Un hombre sueña que va a morir, entonces, con toda la tranquilidad del mundo, se dispone a ordenar sus cosas como si en realidad estuviera preparándose para un largo viaje –y quizás de eso se trate la muerte, en el mejor o peor de los casos–. Lo último que sabemos de él es que lo único que al final le queda es la desnudez, una desnudez que invita al lector, ese espectador, ese quizás incrédulo espía, a recordar el jardín del Edén en el que esa maravillosa ficción de la leyenda bíblica nos ha dicho que toda esta aventura de la existencia ha comenzado.
El escritor cochabambino Luis Carlos Sanabria debuta en el género cuentístico con el libro Deus ex machina (Editorial 3600, 2017). Ya antes había ganado, en 2014, el Concurso de Poesía para Jóvenes Poetas Bolivianos, un certamen organizado por la Cámara Departamental del Libro de La Paz y la Fundación Pablo Neruda de Chile. Disección, el poemario con el que ganó el concurso, también fue publicado por la editorial que ahora apuesta por el narrador. Y apuesta bien. Lo que hace Sanabria en su escritura es dudar; lanza una pregunta al aire y se extravía ante la imposibilidad de una sola respuesta. En “Mortis Causa”, el cuento en el que el personaje sueña que va a morir y despierta en el Edén, por ejemplo, uno llega a preguntarse, gracias al camino elegido por el narrador, en qué tan cierto es aquello del libre albedrío supuesto regalo de un dios que se ha querido construir omnipotente. ¿Hay un camino marcado de antemano y es el territorio del sueño ese insólito lugar donde quizás se encuentre la condena a través de imágenes o percepciones que quizás nunca llegaremos a comprender? Y si llegamos a comprender tan bien el asunto de la condena, ¿tan solo nos queda alistar las maletas para un viaje del que no sabemos nada? Y, sin embargo, ¿será este último viaje el camino hacia la tan esquiva felicidad?
Y de eso es lo que habla Sanabria, cuando en el cuento que le da título al libro, “Deus ex machina”, el narrador se propone buscar el nombre de dios, así, con minúsculas, de la búsqueda de la felicidad. ¿Pero se puede llegar a ella a través de la comprensión de lo que nos ha sido negado entender? El árbol del conocimiento, en el jardín del Edén, es el que condena a la humanidad, entonces, ¿por qué el erudito busca ese fruto que ilumine la oscuridad de su ignorancia? Y, a pesar de haber comprendido este hecho, ya preso en una clínica psiquiátrica, el investigador, el erudito, busca, siempre recordando a la mujer perdida, esa misteriosa A., la felicidad a través del conocimiento, y no es que busque la felicidad con estas palabras, sino explicarse el momento en el que el amor significó el derrumbe, el caos, y, a partir del caos, la explicación absurda de un todo cósmico a través de la fe ciega que exige un dios que en realidad se ha hecho omnipotente en la imaginación. Y ya que no se puede atrapar el amor, la felicidad es la paz, y no hay otra paz que la comprensión que, claro, no es otra cosa que guerra.
Uno podría creer que el silencio es la paz hasta que lee el cuento “El silencio”, cuando un padre y un hijo emprenden un viaje que duraría diecisiete horas y en el que podrían contarse uno al otro tantas cosas que han sucedido en sus vidas. Sin embargo, el secreto es más fácil, no decir nada es el mejor camino para no perder. La calma no es la paz. El amor no es aquello que logra totalizarse en el aire y absorberlo todo entre sus brazos, es una construcción que siempre será fallida.
Y esto lo saben también Guzmán y Gutiérrez, protagonistas del cuento “Viejos enemigos”, que han aguardado toda su vida para declarar la victoria del uno sobre el otro a raíz de que ambos cayeron enamorados de la misma mujer. Uno creería que la ancianidad, la cercanía de la muerte podría calmar las ansias de venganza, pero no, este tipo de fuego es algo que no se apaga con las aguas del tiempo. Y la sorpresa está implícita en el inesperado triunfo final de uno de los contendientes.
Así, los personajes a los que Sanabria da vida en los cuentos reunidos en Deus ex machina son seres hechos de preguntas quizás por siempre inalcanzables, invadidos por la melancolía o el tedio, sofocados, en algunos casos, por el orden social. Caminan en escenarios tan diversos como las carreteras bolivianas, las ciudades, el campo, el territorio de los sueños y el de las ideas, el espacio donde el amor y la soledad se confunden con la locura y el hastío.