domingo, febrero 12, 2017

El narrador que compartía historias

Juan de Recacoechea




Por Homero Carvalho - escritor




Desde muy joven me ha interesado la literatura nacional. En colegio leí los libros y los autores que los profesores nos obligaban a hacerlo; años más tarde, al salir bachiller otras lecturas vinieron a mí, ya sea por sugerencia de amigos o porque había leído alguna reseña en la prensa, y ya sin la presión de vencer la materia, volví a releer algunos de ellos.
Lo hice simplemente por el gusto de disfrutar de su lectura; para muestra nombro a La chaskañawi, de Carlos Medinaceli; Sangre de mestizos, de Augusto Céspedes; Cerco de penumbras, de Óscar Cerruto, y Juan de la Rosa, de Nataniel Aguirre y en cada relectura encontraba algo diferente, una epifanía literaria. Nunca me corrí de leer a nuestros autores y les he reprochado a escritores, a académicos, así como a críticos, su desprecio y falta de interés por lo que se escribe en Bolivia. Allá ellos.
En la década de los 80, en la universidad y con ganas de asumir el oficio de escritor, descubrí a varios autores nacionales y, con suerte, conocí personalmente a algunos de ellos. Descubrí a Juan de Recacoechea y también lo conocí sin llegar a sostener una amistad, simplemente estuvimos juntos en algunas reuniones sociales y encuentros literarios. La primera novela que leí de Recacoechea fue Toda una noche la sangre, y supe que estaba ante un gran narrador, un contador de historias, alguien que escribe porque tiene algo que contar y la historia de la novela era, nada más y nada menos, que el asesinato del padre Luis Espinal.
Antes de su desaparición, Espinal ya era un símbolo para mi generación, era un intelectual, videasta, poeta y defensor de los derechos humanos, cuya muerte nos afectó a muchos; así que leer la recreación de su secuestro y posterior asesinato, a manos de los esbirros de los dictadores, significó todo un impacto para mí. Esta obra fue una enseñanza de lo que era la novela psicológica y, también, la revelación de los secretos y misterios de la trama policial. Hasta entonces solamente había leído cuentos y novelas policiales de autores extranjeros, y no sabía que en Bolivia teníamos a un gran escritor de novela negra. Recacoechea era un experto en novela policial, así lo demostró, otra vez en American Visa, que obtuvo el Premio Erich Guttentag, en 1994, y que una década más tarde fue llevada al cine por Juan Carlos Valdivia, con las extraordinarias actuaciones de Kate del Castillo, Demián Bichir, Jorge Ortiz, Raúl Pitín Gómez y otros actores de renombre.
Sin embargo, y pese a su maestría en la resolución de sus argumentos, en la estructura narrativa, en la definición de los personajes, en la descripción de ambientes, en la solvencia de los diálogos y en el cuerpo mismo de sus novelas, Recacoechea fue una especie de escritor de culto en Bolivia, pocos lo leían. Alejado de la farándula literaria y de sus “celebridades”, no era leído por nuestro supuesto “gran público”, ni estudiado por los académicos. Era un observador del ser humano y sus miserias, indagaba (metía la daga de la palabra) hasta extirparles el corazón, permitiendo que el lector se haga cómplice y deduzca lo inevitable. Algunos lo criticaban por tomarse ciertas licencias literarias, introduciendo elementos extraños a espacios como el paceño; algo que es común en muchos novelistas porque el espacio literario es ficción.

Varias de sus novelas fueron traducidas a otros idiomas y tuvieron relativo éxito en el exterior. En una última entrevista informó que una productora argentina se había interesado en su novela La Biblia copta, la había grabado en capítulos y que se estrenaría en toda América Latina a mediados de 2017; algo que muchos novelistas queremos de nuestras obras. Estoy seguro de que, como sucede con los grandes escritores, pasarán algunos años y sus obras serán rescatadas del olvido, nuevamente leídas y reivindicadas como debe ser.
A propósito del marginamiento nacional, copio un fragmento de un comentario que el escritor Daniel Averanga escribió en su muro de Facebook, al día siguiente de la muerte de Recacoechea: “Uno extraña a la literatura de verdad, esa que quería ir más allá de las apariencias del autor, siendo reemplazada estos últimos años por un ‘intento de narrativa’, que no son más que pastiches del Carver ebrio, del Bolaño de Putas asesinas o del guion de La Fiaca; uno extraña encontrar una historia y nada más que una historia, y el que aún exista alguien en Bolivia que la construya y la comparta es un logro tremendo. Por ello me dolió que Juan de Recacoechea no fuera leído en los colegios, en los círculos de intelectuales que dicen hacer poesía ‘sacrificando sus felicidades’, o al menos ver una reseña de sus libros en YouTube. Es un autor que, al igual que Lucio V. López en Argentina, o Giovanni Guareschi en Italia, muy pocos revisitan; y precisamente la similitud entre los nombrados y Juan, está en la intención de su oficio de escritura: compartir historias, personajes, situaciones, vidas y también muertes”. En una época en la que algunos escritores escriben sin tener una verdadera historia que contar, sin duda alguna que vamos a extrañarlo.

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