Por Redacción Central | - Los Tiempos - 11/04/2015
La recepción académica en Bolivia está atiborrada de ribetes autóctonos. Las reminiscencias filosóficas, históricas y políticas tienen como génesis al imperio del Tawantinsuyu.
Esta politización de lo andino se vio reflejada con toda suntuosidad tras el ascenso de Evo Morales al poder y recibir simbólicamente –por un sector de los aimaras– el cetro de mando en suelo sagrado de los ancestros (21 de enero de 2006).
Los apologistas del actual Gobierno están convencidos acríticamente de ser ellos los reivindicadores, intérpretes y peritos de esta cultura milenaria.
Revisando la historiografía boliviana se puede encontrar precursores de esta temática. Un autor que pasó al olvido por parte de investigadores, universitarios y estudiosos de la temática andina es el escritor Julio Aquiles Munguía Escalante (1907-?). A partir de la década de los años 30 publicó El progresismo (1933); Kori-Marka (1936); Proposofos (1940); Perigeo boliviano (1943) y La Genearquía (1948).
Lo poco que se sabe de Julio Munguía es a través del periodista y dramaturgo chileno Armando Arriaza (1901-?). Lo describe como un hombre que dejó la ciudad pintoresca de las altas montañas de La Paz de calles estrechas y coloniales. Se dio a vagar por las grandes ciudades de Estados Unidos y Europa en 1927.
Estuvo en Hollywood. Allí se mezcló con pintores y artistas de cine. Fue amigo de Charles Chaplin (1889-1977), el gran bufo, que bailó especialmente para Julio Aquiles La danza del bastón.
Brevemente ejerció el oficio de caricaturista en el periódico Evening Herald, indica Arriaza. Luego pasó a España. Asistió en Madrid a las tertulias de Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) en la Sagrada Cripta de Pombo. En el Gato Negro (café madrileño) departió con el Premio Nobel de Literatura (1922) Jacinto Benavente y Martínez (1866-1954) y el pintor Julio Romero de Torres (1874-1930).
Anduvo por Barcelona, Salamanca, Sevilla; luego París, la Costa Azul, Monte-Carlo, afirma Arriaza. Años más tarde retornó a Bolivia para iniciar su estudio sobre Kori-Marka, cuyo asunto le traía interesado desde hacía muchos años. Tras una extensa documentación y visita a las ruinas de Tiwanaku, escribió su novela de raigambre autóctona.
El relato está ambientado en el paisaje altiplánico de Kori-Marka (ciudad de oro): “Cielo límpido y azul. Sol quemante […]. Pampa árida y desierta, sólo se oye la orquesta salvaje del viento cuyo compás danzan los pajones”.
El protagonista que emerge de esta entraña andina es Chuqui-Wayna (joven de oro). Un jovenzuelo de 15 años dedicado al pastoreo de animales.
La monótona faena llegó hastiar el inconsciente de Chuqui-Wayna. Sentir el mismo panorama, el mismo silencio sepulcral hace que fantasee con otros lugares.
La pregunta que perturba al interior de Chuqui-Wayna: ¿Qué hay más allá de mi pueblo? El mozuelo cada noche acostumbraba visitar a su único amigo, el viejo Wari (vicuña) de 80 años de edad: “Inteligencia muy despejada y comprensiva, curandero notable, conocedor de hierbas medicinales y sabía secretos e historias maravillosas de los remotos tiempos de los antepasados”.
El viejo Wari comprendía los anhelos de su joven amigo. Pasaron pocos días para informarle una oportunidad laboral en Tiwanaku.
En el pueblo se rumoreaba la llegada de unos “gringos” (apelativo a extranjeros) que requerían mano de obra para remover las vastas tierras (arqueología). Tras la noticia, al día siguiente el joven Chuqui-Wayna salió en busca de nuevas oportunidades. Arribó a Tiwanaku.
La primera impresión que tuvo al llegar fue desilusión al ver sólo polvo, sequedad y abandono. Las leyendas del Imperio del Sol que escuchó de niño no se asemejaban en nada a la triste realidad. Lo emplearon para realizar excavaciones. Después de cuatro meses de intenso trabajo descubrió un monolito gigante. Creció su interés por acompañar a la comitiva a Norte América.
Al llegar a Nueva York, el espíritu de Chuqui-Wayna sintió miedo y asombró al ver tanta fastuosidad, riqueza y bullicio que no se equiparaba en nada a su apacible y premoderna marca (pueblo). El arqueólogo Mr. Irving Taylor lo empleó como bell boy. En poco tiempo se adaptó a la cultura foránea. Los dos años de permanencia en la ciudad neoyorquina creció su ansia de tener el estilo de vida del sector acaudalado. Recordó nebulosamente las historias del viejo Wari sobre las riquezas ocultas en Tiwanaku. Tras una apurada meditación decidió volver a Bolivia para tener certeza de las legendarias riquezas que custodiaba su viejo amigo en su memoria.
Al llegar a Kori-Marka, su viejo amigo Wari le reveló sus secretos. En un corto tiempo emprendió la búsqueda de la ciudad perdida en Tiwanaku. El cometido fue financiado por un comerciante norteamericano Albert Pickwood.
Con un alto grado de incertidumbre empezó la comitiva expedicionaria denominada: “The Kori-Marka Exploration Co.”. Un buen día –después de una extensa búsqueda– empezaron a llegar al campamento las primeras muestras de láminas y estatuillas de oro.
Al adentrase en la profundidad de una grieta descubrieron el anhelado “Templo de Oro”. El metal precioso reverberaba entre el moho y el lodo. Los seis intensos meses de búsqueda dieron resultados increíbles que ascendía a 300 millones de dólares de los cuales correspondía a Chuqui-Wayma 100 millones.
De regreso a Norteamérica, Chuqui-Wayna recibió el título del “Rey del oro”. Su vida empezó a ser fastuosa. La prensa y la sociedad lo reconocían como el dueño de las riquezas del gran Imperio del Sol.
Las academias, las instituciones intelectuales, científicas y las universidades le obsequiaron títulos honoris causa, sin haber visto un solo libro en su vida. La existencia de Chuqui-Wayna fue perdiendo sentido. Su mente anhelaba volver a su apacible pueblo y por otro lado no pretendía despegarse de la comodidad neoyorquina. La excentricidad en despilfarrar su dinero, comprar amor y sentir el poder del oro fueron los goces de la vida que disfrutó placenteramente en suelo estadounidense hasta el día de su muerte.
Esta novela de raigambre autóctona puede ser considerada como un aporte significativo a la temática andina. Las descripciones que trazó el escritor Julio Aquiles Munguía Escalante en la década de los años 30 transitan entre la ficción y el realismo. El personaje Chuqui-Wayna, un hombre de origen aimara –como cualquier otro ser humano– desea , sueña y busca escapar de su propia existencia. Al salir de su pequeño mundo se produce un choque cultural entre lo premoderno versus modernidad. Este hecho simboliza –según Julio Aquiles Munguía– la pugna eterna entre riqueza y pobreza, entre hombre y mujer, y la búsqueda perpetua por alcanzar el poder desde que el mundo es mundo.
“Cielo límpido y azul. Sol quemante […]. Pampa árida y desierta, sólo se oye la orquesta salvaje del viento a cuyo compás danzan los pajones”.
“Al adentrase en la profundidad de una grieta descubrieron el anhelado “Templo de Oro”. El metal precioso reverberaba entre el moho y el lodo”