jueves, diciembre 01, 2011

JESUS URZAGASTI : UN ARTICULO DE CASTRO ARUZAMEN


Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo


Los tejedores de la noche (1996) de Jesús Urzagasti (Provincia del Gran Chaco, 1941) es una novela corta y/o un cuento largo en el que se postula de manera radical: la soledad del narrador/personaje. No es gratuito, entonces, que mientras éste redacta una carta sin destinatario concreto, nos diga: “mientras escribía toda la soledad de la tierra empezó a circular por mi sangre”.

Bien sabemos que la novela breve es un género privilegiado, porque goza de una extraordinaria flexibilidad narrativa, que favorece en gran medida, las licencias de lo fantástico; la narrativa latinoamericana cuenta con exponentes destacados del género: Juan Carlos Onetti, Para una tumba sin nombre, José Donoso, El lugar sin límites, Carlos Fuentes, Aura, Osvaldo Soriano, Cuarteles de invierno, Martín Adan, La casa de cartón, y más recientemente, el cumbiantero argentino, Washington Cucurto con toda su saga de novelas cortas como Noches vacías, Fer, Panambí, El curandero de amor. La novela de Urzagasti, se inscribe dentro de este género, por la economía textual, que no solamente se refiere a la brevedad sino, también, a la simultaneidad de los planos en los que se desenvuelve la trama de Los tejedores de la noche, bajo el epígrafe de la marcha paralela de ficción y realidad o viceversa. “En la casa real se dan cita los dolores del cuerpo y del alma y en su piso superior están los tejedores de la noche, cosa que no sucede en Buen Retiro, en donde uno sólo encuentra geranios crecidos y recibe en el rostro el viento nocturno, aunque en algún momento hubiera sucedido lo inevitable: que toquen el timbre”; este planteamiento de la novela, que puede ser en apariencia casual, en la medida en que el narrador/personaje, para poblar la soledad que le corroe, recurre a la ingeniería imaginativa como posibilidad de desahogo, inventando un espacio, que no por ser irreal dejar ser tan real como el mundo de los tejedores donde habita el narrador. Urzagasti es lector fiel de Cortázar y ha asimilado con gran talento las enseñanzas narrativas de Continuidad en los parques; pues, ficción y realidad corren paralelas en Los tejedores de la noche: “Y me fui. Dejé la puerta abierta y crucé el portón negro. Era medianoche cuando decidí caminar hacia la casa de los tejedores”.

El pasado y el futuro del narrador anónimo, de ese habitante simultáneo del primer piso de la casa de los tejedores y de Buen Retiro, se actualiza constantemente a través de la galería de personajes –sobre todo mujeres– que pasan de un plano a otro sin ningún sobresalto, a pesar de que el autor nos advierte que “la realidad acarrea muchos daños, (…) pero la irrealidad sino es mutuamente concertada puede provocar un escándalo existencial de cuyos resultados más vale no preguntar”. Así, la economía del texto es sinecdótica: cada dato alude a una historia más amplia, latente en la memoria del narrador; pero, también, esta economía de la narrativa de los tejedores de la noche, alude al detalle, la argumentación, las explicaciones, análisis de hechos, de modo que el lector es quien debe ir aportando resoluciones, porque todas las palabras están cargadas de implicaciones y alusiones (El canto de los gorriones –película de Sanjinés–, la revolución nicaragüense, la revolución del 52, la guerrilla de Teoponte, líderes políticos y de manera muy perspicaz, el poder: “El palacio de Gobierno es uno de los lugares más peligrosos de la tierra: allí nadie pregunta si la traición y la lealtad definen la calidad de las personas”).

Urzagasti, en Los Tejedores de la noche, explotando al máximo el género de la novela por construirse, renuncia adrede a la articulación del texto como obvia, pues, asume una idea difícil, pero no imposible: la alternancia de los planos, el ficticio y el real, sometiendo la palabra a un peregrinaje brioso desde el texto y la capacidad analítica del lector, en ese sentido el libro, se sostiene sobre una estructura fragmentaria de los recuerdos del narrador, por eso mismo lo real y lo ficticio no se confunden ni se funden, más bien cabe hablar de una interacción peculiar.

Desde esta novela, el autor, ha logrado hurgar en esa interacción de los planos, el abismo de la soledad humana: “Entonces me fui a parar a la casa de los tejedores de la noche: un cuarto, una cocina, un baño y la soledad como fiel amante”. A diferencia de Borges, en Funes el memorioso, que termina derrotado por la desbordante memoria y esta a su vez lo arroja a la incomunicación y la muerte; la soledad en Urzagasti, encuentra en la imaginación el modo de eludir la incomunicación y, finalmente, la muerte, porque entiende que “el acceso al conocimiento profundamente solidario en algún momento pasa por la soledad total” y radical del ser humano.

La soledad en Los tejedores de la noche constituye, además, un trance hacia una visión que sostiene la incontaminación subjetiva de las cosas; la humanidad no sólo ha infestado y distorsionado la realidad a través de pautas volorales y antropoformizantes de los contextos; por esa razón, el narrador nos propone: “contar con una casa inventada, libre de basura y al margen de los sentimientos aviesos…”. Por tanto, la soledad ya no constituye un espacio de dolor, porque en la casa inventada (Buen Retiro) la luz, la oscuridad, la mirada, el amor, el sexo, no son sino otra realidad, al margen de la contaminación humana. Así, de manera gráfica, cuando los perros en la casa de los tejedores, dan fin a las plantas en el patio, el narrador logra salvarlas de la destrucción absoluta: “Podría haber trasladado –dice– las plantas adquiridas, en cambio decidí llevarlas a la casa inventada: en la azotea reciben sol y el tierno aroma de la noche”.

La novela de Urzagasti, presenta, tras su lectura y ante la soledad humana y la tristeza, quizá esencialmente existencial, un relato del poder de lo ficcional, capaz de reconstruir el precario estado de las cosas (realidad), iluminada por la magia de la imaginación; porque todos somos “de un modo u otro la escritura que exige una lectura final”, de una libertad figurativa, precisa y fantástica a la vez, que constituyen en la novela de Urzagasti, el entramado entre la vida y la ficción.
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