Dos Mujeres : Nueva novela de Pedro Rivero Mercado
Dos bellas mujeres criollas son los personajes centrales de este libro. Unidas por los lazos sólidos de la amistad, que son tan corrientes en pueblos de tierra adentro, las dos mujeres de este libro son reales protagonistas de esa lucha sin cuartel en la que se ven envueltas las hijas de Eva cuando a mitad del camino quedan solas y con todo género de acechanzas sobre sus frágiles cabezas. Pedro Rivero Mercado no ha dejado de conjugar laextenuante realidad de los calientes pueblos del oriente con su narrativa marcante que le ha abierto el paso a esta nueva producción literaria. En Dos Mujeres encuentra la combinación perfecta para disipar las inquietudes de su propia experiencia que para él se sintetiza en que bien podría darse en ámbitos familiares muy allegados. En síntesis: las dos mujeres de esta novela tuvieron su espacio de tiempo no remoto ni olvidado y en una ciudad que si bien es de ayer, puede repetirse en cualquier otra del cambiante y muy cálido tiempo presente.
2 Comments:
Una de las peculiaridades de esta novela se desprende del título que la rotula, ya que la misma se sostiene sobre dos mujeres que llegan a la medianía de la edad en esa situación que muchos suelen definir con un “solas”, debiendo entonces el autor ir y volver al otro lado de la vereda para describir por un lado, y hacer vivir por otro, a estos personajes hasta volverlos naturalmente reales. Aquí, como deja entrever la presentación, cabe el guiño de preguntarse si las féminas corresponden a la pura ficción o si en lo secuencial portaron alguna vez número de carné.
El ir y volver que menciono se da porque el que el autor opta por dejar el papel de demiurgo para involucrarse en primera persona, desde un personaje, digamos solapadamente secundario, que va transitando sus propias aventuras en alternancia con las de Matriarca y Mujerón. En la línea, así, se van contraponiendo caracteres y razonamientos propios de la diversidad de géneros, y dentro de los géneros, las diferencias conceptuales condicionadas por la edad y el contexto socioeconómico. En el color, la intensidad viene comedida, con la justa expresividad de los involucrados como con el tono que acompaña el desarrollo de las circunstancias.
Más que marcando una suerte de osadía, el calidoscopio del vocabulario amalgama la realidad con la tendencia poética del autor, de manera que se entrecruzan diversas voces como un “Honda la calle, con su lecho de arena fina que refulgía en los días de sol” con un “de aquellos incapaces hasta de romper un huevo a patadas”; aquella contestación de Patriarca “-Y yo no me cago en usted colega, porque mi pobre mierda se ensuciaría”, con esta sentencia suave y ruda “Volando sus sueños sentimentales en el infinito, el suyo árido, marchitas, o mejor dicho muertas sin remedio, todas las ilusiones.”
En lo particular, cada uno de los pequeños eventos que conforman la trama general no quedan aprisionados por un marco geográfico específico y concreto, sino que se constituyen y generan en un territorio que pudiera ser cualquiera, volviéndolos, quizás por ello, aún más veraces. Así, la comercialización de un producto por vía del contrabando, los roces políticos entre algún oficialista y un representante de otra línea, como el poder económico y las influencias de quien hizo fortuna por senderos no muy claros, son variables que entran en juego sin esa limitación que suelen producir las banderías y los rótulos determinados.
Dos mujeres es una novela en la que se combinan y conjugan una variedad de luces y sonidos, adolescencia y madurez, humildad y orgullo, poderío e impotencia, en un entramado sostenido ágilmente hasta ese punto en el que por oficio se logra naturalidad. Es, también, un poco mirar hacia atrás, una suerte de volver a transitar otra época, aunque claro, con esa trampa que conlleva el tiempo y que consiste en que similares hechos de “ayer” estén ocurriendo “hoy” a metros de distancia. Fresca, divertida y sin desentenderse de lo dramático, una presea más en el abultado medallero de Pedro Rivero.
Una de las peculiaridades de esta novela se desprende del título que la rotula, ya que la misma se sostiene sobre dos mujeres que llegan a la medianía de la edad en esa situación que muchos suelen definir con un “solas”, debiendo entonces el autor ir y volver al otro lado de la vereda para describir por un lado, y hacer vivir por otro, a estos personajes hasta volverlos naturalmente reales. Aquí, como deja entrever la presentación, cabe el guiño de preguntarse si las féminas corresponden a la pura ficción o si en lo secuencial portaron alguna vez número de carné.
El ir y volver que menciono se da porque el que el autor opta por dejar el papel de demiurgo para involucrarse en primera persona, desde un personaje, digamos solapadamente secundario, que va transitando sus propias aventuras en alternancia con las de Matriarca y Mujerón. En la línea, así, se van contraponiendo caracteres y razonamientos propios de la diversidad de géneros, y dentro de los géneros, las diferencias conceptuales condicionadas por la edad y el contexto socioeconómico. En el color, la intensidad viene comedida, con la justa expresividad de los involucrados como con el tono que acompaña el desarrollo de las circunstancias.
Más que marcando una suerte de osadía, el calidoscopio del vocabulario amalgama la realidad con la tendencia poética del autor, de manera que se entrecruzan diversas voces como un “Honda la calle, con su lecho de arena fina que refulgía en los días de sol” con un “de aquellos incapaces hasta de romper un huevo a patadas”; aquella contestación de Patriarca “-Y yo no me cago en usted colega, porque mi pobre mierda se ensuciaría”, con esta sentencia suave y ruda “Volando sus sueños sentimentales en el infinito, el suyo árido, marchitas, o mejor dicho muertas sin remedio, todas las ilusiones.”
En lo particular, cada uno de los pequeños eventos que conforman la trama general no quedan aprisionados por un marco geográfico específico y concreto, sino que se constituyen y generan en un territorio que pudiera ser cualquiera, volviéndolos, quizás por ello, aún más veraces. Así, la comercialización de un producto por vía del contrabando, los roces políticos entre algún oficialista y un representante de otra línea, como el poder económico y las influencias de quien hizo fortuna por senderos no muy claros, son variables que entran en juego sin esa limitación que suelen producir las banderías y los rótulos determinados.
Dos mujeres es una novela en la que se combinan y conjugan una variedad de luces y sonidos, adolescencia y madurez, humildad y orgullo, poderío e impotencia, en un entramado sostenido ágilmente hasta ese punto en el que por oficio se logra naturalidad. Es, también, un poco mirar hacia atrás, una suerte de volver a transitar otra época, aunque claro, con esa trampa que conlleva el tiempo y que consiste en que similares hechos de “ayer” estén ocurriendo “hoy” a metros de distancia. Fresca, divertida y sin desentenderse de lo dramático, una presea más en el abultado medallero de Pedro Rivero.
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