lunes, abril 01, 2013

Por el camino del trueno –y otros cuentos--




Por: Marcelo Paz Soldan

Oh oh, come take my hand
 We’re riding out tonight to case the promised land Oh oh oh oh,
Thunder Road Oh, Thunder Road, oh,
Thunder Road Lying out there like a killer in the sun
Hey, I know it’s late,
we can make it if we run Oh oh oh oh,
Thunder Road
 Sit tight, take hold,Thunder Road
Bruce Springsteen

Se puede decir mucho sobre los concursos literarios o, quien sabe, de por ahí ya se ha dicho todo sobre ellos. Basta revisar los prólogos de los distintos premios que se llevan a cabo ‒dentro y fuera del país‒ y cómo estos influyen ‒para bien o para mal‒ en la vida de los finalistas, pero lo que sí es cierto, es que son sumamente importantes para nosotros los lectores, para leer a autores que de otra forma no nos podríamos enterar de ellos. Muchas veces, a partir de los concursos que ganan, éstos tienen la posibilidad de publicar en las distintas casas editoriales existentes en el país; algunas veces, uno es consecuencia del otro, por tanto, una casa editorial se comienza a fijar en autores que han ganado muchos premios por que ya esto puede no ser fruto de la casualidad. Esto, ciertamente, no es la regla, pero si la excepción. Basta con mencionar la importancia de los distintos premios que existen en Bolivia desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, Fernando Diez de Medina gana el Gran Premio Nacional de Literatura en 1950 con su libro Nayjama. O Juan Claudio Lechín ganó el segundo Premio de Novela “Erich Guttentag” en 1992 con El festejo del deseo. Años después, en el 2002, gana el Premio Nacional de Novela – Versión 2003 con La gula del picaflor; este autor, así como Edmundo Paz Soldán que ganó el Erich Guttentag con Días de Papel en 1992, Ramón Rocha Monroy el Premio Nacional con Potosí 1600 y Tito Gutiérrez el Premio Nacional con Magdalena en el paraíso ganaron ambos concursos/premios. Gonzalo Lema, por su parte, fue finalista del Premio Casa de las Américas con la novela La huella es el olvido, ganador del Premio de Novela Erich Guttentag, y gana el Premio Nacional de Novela con La vida me duele sin vos y el Concurso Plurinacional de Novela “Marcelo Quiroga Santa Cruz” con Los días vacíos del Raspa Ríos. Wilmer Urrelo gana el Premio Nacional de Primera Novela “Nuevo Milenio” el 2000 con Mundo negro y el Premio Nacional de Novela el 2006 con Fantasmas asesinos. La lista es grande. Lo que se quiere es resaltar la importancia de los concursos tanto para los autores que son los que más se destacan en la literatura boliviana contemporánea, como para los lectores que van descubriendo/conociendo nuevas voces literarias. Sin embargo, un concurso específico, cualquiera que se tratase, debe tener continuidad y prestigio lo que ayuda a que el autor que lo gana gane, perdón por la redundancia, prestigio y esto depende de una serie de factores como la institución que lo convoca, el jurado y, claro, el monto del premio. Ahondar en estos aspectos es importante: un premio convocado por la Gobierno Municipal Autónomo de Cochabamba – Oficialía Superior de Cultura, con un jurado compuesto por Bartolomé Leal, Marcel Ramírez, Mauricio Rodríguez. Juan Cristóbal Soruco y Cristina Zabalaga, ya uno puede darse cuenta de la rigurosidad en la selección de los cuentos que leerán en esta antología, sumado a un premio de bs. 8.000 (un poco más de mil dólares) se constituyen en un importante elemento para dar credibilidad y seriedad al Concurso Plurinacional de Cuento Adela Zamudio que está en su sexta versión. Sin embargo, se deben hacer mayores esfuerzos para incrementar el monto del premio y darle una mayor difusión a nivel nacional para que lleguen cada año más cuentos, que los autores sientan una cada vez mayor competitividad al interior del premio, lo que creemos puede ayudar a mejorar la calidad de los que se presenten, mejorando así, que también se quiere, el nivel de calidad de la literatura boliviana. En el 2012 Editorial Nuevo Milenio firmó un convenio interinstitucional con el Gobierno Municipal Autónomo de Cochabamba para editar los cuentos finalistas del Concurso Plurinacional de Cuento “Adela Zamudio” – Versión 2012. Este trabajo incluye el diseño de la tapa, registro legal, código de barras, ISBN, Depósito Legal, y, sobre todo, la edición de los cuentos finalistas. El trabajo ha sido arduo por el poco tiempo entre el fallo del jurado y la presentación del libro, pero esperamos haber logrado el objetivo. Es importante reseñar cada uno de los cuentos para que el eventual lector los vaya conociendo un poco. “Por el camino del trueno” de Brayan Mamani Magne, cuento ganador del VI Concurso Plurinacional de Cuento “Adela Zamudio”, está dividido en ocho capítulos que cuentan dos historias: una, la de Heraldo, un tipo que finge su muerte para “adelantarse en el cielo”, un hombre que busca un camino que lo conduzca al lugar donde se encuentra el trueno, el lugar donde nace todo, la lluvia, la tormenta, la hecatombe de esas personas que, por alguno u otro motivo, no se amoldan a lo que la convención entiende por “normalidad”; por otro lado está la historia de Jacques Altmann, un alemán que huye de la Alemania nazi con la intención de conocer el mundo. La historia de Jacques es similar a la de Heraldo: ambos andan y andan y andan y piensan que van algún sitio pero en verdad no van a ninguna parte. Las historia se tocan y no se tocan: en un punto del cuento, todo depende del lector; si quieren lo interpretan como hechos que se relacionan en un lugar determinado (esa avenida, ese “camino del trueno” del que habla el cuento) o se toman como dos historias paralelas, a las que las une la muerte y la soledad y ese trueno que ruge siempre y que siempre hace daño. El título del cuento está emparentado con la canción “Thunder Road” de Bruce Springsteen, una canción hermosa, que habla de huidas, de caminos, de vidas erráticas, de segundas oportunidades, de “tierras prometidas”. También el jazz está presente en el cuento: ahí un homenaje a los ídolos del autor: Curtis Fuller, Cannonball Adderley, Miles Davis, Keith Jarret, Lester Young.

