, para no mencionar a tantos otros, brillan por su ausencia. No son ni siquiera izquierdistas estos autores/historiadores. Son personas cuya conciencia les ha enemistado de un modo u otro con los “poderosos” de turno que manejan universidades, editoriales e impresos.

Las últimas aventuras de Rocha Monroy ilustran esta afirmación. Ramón es, sin duda alguna, un gran escritor. Bastan dos botones de muestra, “1600 “y su novela sobre Sucre. Como autor boliviano debe andar por la sombrita si es que quiere ver publicados sus libros, sin embargo. “1600” la publicó la editorial española. Para su Sucre eligió a El Deber, tal vez la única editorial boliviana que no anda con absurdos prejuicios ni orejeras para lanzar sus publicaciones. La explicación es, tal vez, sencilla: 1600 dicen “bien” de los godos, los “malos” en “¡Qué Solos se Quedan los Muertos!”. Y es por eso que vemos cómo Ramón le quita el cuerpo al debate político como mejor puede pues quiere cuidar sus oportunidades de publicar su literatura. Así y todo, fue un gran ausente en la conjura de Cochabamba.

Caso parecido es el de Cáceres Romero, uno de los mejores historiadores y críticos con una obra de más de treinta años. Tal vez no lo invitaron o tal vez no fue, pero también fue un gran ausente. De lo único que se puede acusar a Cáceres es de amar la verdad en extremo. Es por esta debilidad de reconocerla, decirla y escribirla que le ignoran los “expertos” reunidos en Patiño.

La ausencia de Néstor Taboada Terán es más fácil de explicar después del ditirambo exagerado que dedicó al buen Evo al ganar uno de esos premios que tanto mal han hecho a las letras nacionales. ¿Será su edad, tal vez? El caso es que no se ha muerto y tenía derecho a participar en un evento de este tipo si fuera serio, que no lo fue.

Lo peor de esta conjura no es el papel que entregaron los rosqueros al Ministro para hacerle socio de su fraternidad, sino la evidente ceguera del gobierno de Evo Morales ante la guerra cultural que viene sufriendo desde que entró al Palacio Quemado.

Este golpe de mano le costará al Estado una buena fortuna para publicar libros que el país ha ignorado durante dos siglos, con las excepciones de siempre (hay libros que leemos porque los maestros de escuela nos obligan a leerlos). No deseo discutir siquiera sus virtudes estéticas. Lo que se es que no son parte de la experiencia vital de los bolivianos (Otra vez, con alguna excepción) .

Tampoco es necesario discutir título por título. Todo buen lector sabe que un libro nos gusta o no nos gusta, y basta. No permitimos a académicos ni otras lumbreras que nos arruinen nuestras lecturas. Del mismo modo, no debemos permitir a 40 caballeros guiados por sus ideas políticas que digan a Bolivia cuales son sus diez mejores novelas.

No deberíamos permitírselo ni siquiera si esa reunión hubiera sido seria, pero no lo fue: faltó la izquierda, es decir, la historia del sufrimiento de nuestro pueblo, de sus triunfos y sufrimientos, tal como la escribieron los novelistas que lograron conquistar el corazón de sus lectores a pesar de su lenguaje “defectuoso” y su “arte mínimo”.

Pero Evo, el pobre, no tiene ojos para ver estas cosas. Tal vez no entiende siquiera, después de cinco años en el Palacio Quemado, el feroz poder que tienen las ideas empaquetadas en libros. Tal vez cree que los libros, porque no gritan ni marchan ni arman bloqueos, son inofensivos. Tal vez no ha tenido tiempo de leer ni poco ni mucho. Tal vez quienes lo rodean sufren de los mismos defectos. Por eso es que, con estos “socialistas” en el poder, no hay prensa de izquierda, no hay libros de izquierda ni habrá, dentro de poco, zurdos en el gobierno. Y tal ausencia redundará en la ausencia de Evo en el horizonte nacional.
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