En las siguientes lineas extraidas de una entrevista de el escritor novel Maximiliano Barrientos para el suplemento cultural de un periodico de Santa Cruz de la sierra, conoceremos un poco de la producción literaria de Giovanna Rivero Santa Cruz. Una autora que sorprende mucho con sus cuentos y novelas.
Hacía sólo unos minutos había estado lloviendo. El Margarita estaba vacío, sólo cuatro amigas norteamericanas se encontraban en una de las mesas del centro. Comían pizzas y hablaban en inglés. Se podría pensar que era una escena clásica de un cuadro de Edward Hopper, una versión cruceña del Nighthawks .Giovanna Rivero fue puntual. La euforia por la noticia de que había ganado el Franz Tamayo (el principal galardón de relatos y el segundo premio más importante de literatura después del Nacional de Novela) se había atenuado o ya no la sorprendía tanto como al principio, como ese domingo en que ‘extraoficialmente’ se enteró de que era la ganadora de $us 2.000 por un cuento que titula Dueños de la arena, un relato que la autora confiesa que escribió exclusivamente para el concurso y que no tenía intenciones de incluirlo en ninguno de sus futuros libros de relatos. Rivero bebe un trago de cerveza y después de hablar de las circunstancias en las que se enteró de la noticia, hace una pausa y confiesa que el principal motivo por el que mandó el cuento fue por dinero. Luego de un corto intervalo llenado únicamente con una canción de Van Morrison, continúa: “Estaba por mudarme, necesitaba plata y se me ocurrió que me podía ir bien, así que faltando unos días, antes de que se cierre el plazo, trabajé en el cuento durante todo el día y lo mandé por currier”. Dos meses más tarde, el cuento fue escogido ganador, y si se piensa que los móviles de Rivero fueron sospechosos o poco literarios, piénsese que muchos escritores de culto vivieron sus primeros años, ‘los años de aprendizaje’, mandando cuentos a concursos literarios o escribiendo relatos para revistas o suplementos literarios.Roberto Bolaño quizás sea el ejemplo más interesante. Mandaba cuentos a diferentes concursos españoles, una maña que la aprendió del escritor argentino (también residente en Barcelona), Antonio di Benedetto, al que le rindió un tributo entrañable en el cuento Sensini, que está incluido en su primer libro de relatos: Llamadas telefónicas.Otro de los casos curiosos es el de John Cheever, que si bien no enviaba sus cuentos (muchos de ellos los mejores de la segunda mitad del siglo XX), a concursos, los enviaba al New Yorker, que le pagaba alrededor de $us 4.000 por cada uno de ellos en la década de los 50, lo que le alcanzaba para seguir trabajando y manteniendo a su familia disfuncional, tan bien detallada en sus diarios. Giovanna Rivero, una de las escritoras bolivianas más constantes de la generación que siguió a la de Edmundo Paz Soldán, se suma a esta tradición, y está contenta, se confiesa feliz: “al menos por un momento”, dice.
INFANCIA
Dueños de la arena es un cuento sobre la infancia. Y como toda literatura sobre la infancia, trata más o menos del final de un lugar privilegiado. Es la historia de dos primos que se reencuentran después de algunos años y muchos cambios, en circunstancias que distan de ser favorables.El cuento, contado en primera persona por la protagonista femenina, está estructurado en dos tiempos (infancia y adultez), y, siguiendo esa línea tan bien trabajada por maestros del relato como Raymond Carver, contiene dos historias: una explícita y otra implícita. La que verdaderamente importa es la segunda, aquella que sólo es insinuada por momentos.La historia explícita gira en torno a alacranes. Dos niños encuentran un alacrán y lo encierran en un castillo de arena. A partir de ahí comienza el jueguito cruel de experimentar con la criatura, primero con palitos, luego con un segundo alacrán con el que lo hacen pelear y finalmente con el fuego, que termina consumiéndolo todo.El relato está armado por fragmentos en donde los tiempos (los niños jugando con el alacrán) se alteran con los mismos personajes, pero adultos, convertidos en personas distintas a las que en esos años apostaron a ser, intentando reconstruir el tiempo perdido, sabiéndose ya no más niños. Si el cuento - escrito con una prosa sólida y diálogos bien trabajados- se limitara a ser sólo la historia de dos niños y las experimentaciones bizarras con los alacranes, se perdería lo otro: las atmósferas incestuosas, la nostalgia por lo que pudo llegar a ser y no fue, ciertas tensiones próximas a la culpa, un aire de tristeza flotando en todo el cuento... En fin, todo lo que conlleva el fin de la infancia. “La infancia es la verdadera patria”, dice Rivero. Ya no se escucha a Van Morrison, su lugar ha sido ocupado por la voz medio llorona de Tracy Chapman cantando una canción en la que apenas se escucha una guitarra de fondo. Un sujeto con una inconfundible facha de europeo entró al bar, se aproximó a la barra y se sentó en una equina. Pidió una cerveza y abrió una guía turística. Se puso a leer las páginas con la vista muy cerca de la página. Rivero lo observó por unos segundos y luego dijo, riendo, quitándole solemnidad a la charla: “No existiría infancia sin arena, ¿ no es cierto?”, luego se puso de pie y abandonó el bar. El europeo la vio irse por unos segundos y volvió a clavar la vista en la guía turística. Las cuatro amigas norteamericanas que comían pizza en el centro del bar se fueron hace mucho tiempo y la clásica escena hopperiana es sustituida por la imagen de un bar cualquiera. Afuera -afuera del bar y afuera de toda las infancias- el cielo empieza a nublarse. Volvería a llover en unas horas.
EL FIN DE LA INFANCIA
“La culpa es el fin de la infancia. El pudor que se transforma en complejo. Eso es el fin de la infancia. Cuando te das cuenta de que toda promesa es en sí misma una falsedad, entonces se ha acabado la infancia. Eso suele ocurrir alrededor de los 12 años