“Girasoles de Junín” de Cecilia de Marchi Moyano es un cuento que se emparienta, podríamos decirlo, con “La casa tomada” de Julio Cortázar. Un cuento de corte cortazariano en un claro homenaje a éste. El protagonista, Don Beto, comienza a oír ruidos de todo aquello que lo rodea de una manera intensificada. Así, un simple corte de tela con una tijera, de las cuales él es un gran conocedor y coleccionista, suenan estridentemente al tocarse sus hojas, un ruido de lo más molesto para él. Al ser Don Beto un reconocido sastre de Cochabamba, sus trabajos comienzan a retrasarse poniendo en riesgo su reputación. Cree que su competencia, doña Celestina, quien tiene su taller frente al suyo, lo ha embrujado para quedarse con su clientela. Es un cuento que deja abiertas las posibilidades en su resolución, que no se conoce el origen de los problemas, convirtiendo, hábilmente, al lector en uno de los protagonistas; quizá ahí uno de sus grandes méritos.

  “La casona de Sipaya” de Gonzalo Lema Vargas es uno de los mejor logrados; pertenece a un subgénero que podría calificarse de “melodrama andino”. Aunque asimilable a otros productos del indigenismo y el criollismo (recuerda a Roa Bastos, a José María Arguedas), posee ingredientes interesantes por el intenso colorido con que se cuenta historia. El personaje protagonista, la “cholita blanca”, condenada a ese oximoron existencial por sus condicionamientos familiares, está retratado con saltos en el tiempo que su autor maneja con sólida mano. Escena memorable es la fiesta del aniversario patrio, donde las disparidades étnicas y sociales se muestran en un caleidoscopio que es a la vez musical, culinario y lingüístico, relatado con justas descripciones y brochazos de humor.

“Matteo Salamanca y el caso del Warmikuna Wañuchij” de Marcelo Pablo García Meneses es del género netamente policial, escrito con una encomiable limpidez. Aún cuando el relato no encierra un enigma que pudiera confundir al lector, la inteligencia del inspector Salamanca (que lo emparienta con el Philo Vance de S.S. Van Dine), su acercamiento benévolo a los conflictos interiores del asesino (que emula al comisario Maigret), y sobre todo el color local cochabambino (que recuerda a Augusto Céspedes), hacen que uno espere otras aventuras del detective creado por su autor, un claro amante de los recovecos de su ciudad, de los detalles de su historia y del ingenio de su gente. Podría haberse titulado “El misterio de la bayoneta paraguaya”, lo que habría encantado a Ellery Queen.

“Suspendido” de Jaime Márquez Velásquez emana un sentimiento de inamovilidad del tiempo, el haber perdido la sensación de temporalidad y repetir un mismo instante una y otra vez como algo parecido cuando se finaliza una relación. Transmite esa inamovilidad de sucesos que ocurren en nuestra percepción del tiempo y el contraste con el envejecimiento de las cosas, con el deterioro y transformación en las personas y objetos que nos puedan de una u otra manera rodear. Se entiende que el concepto inicial es en toda medida pretencioso, quién sabe y de esta situación emerja la propia sumisión de la historia al lenguaje y a las palabras que lo componen, empero, la idea era transmitir aquella suspensión, formar una sensación de paralizado, de estático y de expectante.

“La montaña enterrada” de Rodrigo Urquiola Flores inicia en un suceso inexplicable, la aparición de un sonido extraño al narrador parecido al de una cajita musical, que se construye en dos ritmos de una misma voz. La numeración de los capítulos no es accidental, cumple una función en la trama misma de la historia. Tres números (uno, dos, tres) significan tres distintos tiempos narrativos. Así: uno: tiempo del sonido: el eje temático es el sonido; dos: tiempo antes del sonido: el eje temático son los acontecimientos antes y poquísimo después de la muerte de Maximiliano; tres: tiempo después del sonido: el eje temático es la resolución del cuento y se repiten porque la intención narrativa es conformar un vaivén temporal. En alguna parte del cuento, doña Abigaíl, personaje vital dentro del relato, repite tres veces (como los mismos guiños temporales) la palabra “adentro”: se trata de un juego verbal, una traición de su propio subconsciente que da la resolución del cuento antes de que éste concluya, es como una adivinanza, tampoco es accidental. Ojala que los cuentos seleccionados satisfagan la curiosidad del ocasional lector y que uno que otro haya descubierto un autor, que antes no conocía, que lo haya convencido de seguir leyéndolo. Ahí, el concurso, quien sabe, habrá cumplido uno de sus objetivos para el que fue creado.

Fuente: Ecdotica
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